Durante las últimas cuatro semanas, de lunes a viernes, ellas han sido y son mi primera conversación del día y además, me traen un café caliente con una sonrisa. Son las samaritanas que dan agua al sediento y alimento al hambriento. Ellas están en ese primer café, en el desayuno, en el almuerzo y en el café con hielo de la sobremesa. Diría que forman parte del paisaje y casi del alimento.
Mariola tiene la mirada triste, pero siempre dispuesta una amplia sonrisa, y Alcázar tiene la mirada clara y guarda otra sonrisa. Casi todas las mañanas las acompaña Maricarmen, de ojos y sonrisa más tímidos, y también más callada.
Sin duda es una buena forma de empezar el día. Aunque en ocasiones, consciente o inconscientemente, no sabemos valorar, apreciar y reconocer a estas personas, que forman parte de nuestra vida cotidiana y la mayoría de las veces nos la hacen más agradable, más llevadera, más fácil…
Esa cotidianeidad, esa rutina hacen que en otros momentos perdamos la perspectiva y nos olvidemos de que esas personas, que están ahí siempre, tienen vida, con sus propios problemas, sus sueños, sus triunfos y sus fracasos.
A veces la asiduidad, el hábito o la frecuencia nos permiten establecer una comunicación entre ambos lados de la barra y descubrir que los anhelos y las cicatrices constituyen el cauce de los ríos de toda existencia. Es entonces, cuando dejamos de mirarnos el ombligo y percibimos esas otras existencias, esas otras aguas del río. La vida. Es en ese momento cuando aprendemos o deberíamos aprender a dar las gracias.
lunes, 7 de septiembre de 2009
Samaritanas
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