El mar es una tumba o una esperanza. El Estrecho, la puerta del infierno o la entrada al paraíso. Un paraíso no recogido en las Escrituras, exento de bellas huríes para el reposo eterno, pero lleno de aflicción; recogido en otros escritos, paganos pero reales.
Y en medio de la nada, la baby patera surca las aguas. Como una guardería flotante, sin más nodriza que un niño de 16 años. Media docena de vidas, cortas y pequeñas, en medio del océano, intentando otear el Norte para escapar del Sur, soñando un sueño que demasiadas veces muta a pesadilla.
Hoy salió esperanza y Tarifa se convirtió en la Tierra Prometida. Pero mientras, la sombra de la sospecha se funde con la duda de la indecencia; de las mafias, de los progenitores, de los estados.
La realidad apenas alcanza a sorprendernos, pero en esta ocasión dejamos un hueco para la sorpresa, una oquedad en la que también cabe la vergüenza. Cómo si no explicar por qué Occidente sostiene una monarquía feudal en el norte de África, donde se violan los derechos humanos, donde se sume a los habitantes del reino en la pobreza y en el analfabetismo, donde se persigue a la oposición política, mediática, religiosa o de cualquier índole, donde la vida sólo tiene el valor que le concede el monarca, donde se practica sin pudor el nepotismo.
No hay soluciones perfectas. Ni fáciles. Pero ayudaría y de qué forma, una política europea de inversiones al otro lado del Estrecho, para acabar con infiernos y paraísos y construir puentes. Un aval para el desarrollo marroquí y una apuesta por una democracia real, pese a aventuras fundamentalistas. La ignorancia, la pobreza o la falta de oportunidades son las mejores bazas del fundamentalismo, no la democracia, y también una garantía de pasaje para las pateras.
Y en medio de la nada, la baby patera surca las aguas. Como una guardería flotante, sin más nodriza que un niño de 16 años. Media docena de vidas, cortas y pequeñas, en medio del océano, intentando otear el Norte para escapar del Sur, soñando un sueño que demasiadas veces muta a pesadilla.
Hoy salió esperanza y Tarifa se convirtió en la Tierra Prometida. Pero mientras, la sombra de la sospecha se funde con la duda de la indecencia; de las mafias, de los progenitores, de los estados.
La realidad apenas alcanza a sorprendernos, pero en esta ocasión dejamos un hueco para la sorpresa, una oquedad en la que también cabe la vergüenza. Cómo si no explicar por qué Occidente sostiene una monarquía feudal en el norte de África, donde se violan los derechos humanos, donde se sume a los habitantes del reino en la pobreza y en el analfabetismo, donde se persigue a la oposición política, mediática, religiosa o de cualquier índole, donde la vida sólo tiene el valor que le concede el monarca, donde se practica sin pudor el nepotismo.
No hay soluciones perfectas. Ni fáciles. Pero ayudaría y de qué forma, una política europea de inversiones al otro lado del Estrecho, para acabar con infiernos y paraísos y construir puentes. Un aval para el desarrollo marroquí y una apuesta por una democracia real, pese a aventuras fundamentalistas. La ignorancia, la pobreza o la falta de oportunidades son las mejores bazas del fundamentalismo, no la democracia, y también una garantía de pasaje para las pateras.
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