Los barbudos se instalaron en Sierra Maestra y allí soñaron la posibilidad de otro mundo y dieron esperanza a la Isla y a otros muchos países. Fidel bajó hasta el balcón de Santiago y desde allí a La Habana. La esperanza recorrió la Isla y el sueño se instaló en muchos corazones a ambos lados del Atlántico. Después el sueño se hizo pesadilla. Y ya sólo queda la barba del viejo comandante.
Los barbados, padre e hijo, representan una institución anquilosada, anacrónica y perpetuada en el poder por los privilegios propios y por los otorgados para ganar adeptos, defensores o cómplices. Ahora vuelven con un cambio de imagen de sus vacaciones estivales, bien pagadas por sus súbditos al igual que demasiados extras de la caprichosa mudanza de la hija y hermana a la Gran Manzana. Y ambos muestran en el colorín las mejillas peludas al más puro estilo Carpanta. Quizás sea un guiño al pueblo, principal damnificado de la crisis que a ellos intocables no toca. Nada que una buena maquinilla no solucione. Que se lo digan a Gila y a su filomatic; ya saben aquella que daba gustirrinín. O a Paco Rabal y a su gillette de doble hoja; la del apurado perfecto. Intuyo que Robespierre, el del afeitado total, se adelantó a su época o por lo menos a la de la publicidad.
Entre sueños y coronas queda poco espacio para respirar. Aunque hubo un tiempo en que el sueño sin corona era una bocanada de aire fresco.
Los barbados, padre e hijo, representan una institución anquilosada, anacrónica y perpetuada en el poder por los privilegios propios y por los otorgados para ganar adeptos, defensores o cómplices. Ahora vuelven con un cambio de imagen de sus vacaciones estivales, bien pagadas por sus súbditos al igual que demasiados extras de la caprichosa mudanza de la hija y hermana a la Gran Manzana. Y ambos muestran en el colorín las mejillas peludas al más puro estilo Carpanta. Quizás sea un guiño al pueblo, principal damnificado de la crisis que a ellos intocables no toca. Nada que una buena maquinilla no solucione. Que se lo digan a Gila y a su filomatic; ya saben aquella que daba gustirrinín. O a Paco Rabal y a su gillette de doble hoja; la del apurado perfecto. Intuyo que Robespierre, el del afeitado total, se adelantó a su época o por lo menos a la de la publicidad.
Entre sueños y coronas queda poco espacio para respirar. Aunque hubo un tiempo en que el sueño sin corona era una bocanada de aire fresco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario