Portaba un cargamento, aunque no era consciente de ello. Es lo que tienen las nuevas tecnologías, que al final no sabes ni lo que llevas encima. Así que en cierta medida, te sorprendes. El cargamento al que me refiero es de música, traía conmigo al Gato Barbieri, al gran Paquito D’Rivera, a Michel Camilo, a Herbie Hancock... Así que mi habitación parece en algunos momentos una auténtica jam session.
Subo el estor de la ventana y contemplo la plaza de la catedral y la fuente iluminadas. Me siento a escribir en el ordenador y las notas de música me acompañan. La noche avanza y a veces no me doy cuenta de ello hasta que la plaza queda a oscuras, iluminada sólo por el resplandor de la luna. Miro el reloj y el sentido común me dice que es hora de apagar el ordenador e intentar dormir unas horas, porque mañana el móvil hará sonar la alarma a las siete y media y ya no habrá tregua.
Aún así echo una última mirada por la ventana, a través de los barrotes siento el frescor de la madrugada y contemplo en la penumbra las escaleras de piedra, la torre de la catedral y en primer término las ramas de dos árboles, únicos testigos de mi trasnochar.
En ese momento siento deseos de apurar una taza de café o un trago, aún a sabiendas de que he de conformarme con un vaso de agua. La música está muy baja, apenas perceptible para el oído, pero siento los acordes de metal, los dedos en el piano…
Y hago todo consciente de que es un paréntesis y de que el final está próximo; de que en breve volveré al mismo abismo de los desheredados que abandoné hace apenas dos meses. A pesar de que este intramuros y sus silencios aletargan los sentidos y varían la percepción del tiempo, de modo que esos dos meses parecen años. Y consciente de que mis demonios están latentes y no patentes, pienso en aquella frase y no recuerdo de quién de que a los demonios hay que dominarlos y no temerlos; yo ni los domino, ni los temo, convivo con ellos.
Subo el estor de la ventana y contemplo la plaza de la catedral y la fuente iluminadas. Me siento a escribir en el ordenador y las notas de música me acompañan. La noche avanza y a veces no me doy cuenta de ello hasta que la plaza queda a oscuras, iluminada sólo por el resplandor de la luna. Miro el reloj y el sentido común me dice que es hora de apagar el ordenador e intentar dormir unas horas, porque mañana el móvil hará sonar la alarma a las siete y media y ya no habrá tregua.
Aún así echo una última mirada por la ventana, a través de los barrotes siento el frescor de la madrugada y contemplo en la penumbra las escaleras de piedra, la torre de la catedral y en primer término las ramas de dos árboles, únicos testigos de mi trasnochar.
En ese momento siento deseos de apurar una taza de café o un trago, aún a sabiendas de que he de conformarme con un vaso de agua. La música está muy baja, apenas perceptible para el oído, pero siento los acordes de metal, los dedos en el piano…
Y hago todo consciente de que es un paréntesis y de que el final está próximo; de que en breve volveré al mismo abismo de los desheredados que abandoné hace apenas dos meses. A pesar de que este intramuros y sus silencios aletargan los sentidos y varían la percepción del tiempo, de modo que esos dos meses parecen años. Y consciente de que mis demonios están latentes y no patentes, pienso en aquella frase y no recuerdo de quién de que a los demonios hay que dominarlos y no temerlos; yo ni los domino, ni los temo, convivo con ellos.
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