No voy a extenderme en disquisiciones sobre el alma, aunque me gustaría recordar que para mí el alma se aproxima al concepto de Jodorowsky como “la esencia del ser” y por tanto, se aleja de otras nociones o creencias.
Así que reiterando mis dudas sobre la existencia del alma, de acuerdo con esas otras nociones o creencias, y siendo consciente de que en multitud de ocasiones utilizamos la expresión alma para referirnos a cosas que poco o nada tienen que ver con ella, desde la perspectiva de la esencia del ser, voy a hablar del alma o al menos de dónde puede en ocasiones estar el alma.
Todo empezó por un encargo. Un amigo se casó y decidí regalarle un retrato de su padre. Es un tema delicado, muy personal y no exento de una pizca de grosería, porque ignoro qué sensación y sentimientos provocarán en su mujer este regalo. Es más fácil regalar dinero, pero a mi no me gusta salvo necesidad apremiante; y a fin de cuentas mi amigo es él. Así que la decisión estaba tomada.
Encargar un retrato no es tarea fácil. Primero, porque hay pintores a los que el arte de retratar les está vedado (en la Cámara de Comercio de la ciudad que habito hay un retrato al óleo de mi abuelo por ser durante una serie de años su presidente y si no me lo dice mi abuela y colocan un rótulo debajo con su nombre me hubiera sido difícil reconocerlo), lo que no impide que sean maestros en el paisaje, el bodegón o lo abstracto. Y segundo, hay pintores que son buenos retratistas, pero para mí sus retratos carecen de alma.
Yo tengo un retrato con alma de mi padre, pero su autor, Carmelo Palomino, casi su hermano, murió. Lo que le inhabilitaba para mi encargo. Así que a priori y visto desde fuera pudiera parecer empresa difícil. Pero no, para mí era algo muy sencillo, porque yo sabía perfectamente a quien tenía que encargarle el retrato con alma.
Hay un pintor en la ciudad que habito que me gusta mucho. Su nombre es David Padilla. He visto muchos cuadros suyos, pero sólo había visto al natural dos retratos realizados por él. Uno, de Milagros, la mujer de un amigo y compañero de profesión al que la dama de negro se llevó antes de tiempo y cuya ausencia aún lamento y me causa dolor. Y el otro, de Don Antonio Machado.
Sin desmerecer el primero, es ese el segundo el que me encandiló. Era un encargo de la Sede Antonio Machado de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) en Baeza. Yo lo había visto reproducido en cartelería, incluso había visto alguna foto en prensa. Y me gustaba mucho, porque veía a un Machado distinto del habitual, de aquel que hemos visto miles de veces reproducido de aquella foto con sombrero en un café sevillano. Hasta que un día tuve que ir a buscar a la directora a su despacho y me encontré con que el cuadro colgaba de una de las paredes de aquel despacho.
Soy consciente de que puede parecer absurdo, pero el Machado de aquel cuadro me miró. Y yo a él también, de reojo es cierto, pero le miré. Y luego, ya de frente, contemplé la imagen de la derrota, el semblante del exilio, pero también pude observar el rostro del poeta, la luz de Juan de Mairena…. Pude ver un retrato con alma. Un cuadro único de ese poeta universal.
Cuando le hice mi encargo a David Padilla le hablé de este cuadro y lo que me transmitía. Él me contó que había querido retratar al Machado de los últimos días, al que cruza la frontera hispanofrancesa enfermo y derrotado, al Machado del exilio que llega a Collioure para morir. Pienso que lo consiguió y sus pinceles retrataron a Machado y a su alma. Entiendo que no es fácil, del mismo modo que no lo es ver el alma a alguien que como yo duda de su existencia, a menos que sea “la esencia del ser”.
Así que reiterando mis dudas sobre la existencia del alma, de acuerdo con esas otras nociones o creencias, y siendo consciente de que en multitud de ocasiones utilizamos la expresión alma para referirnos a cosas que poco o nada tienen que ver con ella, desde la perspectiva de la esencia del ser, voy a hablar del alma o al menos de dónde puede en ocasiones estar el alma.
Todo empezó por un encargo. Un amigo se casó y decidí regalarle un retrato de su padre. Es un tema delicado, muy personal y no exento de una pizca de grosería, porque ignoro qué sensación y sentimientos provocarán en su mujer este regalo. Es más fácil regalar dinero, pero a mi no me gusta salvo necesidad apremiante; y a fin de cuentas mi amigo es él. Así que la decisión estaba tomada.
Encargar un retrato no es tarea fácil. Primero, porque hay pintores a los que el arte de retratar les está vedado (en la Cámara de Comercio de la ciudad que habito hay un retrato al óleo de mi abuelo por ser durante una serie de años su presidente y si no me lo dice mi abuela y colocan un rótulo debajo con su nombre me hubiera sido difícil reconocerlo), lo que no impide que sean maestros en el paisaje, el bodegón o lo abstracto. Y segundo, hay pintores que son buenos retratistas, pero para mí sus retratos carecen de alma.
Yo tengo un retrato con alma de mi padre, pero su autor, Carmelo Palomino, casi su hermano, murió. Lo que le inhabilitaba para mi encargo. Así que a priori y visto desde fuera pudiera parecer empresa difícil. Pero no, para mí era algo muy sencillo, porque yo sabía perfectamente a quien tenía que encargarle el retrato con alma.
Hay un pintor en la ciudad que habito que me gusta mucho. Su nombre es David Padilla. He visto muchos cuadros suyos, pero sólo había visto al natural dos retratos realizados por él. Uno, de Milagros, la mujer de un amigo y compañero de profesión al que la dama de negro se llevó antes de tiempo y cuya ausencia aún lamento y me causa dolor. Y el otro, de Don Antonio Machado.
Sin desmerecer el primero, es ese el segundo el que me encandiló. Era un encargo de la Sede Antonio Machado de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) en Baeza. Yo lo había visto reproducido en cartelería, incluso había visto alguna foto en prensa. Y me gustaba mucho, porque veía a un Machado distinto del habitual, de aquel que hemos visto miles de veces reproducido de aquella foto con sombrero en un café sevillano. Hasta que un día tuve que ir a buscar a la directora a su despacho y me encontré con que el cuadro colgaba de una de las paredes de aquel despacho.
Soy consciente de que puede parecer absurdo, pero el Machado de aquel cuadro me miró. Y yo a él también, de reojo es cierto, pero le miré. Y luego, ya de frente, contemplé la imagen de la derrota, el semblante del exilio, pero también pude observar el rostro del poeta, la luz de Juan de Mairena…. Pude ver un retrato con alma. Un cuadro único de ese poeta universal.
Cuando le hice mi encargo a David Padilla le hablé de este cuadro y lo que me transmitía. Él me contó que había querido retratar al Machado de los últimos días, al que cruza la frontera hispanofrancesa enfermo y derrotado, al Machado del exilio que llega a Collioure para morir. Pienso que lo consiguió y sus pinceles retrataron a Machado y a su alma. Entiendo que no es fácil, del mismo modo que no lo es ver el alma a alguien que como yo duda de su existencia, a menos que sea “la esencia del ser”.
Foto: Retrato de Antonio Machado, óleo de David Padilla. Tomada de http://estudiodavidpadilla.blogspot.com/
muy bueno el retrato de Padilla, sí, señor. Y ciertamente, a mí también me mira...
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