A veces quisiera escribir sobre otras cosas, sustraerme de la actualidad y del periodismo. Pero la realidad es terca y ambos, junto al desempleo, son condicionantes demasiado fuertes para mi pobre resistencia; y se impone la tierra al deseo. A pesar de los sinsabores amo al periodismo. A pesar de la proliferación de enterradores de periódicos y periodistas y de la escasez de médicos capaces de emitir un diagnóstico y en consecuencia aplicar un tratamiento adecuado para su recuperación. La incertidumbre y la deriva, con excepciones, que vive hoy el periodismo son un poderoso reclamo, una tentación a la que difícilmente puedo escapar.
Y la actualidad. Cada vez tiene más vigencia el axioma de que la realidad supera a la ficción. Hay días en que quisiera escribir sobre tantas cosas, que probablemente el sentido común debería llevarme a no escribir sobre ellas.
La gente piensa que los políticos dicen esas cosas que dicen porque hay una campaña electoral. No es cierto. Dicen esas cosas porque son así. En ocasiones logran ocultarlas o disfrazarlas, pero en otras afloran con toda su virulencia y retratan al padre o a la madre de la criatura. Hasta los propios jueces han optado por aceptar algunas de estas barbaridades porque forman parte de la dialéctica política.
Hay barbaridades de tal calibre, que el sólo hecho de proferirlas debería ser suficiente para inhabilitar a su autor. La gente confunde ideología con sectarismo, con proselitismo o con sumisión. Se renuncia a la capacidad de pensar por uno mismo, a la decencia e incluso a la propia razón. Y por ello no es de extrañar que se jalee al purpurado con aspiraciones políticas o al político con vocación de purpurado cuando ambos sin pelos en la lengua golpean la conciencia de las gentes de bien y lanzan exabruptos en contra de la convivencia y en contra de las normas, las leyes, que se han establecido para esa convivencia.
Cañizares y Mayor Oreja anteponen la moral al delito. No tienen reparos, ni siquiera dudas, sobre otorgar comprensión cristiana y rebajar su condición de delincuentes a los sacerdotes que abusan sexualmente de niños y niñas frente al estigma del aborto. Una madre que aborta, una decisión sin duda difícil en cualquier circunstancia, de acuerdo con la ley (por cierto, la actual fue consensuada entre PSOE y PP) no comete delito alguno. Por el contrario, abusar sexualmente de niños y niñas y la violación de menores o adultos si son delitos y moralmente absolutamente recriminables cuando el autor o autores de estos delitos son sacerdotes o pertenecen a la comunidad religiosa.
Una sociedad democrática mayor de edad no permitiría a un político encabezar un cartel electoral y ser la cara de una parte de su país en Europa, si profiere barbaridades de ese grosor. Máxime cuando ese mismo político hubiera sido ministro de Interior, es decir, el máximo responsable de la Policía, de los encargados de perseguir el delito y detener a los delincuentes, incluidos los religiosos que delinquen.
Para suerte de Mayor Oreja, nosotros no somos una sociedad democrática mayor de edad. Y su partido está muy ocupado con aviones oficiales, con imputados por corrupción, con la caza del juez Garzón, con la sucesión de Rajoy...o calla porque está de acuerdo. De modo que seguiremos asistiendo a la proliferación de exabruptos y yo no podré eludir a mis vigorosos condicionantes a la hora de escribir.
“Tú sola quedas con el deseo,/con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío,/sino el deseo de todos,/malvados, inocentes, enamorados o canallas./ Tierra, tierra y deseo,/ una forma perdida”.
“Los fantasmas del deseo”. ‘La realidad y el deseo’, Luis Cernuda 1936.
Y la actualidad. Cada vez tiene más vigencia el axioma de que la realidad supera a la ficción. Hay días en que quisiera escribir sobre tantas cosas, que probablemente el sentido común debería llevarme a no escribir sobre ellas.
La gente piensa que los políticos dicen esas cosas que dicen porque hay una campaña electoral. No es cierto. Dicen esas cosas porque son así. En ocasiones logran ocultarlas o disfrazarlas, pero en otras afloran con toda su virulencia y retratan al padre o a la madre de la criatura. Hasta los propios jueces han optado por aceptar algunas de estas barbaridades porque forman parte de la dialéctica política.
Hay barbaridades de tal calibre, que el sólo hecho de proferirlas debería ser suficiente para inhabilitar a su autor. La gente confunde ideología con sectarismo, con proselitismo o con sumisión. Se renuncia a la capacidad de pensar por uno mismo, a la decencia e incluso a la propia razón. Y por ello no es de extrañar que se jalee al purpurado con aspiraciones políticas o al político con vocación de purpurado cuando ambos sin pelos en la lengua golpean la conciencia de las gentes de bien y lanzan exabruptos en contra de la convivencia y en contra de las normas, las leyes, que se han establecido para esa convivencia.
Cañizares y Mayor Oreja anteponen la moral al delito. No tienen reparos, ni siquiera dudas, sobre otorgar comprensión cristiana y rebajar su condición de delincuentes a los sacerdotes que abusan sexualmente de niños y niñas frente al estigma del aborto. Una madre que aborta, una decisión sin duda difícil en cualquier circunstancia, de acuerdo con la ley (por cierto, la actual fue consensuada entre PSOE y PP) no comete delito alguno. Por el contrario, abusar sexualmente de niños y niñas y la violación de menores o adultos si son delitos y moralmente absolutamente recriminables cuando el autor o autores de estos delitos son sacerdotes o pertenecen a la comunidad religiosa.
Una sociedad democrática mayor de edad no permitiría a un político encabezar un cartel electoral y ser la cara de una parte de su país en Europa, si profiere barbaridades de ese grosor. Máxime cuando ese mismo político hubiera sido ministro de Interior, es decir, el máximo responsable de la Policía, de los encargados de perseguir el delito y detener a los delincuentes, incluidos los religiosos que delinquen.
Para suerte de Mayor Oreja, nosotros no somos una sociedad democrática mayor de edad. Y su partido está muy ocupado con aviones oficiales, con imputados por corrupción, con la caza del juez Garzón, con la sucesión de Rajoy...o calla porque está de acuerdo. De modo que seguiremos asistiendo a la proliferación de exabruptos y yo no podré eludir a mis vigorosos condicionantes a la hora de escribir.
“Tú sola quedas con el deseo,/con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío,/sino el deseo de todos,/malvados, inocentes, enamorados o canallas./ Tierra, tierra y deseo,/ una forma perdida”.
“Los fantasmas del deseo”. ‘La realidad y el deseo’, Luis Cernuda 1936.
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