Aún hoy distingo la falacia del merengue. Ambos empalagan, la primera la mente y el segundo el paladar. Y el consumo de ambos es libre y por tanto, opcional.
Mi elección es clara, el merengue. Lo que no quita para que otros elijan la falacia y los más ávidos, ambos. Ignoro si es glotonería o degustación. Puede que incluso al final se convierta en adicción y como tal, en embriagadora del sentido y de la percepción.
Por ello no es de extrañar que algunos vean burros volando, aunque la acémila esté pegada al suelo y no levante un palmo del piso. Y mucho menos ha de extrañar que vean en una urna a un sustitutivo del clero y le otorguen capacidades y actos propios de sacerdotes pero no de cajas transparentes.
No soy docto en absoluciones, pero a día de hoy mis ojos ven. Y las paredes transparentes de la urna me permiten ver el interior y dentro sólo veo sobres. Papeles inmóviles esperando la mano que los rescate y los ojos que los escruten. Nada más. No atisbo mutación, presencia o capacidad salvo para designar, que no es poco, a los representantes de las instituciones en Europa o en España.
Sin embargo hay amasadores de falacias que otorgan a esta caja poderes que escapan a mi entendimiento, pero que demasiados glotones o degustadores están dispuestos a engullir con sumo deleite. Aseguraría que incluso con un cierto goce espiritual.
No me preocupa demasiado la exposición del producto en el escaparate, sabiendo que está destinado a los adictos con el sentido y la percepción embriagada. Lo que sí me preocupa es que algunos portadores de la pluma que deberían mantener una dieta estricta, se lancen a promocionar estos ‘bocaditos de gloria’ como si fueran accionistas de la empresa amasadora de falacias.
Pecador, “ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris…”, pero no confundas la iglesia con el tribunal de justicia, y mucho menos con el colegio electoral.
Mi elección es clara, el merengue. Lo que no quita para que otros elijan la falacia y los más ávidos, ambos. Ignoro si es glotonería o degustación. Puede que incluso al final se convierta en adicción y como tal, en embriagadora del sentido y de la percepción.
Por ello no es de extrañar que algunos vean burros volando, aunque la acémila esté pegada al suelo y no levante un palmo del piso. Y mucho menos ha de extrañar que vean en una urna a un sustitutivo del clero y le otorguen capacidades y actos propios de sacerdotes pero no de cajas transparentes.
No soy docto en absoluciones, pero a día de hoy mis ojos ven. Y las paredes transparentes de la urna me permiten ver el interior y dentro sólo veo sobres. Papeles inmóviles esperando la mano que los rescate y los ojos que los escruten. Nada más. No atisbo mutación, presencia o capacidad salvo para designar, que no es poco, a los representantes de las instituciones en Europa o en España.
Sin embargo hay amasadores de falacias que otorgan a esta caja poderes que escapan a mi entendimiento, pero que demasiados glotones o degustadores están dispuestos a engullir con sumo deleite. Aseguraría que incluso con un cierto goce espiritual.
No me preocupa demasiado la exposición del producto en el escaparate, sabiendo que está destinado a los adictos con el sentido y la percepción embriagada. Lo que sí me preocupa es que algunos portadores de la pluma que deberían mantener una dieta estricta, se lancen a promocionar estos ‘bocaditos de gloria’ como si fueran accionistas de la empresa amasadora de falacias.
Pecador, “ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris…”, pero no confundas la iglesia con el tribunal de justicia, y mucho menos con el colegio electoral.
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