Hoy es uno de esos días en que los demonios que habitan en nuestro interior se hacen patentes. La verdad es que comenzaron a dar señales de vida ayer por la tarde, puede incluso que lo hicieran unos días antes, pero es hoy cuando asumo su presencia. Y no es fácil. Convivo con ellos, y no es fácil.
Miro al horizonte y nada hay. Quizás no debería esperar ver algo, pero no puedo renunciar a la esperanza de ver más allá de esa línea imaginaria. Contemplo a mis hijos, y hoy, no ayer ni mañana, pienso que sólo por ellos merece la pena seguir, pero también pienso si no estarían mejor sin mí. Lo mismo de siempre, demasiadas preguntas sin respuesta y un camino, apretar los dientes y seguir adelante.
En tiempos de crisis no hay recetas mágicas, pero sí fórmulas o asideros para no caer al vacío: futuro e ilusión. Dos conceptos unidos, puede que complementarios; más ignoro si debo tener ilusión por el futuro o es el futuro el que traerá la ilusión.
Miro. Busco. No veo, ni encuentro brotes verdes. Quizás sean sólo una ilusión o quizás sean el futuro. Escribía José María Ridao, en El País de ayer, un artículo sobre estos brotes verdes (indicios según la vicepresidenta De la Vega de recuperación económica) que califica de metáfora y destaca la capacidad de generar debates más emocionales que reflexivos, cuando “las metáforas abandonan el ámbito estético de la poesía e ingresan en el terreno práctico de la política”.
Y añade, “Quien habla de brotes verdes provoca en el oyente el mismo efecto que el visionario que señala un punto de luz en el horizonte: hace que todos los ojos se vuelvan en la misma dirección y, acto seguido, desencadena una ruidosa disputa entre crédulos e incrédulos, entre quienes no sólo ven la luz, sino que la ven con creciente nitidez, y quienes no distinguen ningún signo anunciador de nuevas claridades. Las diferencias entre unos y otros no tienen solución, puesto que, en rigor lo que les separa no es sólo ver la luz, sino la creencia de si existe o no existe en realidad”. ‘Brotes en el jardín de al lado’, José María Ridao, El País, lunes 18 de mayo de 2009.
Y yo que no veo más allá de la línea del horizonte, tampoco niego al otro la posibilidad de ver, de mirar y de encontrar. Entre la credulidad y la incredulidad me quedo con la metáfora. Prefiero detenerme en las lágrimas del poeta, que son las palabras sobre el papel.
Mañana será otro día. Puede que abrir los ojos sirva para ver. Los demonios seguirán ahí, pero quizás sólo estén latentes.
Miro al horizonte y nada hay. Quizás no debería esperar ver algo, pero no puedo renunciar a la esperanza de ver más allá de esa línea imaginaria. Contemplo a mis hijos, y hoy, no ayer ni mañana, pienso que sólo por ellos merece la pena seguir, pero también pienso si no estarían mejor sin mí. Lo mismo de siempre, demasiadas preguntas sin respuesta y un camino, apretar los dientes y seguir adelante.
En tiempos de crisis no hay recetas mágicas, pero sí fórmulas o asideros para no caer al vacío: futuro e ilusión. Dos conceptos unidos, puede que complementarios; más ignoro si debo tener ilusión por el futuro o es el futuro el que traerá la ilusión.
Miro. Busco. No veo, ni encuentro brotes verdes. Quizás sean sólo una ilusión o quizás sean el futuro. Escribía José María Ridao, en El País de ayer, un artículo sobre estos brotes verdes (indicios según la vicepresidenta De la Vega de recuperación económica) que califica de metáfora y destaca la capacidad de generar debates más emocionales que reflexivos, cuando “las metáforas abandonan el ámbito estético de la poesía e ingresan en el terreno práctico de la política”.
Y añade, “Quien habla de brotes verdes provoca en el oyente el mismo efecto que el visionario que señala un punto de luz en el horizonte: hace que todos los ojos se vuelvan en la misma dirección y, acto seguido, desencadena una ruidosa disputa entre crédulos e incrédulos, entre quienes no sólo ven la luz, sino que la ven con creciente nitidez, y quienes no distinguen ningún signo anunciador de nuevas claridades. Las diferencias entre unos y otros no tienen solución, puesto que, en rigor lo que les separa no es sólo ver la luz, sino la creencia de si existe o no existe en realidad”. ‘Brotes en el jardín de al lado’, José María Ridao, El País, lunes 18 de mayo de 2009.
Y yo que no veo más allá de la línea del horizonte, tampoco niego al otro la posibilidad de ver, de mirar y de encontrar. Entre la credulidad y la incredulidad me quedo con la metáfora. Prefiero detenerme en las lágrimas del poeta, que son las palabras sobre el papel.
Mañana será otro día. Puede que abrir los ojos sirva para ver. Los demonios seguirán ahí, pero quizás sólo estén latentes.
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