La sensibilidad no tiene porque ir acompañada del gusto, pero si debería acompañar a la cultura. A cualquier expresión cultural. En tiempos no muy lejanos se asociaba la sensibilidad hacia la cultura con la izquierda y la desafección hacia ésta con la derecha. Fruto sin duda de las persecuciones de los sistemas y los pensamientos totalitarios hacia cualquier atisbo de crítica o labor creativa no tutelada. Como es obvio se identificaban esos sistemas y pensamientos totalitarios sólo con una parte del espectro ideológico, olvidando por ejemplo gulags y similares centros de retiro y recreo para los denominados disidentes.
En estados democráticos, actitudes como la mantenida por una parte del espectro ideológico respecto a los actores y otros representantes de la cultura española y su derecho a expresarse y manifestarse han contribuido a mantener en el tiempo esa percepción. Y eso a pesar del burdo intento de alguno de los máximos exponentes de ese espectro ideológico de envolverse con las páginas de Azaña, Cernuda y Alberti.
Las torpezas y las renuncias de la izquierda en éste como en otros campos han permitido a la otra parte del espectro ideológico enarbolar banderas ajenas a su esencia y enhebrar discursos en defensa de algo en lo que ni siquiera cree, pero estima le aportará beneficios al menos a corto plazo.
En la ciudad en la que habito estamos viviendo uno de esos episodios de torpeza y renuncia y de banderas y discursos. El Ayuntamiento, gobernado en coalición por PSOE e IU, ha destruido una escultura, previamente retirada de la vía pública. Indiscutiblemente, una muestra de falta de sensibilidad y desafectación hacia la cultura.
La escultura, ‘Inercias’, estaba compuesta por unas aguadas (técnica combinada con dibujos a pluma) urbanas pintadas en círculos sostenidos por una estructura metálica de color cobalto y púrpura. Era obra de un artista local, David Padilla, que la vendió hace 10 años al Ayuntamiento, entonces gobernado por el PP, por 4 millones de pesetas (24.000 euros), sin imaginar que su obra acabaría convertida en chatarra. Formaba parte de un proyecto de museo al aire libre, de ahí su ubicación en la vía pública.
El concejal socialista del área municipal responsable de la destrucción de la escultura ha afirmado que ha sido “un error” y la oposición municipal, el PP, acusa al Ayuntamiento de “destrucción del patrimonio municipal” y amenaza con presentar una denuncia en los tribunales.
El primero, como tantos otros políticos (basta con mirar a algún ex ministro en el Congreso de los Diputados), no va a asumir responsabilidad alguna por el error y los segundos no parecen dispuestos a dar explicaciones de porqué un ayuntamiento con graves problemas económicos se permite el lujo de gastarse 4 millones de pesetas de 1999 en una escultura. No cuestiono el precio de la obra, ya que está sujeto a la tasación del artista y al propio mercado del arte, pero sí me parece discutible el hecho de que un Ayuntamiento de una capital de provincia con amplias carencias se permita en ese apartado un gasto de esa cuantía con cargo a las arcas públicas.
El artista, que ha calificado el acto de “vandalismo institucional”, ha recibido disculpas del Ayuntamiento y el compromiso de encargarle una obra similar a la destruida. Y un grupo de profesores de la Universidad, solidario con David Padilla, ha calificado el hecho de “atropello” y afirma que “se han vulnerado sus derechos como autor y se ha desestimado la importancia de la imagen como creación, en este caso el respeto que merece toda obra artística”.
Bien es cierto que la escultura no gustaba, entre los que me encuentro, a muchos, del mismo modo que también es cierto que su ubicación deslucía la obra. Sin embargo, eso no debería implicar la insensibilidad y la desafectación. El propio Padilla lo corroboraba “es la insensibilidad municipal por el arte, con independencia de que guste más o menos”.
En estados democráticos, actitudes como la mantenida por una parte del espectro ideológico respecto a los actores y otros representantes de la cultura española y su derecho a expresarse y manifestarse han contribuido a mantener en el tiempo esa percepción. Y eso a pesar del burdo intento de alguno de los máximos exponentes de ese espectro ideológico de envolverse con las páginas de Azaña, Cernuda y Alberti.
Las torpezas y las renuncias de la izquierda en éste como en otros campos han permitido a la otra parte del espectro ideológico enarbolar banderas ajenas a su esencia y enhebrar discursos en defensa de algo en lo que ni siquiera cree, pero estima le aportará beneficios al menos a corto plazo.
En la ciudad en la que habito estamos viviendo uno de esos episodios de torpeza y renuncia y de banderas y discursos. El Ayuntamiento, gobernado en coalición por PSOE e IU, ha destruido una escultura, previamente retirada de la vía pública. Indiscutiblemente, una muestra de falta de sensibilidad y desafectación hacia la cultura.
La escultura, ‘Inercias’, estaba compuesta por unas aguadas (técnica combinada con dibujos a pluma) urbanas pintadas en círculos sostenidos por una estructura metálica de color cobalto y púrpura. Era obra de un artista local, David Padilla, que la vendió hace 10 años al Ayuntamiento, entonces gobernado por el PP, por 4 millones de pesetas (24.000 euros), sin imaginar que su obra acabaría convertida en chatarra. Formaba parte de un proyecto de museo al aire libre, de ahí su ubicación en la vía pública.
El concejal socialista del área municipal responsable de la destrucción de la escultura ha afirmado que ha sido “un error” y la oposición municipal, el PP, acusa al Ayuntamiento de “destrucción del patrimonio municipal” y amenaza con presentar una denuncia en los tribunales.
El primero, como tantos otros políticos (basta con mirar a algún ex ministro en el Congreso de los Diputados), no va a asumir responsabilidad alguna por el error y los segundos no parecen dispuestos a dar explicaciones de porqué un ayuntamiento con graves problemas económicos se permite el lujo de gastarse 4 millones de pesetas de 1999 en una escultura. No cuestiono el precio de la obra, ya que está sujeto a la tasación del artista y al propio mercado del arte, pero sí me parece discutible el hecho de que un Ayuntamiento de una capital de provincia con amplias carencias se permita en ese apartado un gasto de esa cuantía con cargo a las arcas públicas.
El artista, que ha calificado el acto de “vandalismo institucional”, ha recibido disculpas del Ayuntamiento y el compromiso de encargarle una obra similar a la destruida. Y un grupo de profesores de la Universidad, solidario con David Padilla, ha calificado el hecho de “atropello” y afirma que “se han vulnerado sus derechos como autor y se ha desestimado la importancia de la imagen como creación, en este caso el respeto que merece toda obra artística”.
Bien es cierto que la escultura no gustaba, entre los que me encuentro, a muchos, del mismo modo que también es cierto que su ubicación deslucía la obra. Sin embargo, eso no debería implicar la insensibilidad y la desafectación. El propio Padilla lo corroboraba “es la insensibilidad municipal por el arte, con independencia de que guste más o menos”.
En el fondo (o en la superficie) somos todos unos talibanes.
ResponderEliminarUna aperta.
Sí, pero no sólo por acción, sino también de pensamiento y eso es lo terrible.
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