El río de mierda que nos envuelve en esta rutina diaria vomitada por radios, televisiones y periódicos abotarga nuestros sentidos hasta tal punto que pudiera parecer nos niega la posibilidad de retorno.
Y en esa negación nos sentimos asfixiados por ese hedor desprendido de la realidad diaria y atemorizados por la nada desdeñable posibilidad de que ese río se desborde y arrase cuerpos y mentes y hasta ese imaginario El Dorado que adoptamos y convertimos en nuestro new life’s style.
En este escenario en que nos movemos por voluntad más ajena que propia y en el que sin embargo todos llevamos nuestra pequeña o gran carga de triunfos y fracasos, de acciones y omisiones, de culpa y complicidad, aún cabe la posibilidad de retornar a través de las pequeñas cosas, menospreciadas y minusvaloradas en tiempos de opulencia y que sin embargo pueden darnos la pausa necesaria para volver a caminar con los pies en el suelo.
Cantaba La Lupe que “la vida es puro teatro” y olvidamos que el teatro era un mundo de sueños para transformarlo en un espacio de pesadillas. Pasamos de disfrutar con la interpretación de los papeles asignados a padecer en cualquier actuación, incluso en aquella en la que sólo éramos figurantes. Y hasta el pequeño éxito que suponía lograr una aparición con frase se convirtió en el mayor de los fracasos y en la excusa perfecta para abandonar, como si la función fuera a parar por nosotros.
Quizás sea momento de volver a sueños como aquellos de libertad, fraternidad e igualdad y de renunciar a pesadillas revestidas de sueños en las que alcanzábamos la cima del mundo. Ya no es tiempo de posar junto al emperador en ranchos e islas para la posteridad, cuando algunos eran tan implacables que creyeron que la correa adornaba su cuello y tan infalibles que no quisieron ver como les estrangulaba.
Todos en mayor o menor medida tocamos con los dedos esa cima. Renunciamos a los sueños para abrazar ese new life’s style y ahora al contemplar ese río de mierda debemos aceptar que para cruzarlo o para que no se desborde hay que mancharse la ropa.
Y en esa negación nos sentimos asfixiados por ese hedor desprendido de la realidad diaria y atemorizados por la nada desdeñable posibilidad de que ese río se desborde y arrase cuerpos y mentes y hasta ese imaginario El Dorado que adoptamos y convertimos en nuestro new life’s style.
En este escenario en que nos movemos por voluntad más ajena que propia y en el que sin embargo todos llevamos nuestra pequeña o gran carga de triunfos y fracasos, de acciones y omisiones, de culpa y complicidad, aún cabe la posibilidad de retornar a través de las pequeñas cosas, menospreciadas y minusvaloradas en tiempos de opulencia y que sin embargo pueden darnos la pausa necesaria para volver a caminar con los pies en el suelo.
Cantaba La Lupe que “la vida es puro teatro” y olvidamos que el teatro era un mundo de sueños para transformarlo en un espacio de pesadillas. Pasamos de disfrutar con la interpretación de los papeles asignados a padecer en cualquier actuación, incluso en aquella en la que sólo éramos figurantes. Y hasta el pequeño éxito que suponía lograr una aparición con frase se convirtió en el mayor de los fracasos y en la excusa perfecta para abandonar, como si la función fuera a parar por nosotros.
Quizás sea momento de volver a sueños como aquellos de libertad, fraternidad e igualdad y de renunciar a pesadillas revestidas de sueños en las que alcanzábamos la cima del mundo. Ya no es tiempo de posar junto al emperador en ranchos e islas para la posteridad, cuando algunos eran tan implacables que creyeron que la correa adornaba su cuello y tan infalibles que no quisieron ver como les estrangulaba.
Todos en mayor o menor medida tocamos con los dedos esa cima. Renunciamos a los sueños para abrazar ese new life’s style y ahora al contemplar ese río de mierda debemos aceptar que para cruzarlo o para que no se desborde hay que mancharse la ropa.
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