No hay revolución en el siglo XX más hermosa que la ‘revolución de los claveles”, ni alguna que levantara más esperanza que la ‘revolución de los barbudos’. La primera fue un ejemplo de cómo finiquitar una dictadura con el dictador de Portugal, Salazar, ya muerto; es decir, como desbaratar la herencia. La segunda, para desalojar del poder en Cuba al dictador Batista, fue un sueño. Ninguna de ellas se fraguó contra el poder legalmente establecido, sino contra la falta de libertad y los abusos de dos dictadores. Algo muy distinto a lo que pasó en países como España y Chile, donde un sector del ejército se levantó en armas para subvertir el gobierno legal (algo que parece innecesario recordar en la primera década del siglo XXI, pero que conviene hacer ante tanto “revisionismo” histórico interesado).
Como cantaba Pablo Milanés en referencia a Cuba, “amo esta isla”, aunque yo obviamente no soy del Caribe. Y amé y soñé esa revolución que se produjo cuando yo ni siquiera aún había nacido.
Una revolución que como recuerda Guillermo Cabrera Infante en su obra póstuma “Cuerpos divinos” (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010), fue el final de un proceso: "Las revoluciones son el final de un proceso de las ideas, no el principio, y es siempre un proceso cultural, nunca político. Cuando interviene la política -o mejor los políticos- no se produce una revolución, sino un golpe de Estado, y el proceso cultural se detiene para dar lugar a un programa político. La cultura entonces se convierte en una rama de la propaganda. Es decir, las ilusiones de la cultura, el sueño de la razón, se transforman en pesadilla".
Sólo he estado una vez físicamente en Cuba, en la parte Oriental de la Isla, Santiago de Cuba, y en La Habana. Pero del mismo modo que visité París de la mano de Alfredo Bryce Echenique desde un ‘sillón Voltaire’ con “La vida exagerada de Martín Romaña” y “El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz” o Barcelona, con Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza, siempre de una forma u otra (literatura, música, cine….) vuelvo a la Isla.
Ahora retorno a La Habana con la obra póstuma de Cabrera Infante y de la mano de Juan Goytisolo (‘La Habana de un infante en nada difunto’, El País, domingo, 25 de Abril de 2010), como también hiciera no ha mucho con Juan Cruz en otras páginas del mismo diario (‘Caín resucita en noviembre’, El País, viernes, 12 de marzo de 2010).
No he leído este libro de Cabrera Infante, porque la economía de guerra impuesta por la falta de laboro me imposibilita su compra, pero coincido con Goytisolo en su respuesta a uno de los héroes del Granma, el comandante William Gálvez, cuando en un encuentro reciente entre ambos el militar afirmó que Cabrera “no era cubano”; “No hay escritor, escribe Goytisolo, que lo sea más que él. La Habana y Guillermo son ya indisociables. Los vencedores se truecan siempre en fiscales de la historia, pero no estoy muy convencido de que ésta les absuelva, como sinceramente creían hace cincuenta y tantos años”.
Las dictaduras nunca pudieron acallar las palabras de escritores y trovadores. Cuando se trata de Cuba, siempre recomiendo la lectura de “Persona non grata”, del escritor chileno y Premio Cervantes, Jorge Edwards. Y de Cabrera Infante, me quedo a pesar de “Tres tristes tigres”, con “La Habana para un infante difunto”.
Para mí hay otros escritores cubanos asociados a La Habana como Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima o Abilio Estévez. Y otros escritores y trovadores que han hecho gala de su cubanía; pero es cierto, como dice Goytisolo, no hay escritor más cubano que Guillermo Cabrera Infante; ni músico, con permiso de Benny Moré, que Bebo Valdés.
Como cantaba Pablo Milanés en referencia a Cuba, “amo esta isla”, aunque yo obviamente no soy del Caribe. Y amé y soñé esa revolución que se produjo cuando yo ni siquiera aún había nacido.
Una revolución que como recuerda Guillermo Cabrera Infante en su obra póstuma “Cuerpos divinos” (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010), fue el final de un proceso: "Las revoluciones son el final de un proceso de las ideas, no el principio, y es siempre un proceso cultural, nunca político. Cuando interviene la política -o mejor los políticos- no se produce una revolución, sino un golpe de Estado, y el proceso cultural se detiene para dar lugar a un programa político. La cultura entonces se convierte en una rama de la propaganda. Es decir, las ilusiones de la cultura, el sueño de la razón, se transforman en pesadilla".
Sólo he estado una vez físicamente en Cuba, en la parte Oriental de la Isla, Santiago de Cuba, y en La Habana. Pero del mismo modo que visité París de la mano de Alfredo Bryce Echenique desde un ‘sillón Voltaire’ con “La vida exagerada de Martín Romaña” y “El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz” o Barcelona, con Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza, siempre de una forma u otra (literatura, música, cine….) vuelvo a la Isla.
Ahora retorno a La Habana con la obra póstuma de Cabrera Infante y de la mano de Juan Goytisolo (‘La Habana de un infante en nada difunto’, El País, domingo, 25 de Abril de 2010), como también hiciera no ha mucho con Juan Cruz en otras páginas del mismo diario (‘Caín resucita en noviembre’, El País, viernes, 12 de marzo de 2010).
No he leído este libro de Cabrera Infante, porque la economía de guerra impuesta por la falta de laboro me imposibilita su compra, pero coincido con Goytisolo en su respuesta a uno de los héroes del Granma, el comandante William Gálvez, cuando en un encuentro reciente entre ambos el militar afirmó que Cabrera “no era cubano”; “No hay escritor, escribe Goytisolo, que lo sea más que él. La Habana y Guillermo son ya indisociables. Los vencedores se truecan siempre en fiscales de la historia, pero no estoy muy convencido de que ésta les absuelva, como sinceramente creían hace cincuenta y tantos años”.
Las dictaduras nunca pudieron acallar las palabras de escritores y trovadores. Cuando se trata de Cuba, siempre recomiendo la lectura de “Persona non grata”, del escritor chileno y Premio Cervantes, Jorge Edwards. Y de Cabrera Infante, me quedo a pesar de “Tres tristes tigres”, con “La Habana para un infante difunto”.
Para mí hay otros escritores cubanos asociados a La Habana como Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima o Abilio Estévez. Y otros escritores y trovadores que han hecho gala de su cubanía; pero es cierto, como dice Goytisolo, no hay escritor más cubano que Guillermo Cabrera Infante; ni músico, con permiso de Benny Moré, que Bebo Valdés.
Hay unos cuantos escritores tan representativos. Pedro Juan Gutiérrez es un ejemplo. Muy grande. Por cierto, haz uso de la biblioteca, es la mejor manera de llegar a todos esos libros que no compramos... Aunque antes que "La Habana para un infante difunto" te recomiendo "La trilogía sucia de La Habana" de Pedro Juan. Un saludo, Carlos
ResponderEliminarRakel, no he leído "La trilogía sucia de La Habana", aunque había oído y leído sobre ella. Es cierto que la cubanía está presente en más autores de los que menciono, y también es cierto que hay otros autores que pretenden hacer gala de ella, sin acercarse remotamente a los mencionados. Un beso.
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