Cuentan que los niños son crueles; por la inocencia y el desconocimiento. Pero cuando la crueldad proviene de un adulto no cabe ni una, ni otro. El adulto es cruel a conciencia, busca zaherir y no repara en medios para lograrlo. En ocasiones hasta gusta de hacerlo en público y no desdeña la oportunidad de exhibirse brindada por una ventana en un periódico.
Es el caso de Juan Manuel de Prada, quien escribía en ABC, el pasado sábado, 17 de abril de 2010, “Villarejeando” (http://www.abc.es/20100417/opinion-firmas/villarejeando-20100417.html), una columna en la que ponía a caldo al ex fiscal Jiménez Villarejo por su ardor oral en el ya célebre acto de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, haciendo uso en esa columna de su libertad de expresión, del mismo modo que lo hizo el ex fiscal en el citado acto.
Pero esa misma libertad de expresión no puede servir de coartada para atacar a Pasqual Maragall, ex alcalde de Barcelona y ex presidente de la Generalitat de Cataluña, por su asistencia a dicho acto, utilizando su condición de enfermo de Alzheimer.
Tengo la fortuna de haber nacido y vivido en Madrid. Ciudad que ha disfrutado de dos magníficos alcaldes, Carlos III y Enrique Tierno Galván. Al primero, lo conozco y reconozco como tal por eso de preservar la memoria a través de la historia (algo que curiosamente hoy muchos tratan de borrar o alterar), y al segundo, como administrado durante sus mandatos municipales. Ambos, con detractores y defensores, perviven en la memoria de los madrileños.
En Barcelona, Pasqual Maragall también pervive en la memoria de los barceloneses. Con aciertos y con errores como alcalde cambió la fisonomía de la ciudad y la subió a eso que algunos denominan el tren de la modernidad. De modo que no sería exagerado afirmar que la memoria de Maragall la constituye la propia ciudad condal y está abierta al mar.
El Alzheimer borra el mapa de la memoria de aquellos que lo padecen. Nunca el de los demás, que pueden transitar por las rutas de la memoria individual y colectiva. Aún a sabiendas de que nadie es ajeno a padecer esta enfermedad y por tanto, a ser testigo de cómo se desvanecen las líneas de los itinerarios de la memoria.
Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución de 1978, padeció también Alzheimer. El suyo era un mar de olvido, frente al cual la desmemoria de Maragall parece una laguna. Su hijo Albert Solé nos ha dejado un documental “Bucarest, la memoria pérdida”, por la “reivindicación de la memoria, de la dignidad y del propio orgullo”; un recorrido por la enfermedad de su padre. Tampoco el ex presidente Suárez ha escapado de este mal y su memoria habita ahora la tierra del olvido.
Prada, reconocido cinéfilo, haría bien en contemplar ese documental y reflexionar sobre lo innecesario de unir la crueldad a la enfermedad, devastadora por sí misma, para criticar a un Maragall republicano y federalista.
A veces es difícil sujetar la lengua al hablar, pero es sencillo contener la pluma al escribir, porque dar libertad a la pluma no es salvoconducto alguno para pasear por la infamia.
Es el caso de Juan Manuel de Prada, quien escribía en ABC, el pasado sábado, 17 de abril de 2010, “Villarejeando” (http://www.abc.es/20100417/opinion-firmas/villarejeando-20100417.html), una columna en la que ponía a caldo al ex fiscal Jiménez Villarejo por su ardor oral en el ya célebre acto de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, haciendo uso en esa columna de su libertad de expresión, del mismo modo que lo hizo el ex fiscal en el citado acto.
Pero esa misma libertad de expresión no puede servir de coartada para atacar a Pasqual Maragall, ex alcalde de Barcelona y ex presidente de la Generalitat de Cataluña, por su asistencia a dicho acto, utilizando su condición de enfermo de Alzheimer.
Tengo la fortuna de haber nacido y vivido en Madrid. Ciudad que ha disfrutado de dos magníficos alcaldes, Carlos III y Enrique Tierno Galván. Al primero, lo conozco y reconozco como tal por eso de preservar la memoria a través de la historia (algo que curiosamente hoy muchos tratan de borrar o alterar), y al segundo, como administrado durante sus mandatos municipales. Ambos, con detractores y defensores, perviven en la memoria de los madrileños.
En Barcelona, Pasqual Maragall también pervive en la memoria de los barceloneses. Con aciertos y con errores como alcalde cambió la fisonomía de la ciudad y la subió a eso que algunos denominan el tren de la modernidad. De modo que no sería exagerado afirmar que la memoria de Maragall la constituye la propia ciudad condal y está abierta al mar.
El Alzheimer borra el mapa de la memoria de aquellos que lo padecen. Nunca el de los demás, que pueden transitar por las rutas de la memoria individual y colectiva. Aún a sabiendas de que nadie es ajeno a padecer esta enfermedad y por tanto, a ser testigo de cómo se desvanecen las líneas de los itinerarios de la memoria.
Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución de 1978, padeció también Alzheimer. El suyo era un mar de olvido, frente al cual la desmemoria de Maragall parece una laguna. Su hijo Albert Solé nos ha dejado un documental “Bucarest, la memoria pérdida”, por la “reivindicación de la memoria, de la dignidad y del propio orgullo”; un recorrido por la enfermedad de su padre. Tampoco el ex presidente Suárez ha escapado de este mal y su memoria habita ahora la tierra del olvido.
Prada, reconocido cinéfilo, haría bien en contemplar ese documental y reflexionar sobre lo innecesario de unir la crueldad a la enfermedad, devastadora por sí misma, para criticar a un Maragall republicano y federalista.
A veces es difícil sujetar la lengua al hablar, pero es sencillo contener la pluma al escribir, porque dar libertad a la pluma no es salvoconducto alguno para pasear por la infamia.
Foto: Pascual Maragall y Jordi Solé Tura, en un acto. Archivo de EFE.
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