Hay débitos que no se pagan con dinero. Cuyos intereses se abonan con el dolor y el sufrimiento y con la orfandad de justicia, de dignidad y de cierta dosis de humanidad. Y cuya amortización se contabiliza en insomnio y lágrimas.
Hay deudas del pasado contraídas con el banco del corazón. Firmadas con lazos de sangre. Cuyo impago causa una desolación infinita; consume día a día al deudor y le exila en el territorio de la tristeza, hasta llevarle en ocasiones a la frontera de la desesperación.
El acreedor nunca reclamará por el impago. Ni siquiera existe contrato o notario para dar testimonio del adeudo. Y tampoco avalistas. Y aún así, la condición de ausente, de desaparecido, del acreedor y su pervivencia en la memoria del deudor convierten ese pago en una razón vital, irrenunciable.
La vileza, la ruindad y la miseria humana son los únicos impedimentos a los que se enfrenta el deudor para finiquitar su deuda. Ayer escondidos tras un uniforme y hoy ocultos en una toga. Y siempre envueltos en patrias y banderas.
Una hipoteca de decenios (30, 40, 70 años) para lograr una tumba donde enterrar los restos de un ser querido y una lápida donde escribir su nombre y apellidos. El hilo de una vida para que la ausencia se transforme en presencia, la memoria sea una certeza y el único impago sea de lágrimas.
Hay deudas del pasado contraídas con el banco del corazón. Firmadas con lazos de sangre. Cuyo impago causa una desolación infinita; consume día a día al deudor y le exila en el territorio de la tristeza, hasta llevarle en ocasiones a la frontera de la desesperación.
El acreedor nunca reclamará por el impago. Ni siquiera existe contrato o notario para dar testimonio del adeudo. Y tampoco avalistas. Y aún así, la condición de ausente, de desaparecido, del acreedor y su pervivencia en la memoria del deudor convierten ese pago en una razón vital, irrenunciable.
La vileza, la ruindad y la miseria humana son los únicos impedimentos a los que se enfrenta el deudor para finiquitar su deuda. Ayer escondidos tras un uniforme y hoy ocultos en una toga. Y siempre envueltos en patrias y banderas.
Una hipoteca de decenios (30, 40, 70 años) para lograr una tumba donde enterrar los restos de un ser querido y una lápida donde escribir su nombre y apellidos. El hilo de una vida para que la ausencia se transforme en presencia, la memoria sea una certeza y el único impago sea de lágrimas.
Foto: La ARMH entrega a las familias los cuerpos de 10 represaliados en La Bañeza. Tomada de http://www.memoriahistorica.org/modules.php?name=News&file=article&sid=1149&mode=thread&order=0&thold=0.
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