Hay instantes en que todo parece perdido, lo vivido y lo que queda por vivir. Y ese intervalo parece inmutable, imperecedero, casi eterno, aunque no es más que un grano en un reloj de arena y sólo se necesita abrir ojos y espíritu para adquirir la consciencia que lleva al entendimiento.
En el Norte soplan fríos vientos y la lluvia pinta de rayas el cielo gris. Y ese paisaje invernal cala en el ánimo y alimenta la inquietud. Son tiempos de aguacero, y hay que aguantar el chaparrón, incluso a cielo abierto y sintiendo como el agua moja el rostro y no logra borrar el dibujo de la piel.
En el Sur sale el sol. Casi siempre brilla el sol. Sus rayos llegan al corazón y dan luz a la mente. El mar de olivos y la mar bañan los límites de nuestra memoria, y a partir de ella se puede esbozar el futuro. Ahí habita la esperanza, ajena a los predicadores del desastre negados para convencer e ilusionar e incapaces pese a su empeño de robar el mañana.
No existe un tratado de supervivencia. Habrá que escribirlo cada día, a sabiendas de que siempre se ha de pagar un precio con monedas de dos caras: el sosiego y la angustia, el aguacero y el sol. Y entendiendo que con o sin espejos en la palabra nítida y transparente tiene cabida nuestra plena desnudez.
En el Norte soplan fríos vientos y la lluvia pinta de rayas el cielo gris. Y ese paisaje invernal cala en el ánimo y alimenta la inquietud. Son tiempos de aguacero, y hay que aguantar el chaparrón, incluso a cielo abierto y sintiendo como el agua moja el rostro y no logra borrar el dibujo de la piel.
En el Sur sale el sol. Casi siempre brilla el sol. Sus rayos llegan al corazón y dan luz a la mente. El mar de olivos y la mar bañan los límites de nuestra memoria, y a partir de ella se puede esbozar el futuro. Ahí habita la esperanza, ajena a los predicadores del desastre negados para convencer e ilusionar e incapaces pese a su empeño de robar el mañana.
No existe un tratado de supervivencia. Habrá que escribirlo cada día, a sabiendas de que siempre se ha de pagar un precio con monedas de dos caras: el sosiego y la angustia, el aguacero y el sol. Y entendiendo que con o sin espejos en la palabra nítida y transparente tiene cabida nuestra plena desnudez.
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