Hay días en que desde el puerto, cualquier puerto, no se vislumbran barcos en la línea del horizonte. Ni se les espera, al ignorar su rumbo y no tener tampoco conocimiento del propio destino.
En esos días el aire se vuelve denso; la traquea se estrecha y oprime la esperanza. Los negros augurios envenenan el corazón y nublan la mente. Y los mensajeros sólo portan malas nuevas, profecías de devastación que borran el mañana.
La caverna enturbia las palabras, niega el oxígeno en forma de futuro y abre el tiempo del Apocalipsis. Pero deja una rendija para mostrarnos al becerro, mudo salvapatrias, cuya incapacidad y debilidad trata de cubrir con oro.
Perdida la inocencia, aparece la existencia en su plena desnudez. No nos gusta, porque nos muestra sin afeites, pero tampoco somos ya capaces de romper los espejos. No hallamos sosiego. Y la angustia nos trae la noche.
En esos días el aire se vuelve denso; la traquea se estrecha y oprime la esperanza. Los negros augurios envenenan el corazón y nublan la mente. Y los mensajeros sólo portan malas nuevas, profecías de devastación que borran el mañana.
La caverna enturbia las palabras, niega el oxígeno en forma de futuro y abre el tiempo del Apocalipsis. Pero deja una rendija para mostrarnos al becerro, mudo salvapatrias, cuya incapacidad y debilidad trata de cubrir con oro.
Perdida la inocencia, aparece la existencia en su plena desnudez. No nos gusta, porque nos muestra sin afeites, pero tampoco somos ya capaces de romper los espejos. No hallamos sosiego. Y la angustia nos trae la noche.
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