Ayer me levanté jacobino. Sin guillotina, pero jacobino. Y algo romántico. Aún a sabiendas de que ni vendemos el alma al diablo, ni levantamos barricadas y por supuesto estamos dispuesto a renunciar a la capacidad reivindicativa colectiva en aras del “No pasarán” y defendiendo el mal menor.
Remedando a Antonio Machado y su "Autorretrato": “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina”, pero mis palabras brotan de manantial sereno y no diría yo que soy un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra. Es más, diría que de estos últimos quedan pocos.
Como el poeta “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/ y el coro de los grillos que cantan a la luna./ A distinguir me paro las voces de los ecos”, aunque soy consciente de la abundancia de esos tenores y de ese coro de grillos y de que hoy se escucha más el eco que la voz e incluso afirmaría que hay profusión de ventrílocuos.
También “Converso con el hombre que siempre va conmigo”, pero a diferencia de Machado no espero hablar a Dios un día y simplemente me conformo con hablar solo y no responderme, como una esperanza de cordura.
“Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”. Con la venia de las parcas, una moneda bajo la lengua y la sangre jacobina yerta en las venas.
Remedando a Antonio Machado y su "Autorretrato": “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina”, pero mis palabras brotan de manantial sereno y no diría yo que soy un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra. Es más, diría que de estos últimos quedan pocos.
Como el poeta “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/ y el coro de los grillos que cantan a la luna./ A distinguir me paro las voces de los ecos”, aunque soy consciente de la abundancia de esos tenores y de ese coro de grillos y de que hoy se escucha más el eco que la voz e incluso afirmaría que hay profusión de ventrílocuos.
También “Converso con el hombre que siempre va conmigo”, pero a diferencia de Machado no espero hablar a Dios un día y simplemente me conformo con hablar solo y no responderme, como una esperanza de cordura.
“Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”. Con la venia de las parcas, una moneda bajo la lengua y la sangre jacobina yerta en las venas.
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