En el año 92 en la Terminal de salidas del aeropuerto de Barajas (Madrid) perdí una de mis 7 vidas porque “era lo mejor”. También porque “era lo mejor” abandoné mi ciudad y aterricé en la que habito.
Sólo han pasado 18 años, pero desde entonces desconfío de “lo mejor” y de “me lo merezco” (en singular o en plural). Así que cada vez que oigo eso tan recurrente de “tenemos lo que merecemos”, no puedo evitar mirar con incredulidad y algo de fastidio al que asevera ese merecimiento.
El último “merecedor” de su suerte es el juez Baltasar Garzón. El magistrado jiennense nunca ha sido del agrado de los demócratas, lo que hace obvio el desagrado que genera entre los no demócratas. Un rechazo que se ha convertido en una cacería y que ha llevado a siniestros personajes de mente sucias, corazón negro y presuntas manos limpias a llevarlo a los tribunales, desde distintos frentes, pero con un objetivo común: cobrar su cabeza.
Estos cazadores han encontrado un excelente compañero de montería en el juez Luciano Varela del Tribunal Supremo, cuyo auto “más parece una sentencia condenatoria que una resolución en fase instructora” y cuyas “consecuencias inmediatas serían la suspensión cautelar de Garzón y a su extrañamiento de la Audiencia Nacional” (“La aberración”, editorial del 8 de febrero de 2010 en “El País”).
¿El delito de Garzón? Incumplir la ley de pedir cuentas a los intocables. Dotar de cara, ojos y verbo a las peticiones de justicia de los ausentes, a los habitantes de fosas, pozos y cunetas. Y además, osar poner sobre la mesa los nombres de algunos de los responsables de la represión y los asesinatos. Demasiado para los herederos de aquellos que durante 40 renunciaron a la justicia para profundizar en la injusticia y en la arbitrariedad. Esos mismos herederos, domiciliados en la casa común de la serpiente, que ahora agitan el revanchismo y se rasgan las vestiduras por un “guerracivilismo” postmoderno, cuando ellos y sus progenitores se beneficiaron de la verdadera Guerra Civil y propiciaron la revancha durante 4 décadas.
El juez Garzón no se merece esto, entre otras cosas porque aunque nuestro ordenamiento jurídico haya desterrado la Justicia Universal, conceptualmente es irrenunciable y nadie la ha encarnado como él.
Tampoco para nosotros es lo mejor, ni nos merecemos un país en el que algunos jueces ataquen la libertad de expresión con condenas-mordaza como la aplicada al director de la SER, Daniel Anido, y a su redactor jefe de Informativos, Rodolfo Irago, o ataquen la propia justicia con instrucciones como la realizada contra el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Siempre cabe el recurso, pero el daño ya está hecho y evidencia que la serpiente sigue anidando entre nosotros.
18 años más tarde puedo decir sin desconfianza que “lo mejor” que tengo son mis hijos y que “no merecen” heredar un país donde pilares básicos como la libertad de expresión y la Justicia están en peligro, porque se ampara a sus detractores y se persigue a aquellos que mejor representan los cimientos de un estado democrático.
Sólo han pasado 18 años, pero desde entonces desconfío de “lo mejor” y de “me lo merezco” (en singular o en plural). Así que cada vez que oigo eso tan recurrente de “tenemos lo que merecemos”, no puedo evitar mirar con incredulidad y algo de fastidio al que asevera ese merecimiento.
El último “merecedor” de su suerte es el juez Baltasar Garzón. El magistrado jiennense nunca ha sido del agrado de los demócratas, lo que hace obvio el desagrado que genera entre los no demócratas. Un rechazo que se ha convertido en una cacería y que ha llevado a siniestros personajes de mente sucias, corazón negro y presuntas manos limpias a llevarlo a los tribunales, desde distintos frentes, pero con un objetivo común: cobrar su cabeza.
Estos cazadores han encontrado un excelente compañero de montería en el juez Luciano Varela del Tribunal Supremo, cuyo auto “más parece una sentencia condenatoria que una resolución en fase instructora” y cuyas “consecuencias inmediatas serían la suspensión cautelar de Garzón y a su extrañamiento de la Audiencia Nacional” (“La aberración”, editorial del 8 de febrero de 2010 en “El País”).
¿El delito de Garzón? Incumplir la ley de pedir cuentas a los intocables. Dotar de cara, ojos y verbo a las peticiones de justicia de los ausentes, a los habitantes de fosas, pozos y cunetas. Y además, osar poner sobre la mesa los nombres de algunos de los responsables de la represión y los asesinatos. Demasiado para los herederos de aquellos que durante 40 renunciaron a la justicia para profundizar en la injusticia y en la arbitrariedad. Esos mismos herederos, domiciliados en la casa común de la serpiente, que ahora agitan el revanchismo y se rasgan las vestiduras por un “guerracivilismo” postmoderno, cuando ellos y sus progenitores se beneficiaron de la verdadera Guerra Civil y propiciaron la revancha durante 4 décadas.
El juez Garzón no se merece esto, entre otras cosas porque aunque nuestro ordenamiento jurídico haya desterrado la Justicia Universal, conceptualmente es irrenunciable y nadie la ha encarnado como él.
Tampoco para nosotros es lo mejor, ni nos merecemos un país en el que algunos jueces ataquen la libertad de expresión con condenas-mordaza como la aplicada al director de la SER, Daniel Anido, y a su redactor jefe de Informativos, Rodolfo Irago, o ataquen la propia justicia con instrucciones como la realizada contra el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Siempre cabe el recurso, pero el daño ya está hecho y evidencia que la serpiente sigue anidando entre nosotros.
18 años más tarde puedo decir sin desconfianza que “lo mejor” que tengo son mis hijos y que “no merecen” heredar un país donde pilares básicos como la libertad de expresión y la Justicia están en peligro, porque se ampara a sus detractores y se persigue a aquellos que mejor representan los cimientos de un estado democrático.
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