Desde el martes oficialmente somos 3’5 millones de desheredados. ¡Y subiendo! De seguir así tendremos que cerrar el país por derribo e irnos debajo del puente o a la puerta de la iglesia. Pero eso sí, con estilo, con glamour, que una cosa es ser un desheredado y otra muy distinta es engrosar también la fila de los desarrapados.
Si comparamos la situación con la de la última gran crisis, la del 73, la del petróleo, podemos concluir que como país hemos avanzado. No sólo por una cuestión estética, sino, y más importante, porque hemos madurado como sociedad y nos enfrentamos a una situación límite con calma, sin estridencias, atrincherados en nuestras casas (puede que alguno incluso ideológicamente), esperando que la crisis revierta y podamos regresar al bienestar de la vivienda propia, el auto en la puerta y el televisor de plasma. A fin de cuentas hemos pasado de una crisis en blanco y negro a una crisis en color.
De esos 3´5 millones de sin empleo, 900.000 no recibimos prestación económica. Es decir, carecemos de ingresos reconocidos. Un compañero me decía ayer que es imposible, que un país con 4 millones de parados no tira. A primera hora de la mañana una chica contaba en la radio que lleva 14 meses sin trabajo y ya no sabe qué hacer, a dónde acudir.
Las previsiones siguen siendo muy malas, el desempleo alcanzará el 19´5 por ciento y el número de parados se aproximará a los 5 millones. Pero no todo son malas noticias, el incremento del paro en febrero ha sido inferior al de enero, no es consuelo, pero algunos creen que empiezan a oír el “clonk” del fondo.
No nos engañemos. Estamos en el medio del túnel y no se ve luz al fondo. Hemos perdido el laboro, podemos perder la vivienda, la familia… podemos perder una vida. Y aún así tendremos que levantarnos. Podemos perderlo todo o casi todo, menos la esperanza. Sí, es duro. Día tras día como la chica de la radio, sin saber qué hacer, dónde enviar el currículum, dónde ir a buscar trabajo. Pero si perdemos la esperanza. Entonces si será verdad que no tiramos, ni como país, ni como personas.
Si comparamos la situación con la de la última gran crisis, la del 73, la del petróleo, podemos concluir que como país hemos avanzado. No sólo por una cuestión estética, sino, y más importante, porque hemos madurado como sociedad y nos enfrentamos a una situación límite con calma, sin estridencias, atrincherados en nuestras casas (puede que alguno incluso ideológicamente), esperando que la crisis revierta y podamos regresar al bienestar de la vivienda propia, el auto en la puerta y el televisor de plasma. A fin de cuentas hemos pasado de una crisis en blanco y negro a una crisis en color.
De esos 3´5 millones de sin empleo, 900.000 no recibimos prestación económica. Es decir, carecemos de ingresos reconocidos. Un compañero me decía ayer que es imposible, que un país con 4 millones de parados no tira. A primera hora de la mañana una chica contaba en la radio que lleva 14 meses sin trabajo y ya no sabe qué hacer, a dónde acudir.
Las previsiones siguen siendo muy malas, el desempleo alcanzará el 19´5 por ciento y el número de parados se aproximará a los 5 millones. Pero no todo son malas noticias, el incremento del paro en febrero ha sido inferior al de enero, no es consuelo, pero algunos creen que empiezan a oír el “clonk” del fondo.
No nos engañemos. Estamos en el medio del túnel y no se ve luz al fondo. Hemos perdido el laboro, podemos perder la vivienda, la familia… podemos perder una vida. Y aún así tendremos que levantarnos. Podemos perderlo todo o casi todo, menos la esperanza. Sí, es duro. Día tras día como la chica de la radio, sin saber qué hacer, dónde enviar el currículum, dónde ir a buscar trabajo. Pero si perdemos la esperanza. Entonces si será verdad que no tiramos, ni como país, ni como personas.
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