No hay recreación del boxeo como la realizada en el cine. Del mismo modo que no hay mejor estampa de un boxeador que su posado con los guantes en alto y la mirada desafiante para ser atrapado en la cámara de un fotógrafo o en el lienzo de un pintor. Tampoco creo que haya mejor descripción de un perdedor o del mito caído que la del boxeador y su KO vital, realizada con palabras por algunos literatos.
Como tantas otras cosas el boxeo no admite medias tintas, lo que un poeta denominaba pastelitos de merengue. O te gusta, o lo detestas. Si no te gusta, no hay nada que hacer; te parecerá una atrocidad, una demostración de barbarie, que dos personas suban a un ring a enfrentarse a puñetazos. Que el sudor se mezcle con la sangre, y que los cuerpos abandonen el baile nacido en sus pies para acabar serpenteando por el aire antes de caer a la lona. No querrás entender nada de las reglas del pugilismo y mucho menos de la nobleza de los boxeadores. Del camino de sacrificio exigido para enfundarte unos guantes, de las horas en el gimnasio golpeando un saco, de las miles de fintas dibujadas ante el contrincante imaginario o de los sueños encerrados en un cuadrilátero de 16 cuerdas.
Si te gusta, incluso aunque no sea de forma apasionada, eres capaz de ver esas cosas y de disfrutar el ambiente especial de los combates en directo. El sábado en la ciudad que habito se celebró una velada de boxeo y una vez más, no pude ir. Era la VI Velada de Boxeo que promovían los hermanos Buendía, Raúl y Jesús, ya saben esos dos hermanos con apellido de novela de García Márquez y apasionados del boxeo. Me hubiera gustado ir, pero celebrábamos el cumpleaños de mis peques y ellos sí son mi pasión.
Dicen que las pasiones pueden cegarnos, mientras que una degustación nos hace apreciar los más variados aspectos de lo degustado. Para mí el boxeo se acerca más a la degustación que a la pasión. Quizás porque me sigue pareciendo una metáfora de la vida, que me hace sentir simpatía e incluso admiración hacia el encajador, el boxeador que se faja en el cuadrilátero y que acaba mordiendo la lona para volverse a levantar. Puede que ese boxeador algún día alcance la victoria o puede que nunca lo haga, pero es capaz de recibir, caer y levantarse una y otra vez para alcanzar un sueño. No dudo de que su bolsa de dinero por el combate es inferior a la del campeón, pero su bolsa de la vida será infinitamente superior.
Como tantas otras cosas el boxeo no admite medias tintas, lo que un poeta denominaba pastelitos de merengue. O te gusta, o lo detestas. Si no te gusta, no hay nada que hacer; te parecerá una atrocidad, una demostración de barbarie, que dos personas suban a un ring a enfrentarse a puñetazos. Que el sudor se mezcle con la sangre, y que los cuerpos abandonen el baile nacido en sus pies para acabar serpenteando por el aire antes de caer a la lona. No querrás entender nada de las reglas del pugilismo y mucho menos de la nobleza de los boxeadores. Del camino de sacrificio exigido para enfundarte unos guantes, de las horas en el gimnasio golpeando un saco, de las miles de fintas dibujadas ante el contrincante imaginario o de los sueños encerrados en un cuadrilátero de 16 cuerdas.
Si te gusta, incluso aunque no sea de forma apasionada, eres capaz de ver esas cosas y de disfrutar el ambiente especial de los combates en directo. El sábado en la ciudad que habito se celebró una velada de boxeo y una vez más, no pude ir. Era la VI Velada de Boxeo que promovían los hermanos Buendía, Raúl y Jesús, ya saben esos dos hermanos con apellido de novela de García Márquez y apasionados del boxeo. Me hubiera gustado ir, pero celebrábamos el cumpleaños de mis peques y ellos sí son mi pasión.
Dicen que las pasiones pueden cegarnos, mientras que una degustación nos hace apreciar los más variados aspectos de lo degustado. Para mí el boxeo se acerca más a la degustación que a la pasión. Quizás porque me sigue pareciendo una metáfora de la vida, que me hace sentir simpatía e incluso admiración hacia el encajador, el boxeador que se faja en el cuadrilátero y que acaba mordiendo la lona para volverse a levantar. Puede que ese boxeador algún día alcance la victoria o puede que nunca lo haga, pero es capaz de recibir, caer y levantarse una y otra vez para alcanzar un sueño. No dudo de que su bolsa de dinero por el combate es inferior a la del campeón, pero su bolsa de la vida será infinitamente superior.
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