Desde la generalidad se puede afirmar que los hombres envejecen peor que las mujeres. A ambos les faltan las fuerzas y les pasan factura los años vividos, pero mientras ellas mantienen el empuje y las ganas para hacer cosas, las que hacían antes y algunas nuevas, ellos apenas consumen su tiempo entre los paseos, el bar y el fútbol.
De hecho podría afirmarse que sin fútbol y quizás la política muchos hombres jubilados no tendrían de qué hablar y a qué dedicar su tiempo. Hay excepciones, por supuesto. Hay hombres jubilados que escriben, leen, viajan más allá del INSERSO, e incluso trabajan.
Pero la mayoría no hace nada o casi nada, y llegan a la rebelión si tienen que iniciar la gran aventura de ir a comprar al supermercado o la no menos aventurera labor de poner o quitar la mesa. Qué decir de otras ocupaciones en el hogar.
La mayoría de los hombres jubilados creen que han cumplido con haber trabajado fuera de su casa hasta los 65 años, si no han tenido la fortuna de acogerse a una prejubilación dorada tipo Telefónica, RTVE (excluyo por razones evidentes prejubilaciones modelo BBVA o similares)… que les libera antes del laboro y les asegura unos buenos ingresos.
Dudo si es la falta de ocupación lo que les lleva a profundizar en el egoísmo o simplemente son los años los que les arrojan a su práctica. Pero mientras ellas siguen entregándose, en ocasiones hasta la extenuación, a marido, hijos y nietos, ellos sólo miran por ellos mismos y tratan de que la vida gire a su alrededor, en función de sus necesidades y apetencias. Incluso acuñan frases o sentencias, de las que no tienen copywrite, pero que utilizan como si fueran sus autores de modo recurrente, tales como “para lo que me queda por vivir”, “yo ya voy a durar poco”… Frases que repiten incesantemente durante días, meses e incluso años, ajenos a la frecuencia de uso y a que tarde o temprano acertarán en su vaticinio.
Ante esta perspectiva daba algo de pavor pensar en la llegada de ese momento y lo más preocupante, abría serios interrogantes respecto a la propia capacidad de comprender que la jubilación es una retirada, a mi entender tardía, del laboro, pero no una dimisión de la vida.
Ya sé que esta reflexión no tiene demasiado valor si a quien la hace se le suponen 7 vidas; pero si un octogenario de ignotos conocimientos televisivos logra el consenso de PSOE y PP y es nombrado director de una de las principales empresas españolas, RTVE, hay esperanza. Eso sí, inversamente proporcional a la de aquellos que no peinan canas. El mensaje es claro, hay futuro, pero antes hay que sobrevivir al presente.
Se va el enterrador Luis Fernández, que nos ha privado del talento, rigor y honestidad de periodistas como Rosa María Calaf. Se marcha sin dar explicaciones, aduciendo motivos personales, y tratando de hacernos creer que hay dignidad en su despedida, cuando no es más que una especie de falsa omertá hacia sus valedores. No ha sobrevivido a su presente. Y le sustituye el ex ministro Alberto Oliart, un tardopresidente para la RTVE, a juzgar por la edad. El relevo generacional. ¿Es que no habrá otra Pilar Miró?
De hecho podría afirmarse que sin fútbol y quizás la política muchos hombres jubilados no tendrían de qué hablar y a qué dedicar su tiempo. Hay excepciones, por supuesto. Hay hombres jubilados que escriben, leen, viajan más allá del INSERSO, e incluso trabajan.
Pero la mayoría no hace nada o casi nada, y llegan a la rebelión si tienen que iniciar la gran aventura de ir a comprar al supermercado o la no menos aventurera labor de poner o quitar la mesa. Qué decir de otras ocupaciones en el hogar.
La mayoría de los hombres jubilados creen que han cumplido con haber trabajado fuera de su casa hasta los 65 años, si no han tenido la fortuna de acogerse a una prejubilación dorada tipo Telefónica, RTVE (excluyo por razones evidentes prejubilaciones modelo BBVA o similares)… que les libera antes del laboro y les asegura unos buenos ingresos.
Dudo si es la falta de ocupación lo que les lleva a profundizar en el egoísmo o simplemente son los años los que les arrojan a su práctica. Pero mientras ellas siguen entregándose, en ocasiones hasta la extenuación, a marido, hijos y nietos, ellos sólo miran por ellos mismos y tratan de que la vida gire a su alrededor, en función de sus necesidades y apetencias. Incluso acuñan frases o sentencias, de las que no tienen copywrite, pero que utilizan como si fueran sus autores de modo recurrente, tales como “para lo que me queda por vivir”, “yo ya voy a durar poco”… Frases que repiten incesantemente durante días, meses e incluso años, ajenos a la frecuencia de uso y a que tarde o temprano acertarán en su vaticinio.
Ante esta perspectiva daba algo de pavor pensar en la llegada de ese momento y lo más preocupante, abría serios interrogantes respecto a la propia capacidad de comprender que la jubilación es una retirada, a mi entender tardía, del laboro, pero no una dimisión de la vida.
Ya sé que esta reflexión no tiene demasiado valor si a quien la hace se le suponen 7 vidas; pero si un octogenario de ignotos conocimientos televisivos logra el consenso de PSOE y PP y es nombrado director de una de las principales empresas españolas, RTVE, hay esperanza. Eso sí, inversamente proporcional a la de aquellos que no peinan canas. El mensaje es claro, hay futuro, pero antes hay que sobrevivir al presente.
Se va el enterrador Luis Fernández, que nos ha privado del talento, rigor y honestidad de periodistas como Rosa María Calaf. Se marcha sin dar explicaciones, aduciendo motivos personales, y tratando de hacernos creer que hay dignidad en su despedida, cuando no es más que una especie de falsa omertá hacia sus valedores. No ha sobrevivido a su presente. Y le sustituye el ex ministro Alberto Oliart, un tardopresidente para la RTVE, a juzgar por la edad. El relevo generacional. ¿Es que no habrá otra Pilar Miró?
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