Desconozco, y tampoco tengo interés en saberlo si adquirir el conocimiento supone que no hay marcha atrás, si existe la certeza de la muerte. Pero real, no intuitiva. Me pregunto si en alguna ocasión, previamente a la muerte, hay consciencia de ella. Y no me refiero a un infarto o a un malestar que irremediablemente llegue a ese desenlace. Ni mucho menos a un presentimiento o a un presagio, si no a la infalibilidad.
Supongo que andaba preguntándome estas cosas, porque los primeros días de noviembre son propicios para reflexionar sobre ellas e incluso darle vueltas a la cabeza sin demasiado rigor. Nunca me han gustado los cementerios, ni soy aficionado a necrológicas, por lo que, aunque consciente de lo que significa la fecha del 1 de noviembre porque en Andalucía se sigue la tradición, yo siempre preferí a Larra y su Día de los Difuntos y a Zorrilla y su Don Juan Tenorio.
Así que opto por pensar en las letras en detrimento de los difuntos, aunque en ocasiones, como ahora, sea imposible hacerlo, porque la muerte, caprichosa ella, ha querido llevarse a Francisco Ayala, 70 años más tarde de su visita al presidente de la República española y también hombre de letras, Manuel Azaña.
A sus 103 años, el escritor granadino decía que ya sólo esperaba la muerte; una espera que no le ha impedido mantener claridad y compromiso. Y según hemos sabido hoy, por boca de quien le asistía, fue consciente de que se moría, y en el preámbulo de la muerte fue su anunciador. Lo que implica certeza e infalibilidad.
Al conocerse la noticia, distintos periódicos han sido generosos en fotografías, biografía y panegíricos del autor muerto e incluso prolijos en la inserción de colaboraciones loando al finado. Entre estas últimas, algunas de sus propios amigos como Luís García Montero, abundaban palabras como lucidez, dignidad, ética, comprensión, conciencia… Así que yo también busqué una palabra para él: coherencia; de fácil teoría, pero de difícil práctica. Porque entre otras muchas cosas, Francisco Ayala fue un hombre coherente, en lo personal y en lo literario. Y al parecer, también infalible.
El hombre al que la muerte vino a buscar 70 años más tarde que al presidente Azaña ha merecido en la portada de ABC el título de “la conciencia del siglo”; una conciencia republicana, una conciencia del exilio, exenta de rencor, pero conocedora de quienes carecieron de cualquier conciencia durante 100 años. Qué paradoja la de ABC, reconocer la conciencia de un siglo y no querer reconocer a los herederos de aquellos que carecieron de conciencia y empujaron entre muchos otros a Francisco Ayala al exilio.
Ahora sus cenizas reposarán en Granada.
Supongo que andaba preguntándome estas cosas, porque los primeros días de noviembre son propicios para reflexionar sobre ellas e incluso darle vueltas a la cabeza sin demasiado rigor. Nunca me han gustado los cementerios, ni soy aficionado a necrológicas, por lo que, aunque consciente de lo que significa la fecha del 1 de noviembre porque en Andalucía se sigue la tradición, yo siempre preferí a Larra y su Día de los Difuntos y a Zorrilla y su Don Juan Tenorio.
Así que opto por pensar en las letras en detrimento de los difuntos, aunque en ocasiones, como ahora, sea imposible hacerlo, porque la muerte, caprichosa ella, ha querido llevarse a Francisco Ayala, 70 años más tarde de su visita al presidente de la República española y también hombre de letras, Manuel Azaña.
A sus 103 años, el escritor granadino decía que ya sólo esperaba la muerte; una espera que no le ha impedido mantener claridad y compromiso. Y según hemos sabido hoy, por boca de quien le asistía, fue consciente de que se moría, y en el preámbulo de la muerte fue su anunciador. Lo que implica certeza e infalibilidad.
Al conocerse la noticia, distintos periódicos han sido generosos en fotografías, biografía y panegíricos del autor muerto e incluso prolijos en la inserción de colaboraciones loando al finado. Entre estas últimas, algunas de sus propios amigos como Luís García Montero, abundaban palabras como lucidez, dignidad, ética, comprensión, conciencia… Así que yo también busqué una palabra para él: coherencia; de fácil teoría, pero de difícil práctica. Porque entre otras muchas cosas, Francisco Ayala fue un hombre coherente, en lo personal y en lo literario. Y al parecer, también infalible.
El hombre al que la muerte vino a buscar 70 años más tarde que al presidente Azaña ha merecido en la portada de ABC el título de “la conciencia del siglo”; una conciencia republicana, una conciencia del exilio, exenta de rencor, pero conocedora de quienes carecieron de cualquier conciencia durante 100 años. Qué paradoja la de ABC, reconocer la conciencia de un siglo y no querer reconocer a los herederos de aquellos que carecieron de conciencia y empujaron entre muchos otros a Francisco Ayala al exilio.
Ahora sus cenizas reposarán en Granada.
Foto: Krum Krumov / Fundación Francisco Ayala/ 19 03 2007.
El escritor durante la inauguración de la nueva sede de su Fundación, en el Palacete Alcázar Genil de Granada, en marzo de 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario