En la ciudad que habito han intentado dar gato por liebre. Supongo que esto será habitual en muchos eventos organizados con dinero de las arcas municipales. El caso es que para asegurar la asistencia a la entrega de los premios de un festival de cine documental han programado un concierto de Jorge Drexler, entre medias de esa entrega y de la proyección de un documental interpretado por el cantautor uruguayo.
Además, en esta ciudad por obra y falta de arte de su alcaldesa se ha impuesto como norma que cualquier acto organizado por el Ayuntamiento incumplirá su horario, así que el evento previsto para las ocho de la tarde ha arrancado a las ocho y media.
Pese a ello, mi santa y yo, previo pago de la entrada (algo que una vez en el teatro escenario del acto he comprobado que era algo exótico, porque un elevado número de asistentes lo hacían por la patilla), hemos asistido impasibles a la entrega de galardones para disfrutar con posterioridad del concierto.
Parece obvio, uno va a un concierto a escuchar a un cantante interpretar sus temas en directo; pero la obviedad no es tal cuando además tienes que soportar aplausos a destiempo, acompañamientos supuestamente rítmicos y los coros de una parte del público que es capaz de entonar la melodía y de otra parte, mayoritaria, que canta tan mal como yo. Y sin embargo, cuando hay talento en el escenario y se tira de talento, todos esos inconvenientes se convierten en nimiedades.
Es cierto que uno anda algo oxidado en esto de las salidas nocturnas y asistencia a eventos culturales, pero no es menos cierto que a uno por los años le acompaña un cierto bagaje de asistencia a conciertos musicales. De modo que puedo afirmar sin margen de duda que asistimos a un magnífico concierto; con una puesta en escena sobria, porque un artista sobrado no necesita de arropamientos. Y porque ese mismo artista buscaba una comunión con el público a través de su música y sus letras, pero también a través de esa puesta en escena. Quizás, y esto es una impresión, porque daba la sensación de que él tampoco estaba muy a gusto con la fórmula elegida para este concierto, que además cerraba una gira de dos años con 160 actuaciones en 16 países.
Poco puedo decir, salvo que si no han escuchado a Jorge Drexler, lo hagan sin demora. Porque entre otras cosas descubrirán que ya le habían escuchado en bandas sonoras e incluso en algún spot publicitario; al margen, claro es, del bochornoso espectáculo de la candidatura de su tema “Al otro lado del río” a las estatuillas doradas de Hollywood, que para más inri sería agraciado con el Oscar. Ya saben, aquella que interpretó (sic) Antonio Banderas acompañado de Carlos Santana y que el propio Drexler, tras recibir el premio, reivindicó a capella.
La música como tantas otras cosas es una cuestión de gustos, pero en esta ocasión sugiero que además de a la música, presten atención a la letra. Drexler es un poeta, un narrador de lo cotidiano, de lo cercano… un trovador de la vida cuyas virtudes son una guitarra y la voz. La música y la palabra.
El fin de la velada, al gusto del consumidor, entre el concierto y la proyección del documental parieron un intervalo de 20 minutos; demasiado para unos padres que disfrutaban excepcionalmente de una noche de asueto. Tocó cena y después copa. Y el deseo de poder ver ese documental en otro momento, más idóneo, y sin necesidad de trampas y cebos.
Además, en esta ciudad por obra y falta de arte de su alcaldesa se ha impuesto como norma que cualquier acto organizado por el Ayuntamiento incumplirá su horario, así que el evento previsto para las ocho de la tarde ha arrancado a las ocho y media.
Pese a ello, mi santa y yo, previo pago de la entrada (algo que una vez en el teatro escenario del acto he comprobado que era algo exótico, porque un elevado número de asistentes lo hacían por la patilla), hemos asistido impasibles a la entrega de galardones para disfrutar con posterioridad del concierto.
Parece obvio, uno va a un concierto a escuchar a un cantante interpretar sus temas en directo; pero la obviedad no es tal cuando además tienes que soportar aplausos a destiempo, acompañamientos supuestamente rítmicos y los coros de una parte del público que es capaz de entonar la melodía y de otra parte, mayoritaria, que canta tan mal como yo. Y sin embargo, cuando hay talento en el escenario y se tira de talento, todos esos inconvenientes se convierten en nimiedades.
Es cierto que uno anda algo oxidado en esto de las salidas nocturnas y asistencia a eventos culturales, pero no es menos cierto que a uno por los años le acompaña un cierto bagaje de asistencia a conciertos musicales. De modo que puedo afirmar sin margen de duda que asistimos a un magnífico concierto; con una puesta en escena sobria, porque un artista sobrado no necesita de arropamientos. Y porque ese mismo artista buscaba una comunión con el público a través de su música y sus letras, pero también a través de esa puesta en escena. Quizás, y esto es una impresión, porque daba la sensación de que él tampoco estaba muy a gusto con la fórmula elegida para este concierto, que además cerraba una gira de dos años con 160 actuaciones en 16 países.
Poco puedo decir, salvo que si no han escuchado a Jorge Drexler, lo hagan sin demora. Porque entre otras cosas descubrirán que ya le habían escuchado en bandas sonoras e incluso en algún spot publicitario; al margen, claro es, del bochornoso espectáculo de la candidatura de su tema “Al otro lado del río” a las estatuillas doradas de Hollywood, que para más inri sería agraciado con el Oscar. Ya saben, aquella que interpretó (sic) Antonio Banderas acompañado de Carlos Santana y que el propio Drexler, tras recibir el premio, reivindicó a capella.
La música como tantas otras cosas es una cuestión de gustos, pero en esta ocasión sugiero que además de a la música, presten atención a la letra. Drexler es un poeta, un narrador de lo cotidiano, de lo cercano… un trovador de la vida cuyas virtudes son una guitarra y la voz. La música y la palabra.
El fin de la velada, al gusto del consumidor, entre el concierto y la proyección del documental parieron un intervalo de 20 minutos; demasiado para unos padres que disfrutaban excepcionalmente de una noche de asueto. Tocó cena y después copa. Y el deseo de poder ver ese documental en otro momento, más idóneo, y sin necesidad de trampas y cebos.
Acertada y aguda crítica de un concierto del que yo también disfrute.
ResponderEliminarJuan, disfrutamos del concierto, pero podían habernos ahorrado el resto programando el concierto sin aditivos.
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