Leo que ha comenzado la retirada de símbolos franquistas en la vía pública de Barcelona. Imagino el disgusto de los nostálgicos y la conversión de esta retirada en munición de gran calibre contra catalanes, rojos, masones y demás desechos de tienta, que deberían ser juzgados por tribunales terrenales, condenados y expuestos en la plaza mayor, ya que no conviene dejar todo al albur del juicio de Dios y de la historia.
Yo como los gatos ando cerca del suelo, aunque de vez en cuando tienda a las alturas. Y no lo hago sólo en mi callejón, sino en otros territorios, propios o ajenos. Que eso sí, tengo la delicadeza de no marcar. Trato de que mis sentidos estén despiertos, a ser posible más que yo, y que a ser posible también lleguen a donde yo no alcanzo.
Hace 15 años, deambulando como un gato, descubrí en el suelo de la ciudad en la que habito uno de esos resquicios del franquismo que con naturalidad conviven entre nosotros, sin que en muchas ocasiones seamos capaces de verlos o percibirlos (basta mirar las placas metálicas de las viviendas de protección oficial donde perviven el yugo y las flechas). Mi resquicio es una tapa de registro, que lucía, pulidos por las pisadas, el yugo y las flechas. Este descubrimiento supuso que durante un tiempo buscara en mi deambular otras tapas como aquella; una búsqueda fructífera porque a pocos metros descubrí otra tapa de registro luciendo su correspondiente yugos y flechas.
Lo pensé muchas veces. Incluso se lo comenté a una amiga fotógrafa; pero sólo hace 3 meses me decidí por fin a hacer la fotografía de la tapa con el yugo y las flechas. La vida a menudo se ríe de nosotros y el tiempo ha querido que una de las calles en las que hay una de esas tapas haya cambiado su nombre y ostente ahora el de un pintor, un bohemio que representa lo contrario a lo que aún, y pese a quien pese, simbolizan ese yugo y esas flechas. Pese a ese guiño de la vida, no entiendo que cueste tanto cambiar una simple tapa de registro.
Yo como los gatos ando cerca del suelo, aunque de vez en cuando tienda a las alturas. Y no lo hago sólo en mi callejón, sino en otros territorios, propios o ajenos. Que eso sí, tengo la delicadeza de no marcar. Trato de que mis sentidos estén despiertos, a ser posible más que yo, y que a ser posible también lleguen a donde yo no alcanzo.
Hace 15 años, deambulando como un gato, descubrí en el suelo de la ciudad en la que habito uno de esos resquicios del franquismo que con naturalidad conviven entre nosotros, sin que en muchas ocasiones seamos capaces de verlos o percibirlos (basta mirar las placas metálicas de las viviendas de protección oficial donde perviven el yugo y las flechas). Mi resquicio es una tapa de registro, que lucía, pulidos por las pisadas, el yugo y las flechas. Este descubrimiento supuso que durante un tiempo buscara en mi deambular otras tapas como aquella; una búsqueda fructífera porque a pocos metros descubrí otra tapa de registro luciendo su correspondiente yugos y flechas.
Lo pensé muchas veces. Incluso se lo comenté a una amiga fotógrafa; pero sólo hace 3 meses me decidí por fin a hacer la fotografía de la tapa con el yugo y las flechas. La vida a menudo se ríe de nosotros y el tiempo ha querido que una de las calles en las que hay una de esas tapas haya cambiado su nombre y ostente ahora el de un pintor, un bohemio que representa lo contrario a lo que aún, y pese a quien pese, simbolizan ese yugo y esas flechas. Pese a ese guiño de la vida, no entiendo que cueste tanto cambiar una simple tapa de registro.
A mi no me molestan los símbolos del franquismo. Es más, soy partidaria de no quitarlos. Recuerdo que en uno de mis viajes con mis sobrinos por alguna ciudad de España nos encontramos con una rotonda en medio de la cual lucia una gloriosa y grandilocuente estatua ecuestre. Fue mi sobrina Dariya, la que no se decide entre estudiar medicina o bellas artes, la que hizo un comentario sobre ella bajo ojo crítico como incipiente futura artista. Lo cierto es que confundió al personaje con nada más y nada menos que el Conde Duque de Olivares (o alguien así de esa época). Fue otro de mis sobrinos, Epicuro, el que la corrigió, Tú eres tonta, no ves que ese es el General Palafox. Si que estáis los dos bien en historia para no reconocer a ese cabronazo, les dije, y sobre todo tú Epi, experto en las dos grandes guerras.
ResponderEliminarEl caso es que la visión de la estatua nos dio pie para hablar un poco sobre historia y de una guerra civil, que ya no sólo para mí, sino más bien para ellos, es ya muy arcaica, pero que la gente sigue queriéndola mantener presente en el candelabro, recordándonos una vez más que o eres de Barça o de los Galácticos.
La historia es inamovible. Mal que nos pese no la podemos hacer desaparecer como si se tratara de un manchón en un expediente y pienso que no debiéramos olvidarla jamás, pero eso si, vista de una manera imparcial y distendida, como algo que ya pasó, de la que debiéramos aprender, y que jamás debiera volver a repetirse.
Amen.
Me encanta ese párrafo: Yo como los gatos ando cerca del suelo, aunque de vez en cuando tienda a las alturas. Y no lo hago sólo en mi callejón, sino en otros territorios, propios o ajenos. Que eso sí, tengo la delicadeza de no marcar.
Creo que me la voy a tatuar en la piel.
Un bico
;)
PD: ¿Pisar simbolos del franquismo? jejejej
¿Te lo vas a tatuar a fuego? Creo que es un poco largo y vas a tener que tatuartelo en la espalda.
ResponderEliminarPara mí lo de los símbolos no es una cuestión de molestia,sino de que estén donde deben estar.