Una vida sin preguntas implica una vida sin respuestas. Es fácil imaginar en numerosas situaciones cotidianas la necesidad de preguntar y obtener una respuesta. Qué decir cuando la pregunta es un instrumento básico para realizar un trabajo y se niega el uso de la misma.
Esto es algo que está sucediendo cada vez con más frecuencia en España. La comparecencia ante los medios de comunicación sin permitir preguntas al compareciente. Una moda peligrosa que escamotea al periodista el ejercicio de su profesión, la posibilidad de conocer más y sobre todo de contar más, no sólo lo que el compareciente quiere contar. A la vez se vulnera el derecho a saber más del resto de la sociedad.
Hasta la fecha sólo he visto denuncias tibias sobre el particular. Alguna recomendación de alguna asociación de periodistas y poco más. Y me sorprende. Me sorprende y me inquieta que los periodistas, individual y colectivamente, no se rebelen ante una especie de censura que afecta al buen ejercicio de la profesión; que los medios de comunicación actúen como meros altavoces de estos comparecientes, menospreciando el trabajo y el criterio de sus periodistas, y que la sociedad asista impertérrita a este ejercicio de medias lenguas y acepte el consumo de un mal producto.
Es como si compráramos un coche sin motor, un libro sin páginas, un disco que no suena o una barra de pan sin miga. Si lo hacemos una vez, hay excusa, vimos el exterior y cómo íbamos a pensar lo que nos encontraríamos, o mejor dicho lo que no encontraríamos, dentro. Si lo hacemos más veces, es preocupante; la reincidencia supone estupidez o conformismo. O las dos cosas.
Y si a nadie le gusta que le llamen estúpido o conformista, menos le debería gustar serlo.
Esto es algo que está sucediendo cada vez con más frecuencia en España. La comparecencia ante los medios de comunicación sin permitir preguntas al compareciente. Una moda peligrosa que escamotea al periodista el ejercicio de su profesión, la posibilidad de conocer más y sobre todo de contar más, no sólo lo que el compareciente quiere contar. A la vez se vulnera el derecho a saber más del resto de la sociedad.
Hasta la fecha sólo he visto denuncias tibias sobre el particular. Alguna recomendación de alguna asociación de periodistas y poco más. Y me sorprende. Me sorprende y me inquieta que los periodistas, individual y colectivamente, no se rebelen ante una especie de censura que afecta al buen ejercicio de la profesión; que los medios de comunicación actúen como meros altavoces de estos comparecientes, menospreciando el trabajo y el criterio de sus periodistas, y que la sociedad asista impertérrita a este ejercicio de medias lenguas y acepte el consumo de un mal producto.
Es como si compráramos un coche sin motor, un libro sin páginas, un disco que no suena o una barra de pan sin miga. Si lo hacemos una vez, hay excusa, vimos el exterior y cómo íbamos a pensar lo que nos encontraríamos, o mejor dicho lo que no encontraríamos, dentro. Si lo hacemos más veces, es preocupante; la reincidencia supone estupidez o conformismo. O las dos cosas.
Y si a nadie le gusta que le llamen estúpido o conformista, menos le debería gustar serlo.
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