Salir a la calle y escuchar a la gente. No parece algo difícil. A mí me gusta callejear, por mi callejón y por otras calles y plazas. Debe ser hábito de gato. Así que mientras deambulo observo y escucho a la gente.
He estado unos días en Barcelona. Una visita que me ha permitido entre otras cosas pasear por el barri d’Horta (el barrio de Horta). El viernes me acerqué a la Plaça Eivissa (Plaza Ibiza) y me senté en una mesa del Quimet. Es un bar de esos de toda la vida, al que me llevó mi santa hace algunos años. Me senté fuera, en la misma mesa que hace unos meses, pedí un café y le eché un vistazo al periódico que había comprado en el kiosco de enfrente. En Barcelona tienen la costumbre de ponerte dos azucarillos con el café; yo suelo consumir sólo uno, pero me hace gracia esa costumbre. Barcelona me gusta, entre otras cosas, porque es tierra de habanos y de café.
Había otras mesas ocupadas, la de mi derecha, por dos tipos que leían el periódico, uno cada uno. A mi izquierda, un par de mesas más allá, había un par de abuelos y una abuela, a los que se sumaron al poco de estar yo allí otro par de abuelos y otra abuela.
Las abuelas de Barcelona, es algo en lo que coincidimos mi santa y yo, son diferentes a las de otros lugares, igual que las dependientas de las paradas (puestos) del mercado. La ves y enseguida dices, es de aquí. Muy maqueadas, muy pulcras y muy dispuestas. Da la sensación de que son ellas las que llevan la voz cantante, por lo menos a las de la mesa de al lado era a las que más oía; mientras los abuelos corroboraban sus comentarios. Pasaban de unos temas a otros con soltura y no tenían el menor problema en mezclarlos, que si la gente estaba cansada de los políticos y de sus promesas y por eso no había votado, que si era una indecencia el fichaje de ese futbolista por el Madrid, el luso de los 100 millones, y que como estaban los precios en el mercat d`Horta (mercado de Horta).
Yo no hablo catalán, pero entiendo una conversación por el contexto en que se desarrolla y por el conocimiento de algunas palabras o expresiones. De todas formas, los abuelos y la abuela que estaban sentados cuando yo llegué hablaban catalán, pero la abuela que vino más tarde hablaba castellano. Así que ellos hablaban en catalán y ella metía baza en castellano. No problem. En realidad, el problema lingüístico es una batalla oportunista de algunos medios de comunicación a la que algunos partidos políticos se unen, también de forma oportunista, para sacar réditos.
En las calles de Cataluña no existe el problema. Si alguna vez alguien, sin darse cuenta, por una cuestión natural y de hábito, ha hablado en mi presencia catalán con otra persona de la reunión, lo primero que ha hecho es pedirme disculpas y traducir al castellano lo que había dicho. Como es evidente cuando escucho conversaciones ajenas nadie me pide disculpas. Ni en Barcelona, ni en Madrid, ni en la ciudad en la que habito. Y cuando no entiendo algo, lo pregunto.
Mientras me tomaba el café, ojeaba el periódico y observaba y escuchaba el entorno, pensaba en lo fácil que es hacer lo que yo estaba haciendo en ese instante. Y sin embargo, lo difícil que resulta para algunos salir a la calle y escuchar.
En el siglo XXI, con un sinfín de nuevas tecnologías, seguimos teniendo problemas para comunicarnos y lo que es peor aún, no sabemos escuchar. Así nos va.
He estado unos días en Barcelona. Una visita que me ha permitido entre otras cosas pasear por el barri d’Horta (el barrio de Horta). El viernes me acerqué a la Plaça Eivissa (Plaza Ibiza) y me senté en una mesa del Quimet. Es un bar de esos de toda la vida, al que me llevó mi santa hace algunos años. Me senté fuera, en la misma mesa que hace unos meses, pedí un café y le eché un vistazo al periódico que había comprado en el kiosco de enfrente. En Barcelona tienen la costumbre de ponerte dos azucarillos con el café; yo suelo consumir sólo uno, pero me hace gracia esa costumbre. Barcelona me gusta, entre otras cosas, porque es tierra de habanos y de café.
Había otras mesas ocupadas, la de mi derecha, por dos tipos que leían el periódico, uno cada uno. A mi izquierda, un par de mesas más allá, había un par de abuelos y una abuela, a los que se sumaron al poco de estar yo allí otro par de abuelos y otra abuela.
Las abuelas de Barcelona, es algo en lo que coincidimos mi santa y yo, son diferentes a las de otros lugares, igual que las dependientas de las paradas (puestos) del mercado. La ves y enseguida dices, es de aquí. Muy maqueadas, muy pulcras y muy dispuestas. Da la sensación de que son ellas las que llevan la voz cantante, por lo menos a las de la mesa de al lado era a las que más oía; mientras los abuelos corroboraban sus comentarios. Pasaban de unos temas a otros con soltura y no tenían el menor problema en mezclarlos, que si la gente estaba cansada de los políticos y de sus promesas y por eso no había votado, que si era una indecencia el fichaje de ese futbolista por el Madrid, el luso de los 100 millones, y que como estaban los precios en el mercat d`Horta (mercado de Horta).
Yo no hablo catalán, pero entiendo una conversación por el contexto en que se desarrolla y por el conocimiento de algunas palabras o expresiones. De todas formas, los abuelos y la abuela que estaban sentados cuando yo llegué hablaban catalán, pero la abuela que vino más tarde hablaba castellano. Así que ellos hablaban en catalán y ella metía baza en castellano. No problem. En realidad, el problema lingüístico es una batalla oportunista de algunos medios de comunicación a la que algunos partidos políticos se unen, también de forma oportunista, para sacar réditos.
En las calles de Cataluña no existe el problema. Si alguna vez alguien, sin darse cuenta, por una cuestión natural y de hábito, ha hablado en mi presencia catalán con otra persona de la reunión, lo primero que ha hecho es pedirme disculpas y traducir al castellano lo que había dicho. Como es evidente cuando escucho conversaciones ajenas nadie me pide disculpas. Ni en Barcelona, ni en Madrid, ni en la ciudad en la que habito. Y cuando no entiendo algo, lo pregunto.
Mientras me tomaba el café, ojeaba el periódico y observaba y escuchaba el entorno, pensaba en lo fácil que es hacer lo que yo estaba haciendo en ese instante. Y sin embargo, lo difícil que resulta para algunos salir a la calle y escuchar.
En el siglo XXI, con un sinfín de nuevas tecnologías, seguimos teniendo problemas para comunicarnos y lo que es peor aún, no sabemos escuchar. Así nos va.
Foto: La terrassa del Quimet, Edu Soteras.
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