Desgraciadamente es muy habitual en este país, intuyo que en otros lares también, que la compañera de un escritor se apropie del hombre en vida e intenté apoderarse a su muerte de su legado.
Cualquiera puede poner nombre y apellidos e incluso cara a este hecho, pero no pretendo que ese hecho en sí alcance relevancia. Más bien desearía lo contrario. Del mismo modo que hablo de compañera de escritor y no de compañero de escritora, porque de quien quiero escribir es de la compañera de un poeta. De una mujer, Amparitxu Gastón, compañera de Gabriel Celaya, que nos dejó el martes de la pasada semana, 24 de noviembre de 2009, que firmó varios poemas con él y además, era también poetisa.
Celaya era un poeta escondido en una ingeniería industrial al que Amparitxu sacó de su escondite para entregarlo a las letras y de paso entregarnos sus versos. Lejos de apoderarse del hombre nos descubrió al poeta y preservó su legado.
En la provincia que habito se celebra desde hace muchos años el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya de Torredonjimeno. Recuerdo que al poco tiempo de llegar aquí y con motivo de la celebración de este premio, Amparitxu acudió a recordar al desaparecido Celaya y a entregar el galardón al ganador del mismo en esa edición.
Con motivo de esa visita, Amparitxu fue entrevistada por varios medios de comunicación. Me llamó la atención de sus declaraciones la defensa que hacía de la obra y de la persona de Celaya; su ternura y su rotundidad al hablar de él. Entonces pensé que a pesar de su muerte en 1991, Celaya y Amparitxu seguían unidos por un puente invisible construido con sus vivencias, su compromiso político con el partido comunista y su obra. Imagino que las vigas de ese puente son sus versos, apuntalados en palabras sencillas, no exentas de fortaleza y belleza en el remache. Ahora ella ha cruzado definitivamente ese puente para unirse a él.
Cualquiera puede poner nombre y apellidos e incluso cara a este hecho, pero no pretendo que ese hecho en sí alcance relevancia. Más bien desearía lo contrario. Del mismo modo que hablo de compañera de escritor y no de compañero de escritora, porque de quien quiero escribir es de la compañera de un poeta. De una mujer, Amparitxu Gastón, compañera de Gabriel Celaya, que nos dejó el martes de la pasada semana, 24 de noviembre de 2009, que firmó varios poemas con él y además, era también poetisa.
Celaya era un poeta escondido en una ingeniería industrial al que Amparitxu sacó de su escondite para entregarlo a las letras y de paso entregarnos sus versos. Lejos de apoderarse del hombre nos descubrió al poeta y preservó su legado.
En la provincia que habito se celebra desde hace muchos años el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya de Torredonjimeno. Recuerdo que al poco tiempo de llegar aquí y con motivo de la celebración de este premio, Amparitxu acudió a recordar al desaparecido Celaya y a entregar el galardón al ganador del mismo en esa edición.
Con motivo de esa visita, Amparitxu fue entrevistada por varios medios de comunicación. Me llamó la atención de sus declaraciones la defensa que hacía de la obra y de la persona de Celaya; su ternura y su rotundidad al hablar de él. Entonces pensé que a pesar de su muerte en 1991, Celaya y Amparitxu seguían unidos por un puente invisible construido con sus vivencias, su compromiso político con el partido comunista y su obra. Imagino que las vigas de ese puente son sus versos, apuntalados en palabras sencillas, no exentas de fortaleza y belleza en el remache. Ahora ella ha cruzado definitivamente ese puente para unirse a él.
Foto: Amparitxu Gastón, por Morgana Vargas Llosa (El País, 24 de noviembre de 2009).
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