Piedra sobre piedra. Tres siglos convergen en otras tantas esquinas en forma de edificios monumentales. Palacios e iglesias; símbolos del poder absoluto, teocrático y omnipresente.
A unos metros espera la antigua Universidad de Baeza, la misma en la que don Antonio daba clases de francés. El aula del poeta, recreada hasta el último detalle; los mismos pupitres, el mismo sillón y la misma pizarra que cuando daba clases a los hijos de cristianos y conversos. Y el mapa de 1892, España y Portugal fundidas en una sola piel y los escudos de Cuba y Filipinas. Los mismos muros que albergaron el encuentro entre los dos poetas, don Antonio y aquel jovenzuelo venido de la vecina Granada. Él mismo que años más tarde sería inspiración de un poema de don Antonio, cuando entre Víznar y Alfacar mataron a Federico y nació la leyenda.
El hombre, el poeta y el docente con toda su grandeza y con todas sus debilidades frente al poder eclesiástico y noble. Siglos más tarde, la excelencia de la palabra ganaba la batalla. La misma que luego se perdería definitivamente en el camino a Coillure.
En otro siglo, yo deambulo por esas mismas calles, por esos mismos palacios e iglesias, contemplando los mismos muros. Lejos de Alatriste y otros aventureros de ficción; lejos de pobres, judíos y musulmanes. Es de noche. Continúo con el grupo de visitantes, cercano, pero a solas con mis pensamientos. Imaginando el encuentro entre Machado y Lorca y también imaginando el triunfo de la pluma frente a la espada y la cruz.
Y miró las piedras, los muros de piedra. Y ya no quiero arrimar el oído y escuchar los sonidos guardados durante siglos. Ahora quiero ver. Aprender a mirar.
miércoles, 26 de agosto de 2009
De paseo por Baeza (2)
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