Alguien debió avisar. Debió gritar con voz alta y clara: no se me alboroten. Pero no se hizo. Y el hipnotizador de serpientes entró en escena. Para muchos fue un regreso, pero sólo porque no están al día. Más preocupados de engullir programas nocivos para el cerebro o de jalear a descerebrados líderes, pasaron por alto la magnífica entrevista que, a principios de mayo, le hizo Iñaki Gabilondo en su “Hoy” de CNN+, un par de días antes de que el Comité de Expertos para la Reforma de la UE, que preside, entregara su informe sobre los futuros retos europeos con la vista puesta en el periodo 2020-2030.
Previamente a esa entrevista, el presidente de este Comité de 12 sabios de la UE había intervenido en sendos actos en Estados Unidos y en Europa, para adelantar algunas de las conclusiones de su informe, entre las que se defiende la energía nuclear, la entrada de Turquía en la UE, la desaparición de la jubilación anticipada, una apuesta real por la I+D+i, cambios en la política migratoria…, y como propuesta principal, la refundación de Europa.
Un informe y sus conclusiones (discutibles y debatibles) y un Comité activo, que como mínimo ponen en cuarentena la “teoría del jarrón chino” sobre los ex presidentes de gobierno en España. Una teoría que a tenor de lo visto respaldaba un elevado número de españoles, incluidos los militantes y votantes del PSOE. Al menos hasta ayer, cuando como Fidel, Felipe llegó, vio y mandó parar.
Con la excusa de la celebración del centenario del grupo parlamentario socialista en el Congreso de los Diputados, el pasado y el presente del PSOE, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, comparecieron juntos, frente a un retrato de Pablo Iglesias.
Tras su condena al ostracismo en la Sede de Gobelas (voluntaria o auspiciada por ZP), Dios, como le denominara en su día su secretario de Organización, Txiki Benegas, volvía para repartir doctrina e insuflar ánimo entre sus deprimidas y desconcertadas huestes: “Cuando las cosas van mal, militancia pura y dura”.
Ignoro cuánto durará en esta ocasión el encantamiento de serpientes, pero es indudable que ha surtido efecto. Y no sólo entre sus seguidores, sino también en una de pronto enmudecida oposición.
Las comparaciones son odiosas. González no es santo de mi devoción por el peso de las sombras; pero ayer, si no los conociéramos, no habríamos sabido identificar quién representaba el pasado y quién el presente del PSOE. Frente a un ZP, a pesar de su discurso, perdido, desanimado, agotado… emergía un González en plena forma.
Y como pese a su condición de odiosas, nadie escapa a las comparaciones, es también inevitable confrontar a este ex presidente con el que le sustituyó. No voy a extenderme, pero hay una clara diferencia entre trabajar para los demás o hacerlo para uno mismo; de igual manera que entre sumar y restar.
Apareció Felipe. Y se armó tremendo alboroto.
Previamente a esa entrevista, el presidente de este Comité de 12 sabios de la UE había intervenido en sendos actos en Estados Unidos y en Europa, para adelantar algunas de las conclusiones de su informe, entre las que se defiende la energía nuclear, la entrada de Turquía en la UE, la desaparición de la jubilación anticipada, una apuesta real por la I+D+i, cambios en la política migratoria…, y como propuesta principal, la refundación de Europa.
Un informe y sus conclusiones (discutibles y debatibles) y un Comité activo, que como mínimo ponen en cuarentena la “teoría del jarrón chino” sobre los ex presidentes de gobierno en España. Una teoría que a tenor de lo visto respaldaba un elevado número de españoles, incluidos los militantes y votantes del PSOE. Al menos hasta ayer, cuando como Fidel, Felipe llegó, vio y mandó parar.
Con la excusa de la celebración del centenario del grupo parlamentario socialista en el Congreso de los Diputados, el pasado y el presente del PSOE, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, comparecieron juntos, frente a un retrato de Pablo Iglesias.
Tras su condena al ostracismo en la Sede de Gobelas (voluntaria o auspiciada por ZP), Dios, como le denominara en su día su secretario de Organización, Txiki Benegas, volvía para repartir doctrina e insuflar ánimo entre sus deprimidas y desconcertadas huestes: “Cuando las cosas van mal, militancia pura y dura”.
Ignoro cuánto durará en esta ocasión el encantamiento de serpientes, pero es indudable que ha surtido efecto. Y no sólo entre sus seguidores, sino también en una de pronto enmudecida oposición.
Las comparaciones son odiosas. González no es santo de mi devoción por el peso de las sombras; pero ayer, si no los conociéramos, no habríamos sabido identificar quién representaba el pasado y quién el presente del PSOE. Frente a un ZP, a pesar de su discurso, perdido, desanimado, agotado… emergía un González en plena forma.
Y como pese a su condición de odiosas, nadie escapa a las comparaciones, es también inevitable confrontar a este ex presidente con el que le sustituyó. No voy a extenderme, pero hay una clara diferencia entre trabajar para los demás o hacerlo para uno mismo; de igual manera que entre sumar y restar.
Apareció Felipe. Y se armó tremendo alboroto.
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