No debería causar extrañeza el hecho de que algunos pueblos sigan optando por disparar primero y preguntar después. A fin de cuentas la historia de esos pueblos y del resto se sustenta en la sangre derramada, convenientemente acompañada por la religión, el dinero o la ideología según las circunstancias y cómo se vayan desarrollando las cosas, porque el fin siempre es el mismo: el poder.
Una vez conseguido éste o para mantenerlo es habitual el uso de coartadas para regocijo de defensores y detractores. Es entonces cuando los gobernantes tiran de guión para escudarse tras frases como la preocupación por la seguridad, el derecho a la defensa y similares, generalmente vacías de contenido y utilizadas en un contexto donde prima la ambigüedad.
Con mayor o menor éxito ésta ha sido la táctica utilizada durante siglos, que con las nuevas técnicas y tecnologías se ha perfeccionado. Una perfección que logró sus cuotas más altas con las guerras del Golfo, cuando desde el sofá y a través de la televisión asistíamos a una guerra en directo, de la que nos hacían creer que no había víctimas y por tanto, sangre derramada, y que todo se reducía a bombardeos nocturnos más cercanos a la ficción de un video juego que al desastre de la guerra.
En Occidente, con la sangre derramada pasa igual que con los muertos. Su importancia radica en la nacionalidad del propietario del cuerpo, de modo que a los ojos occidentales no es lo mismo un marine estadounidense muerto en Oriente Medio que un militar local. De igual modo que no se valora igual la muerte de un reportero que la del guía o el conductor que le acompañan (sin los cuales no podría realizar su trabajo).
Ahora, una vez más, se ha derramado sangre. Los gobernantes han tirado de guión y los gobernados se dejan llevar por la corriente. Pero la sangre derramada no es distinta a la que durante siglos ha servido como material de construcción de las distintas civilizaciones. Y ni siquiera el hecho, absolutamente reprobable, de que la sangre se haya derramado en aguas internacionales.
No se me da bien medir el tiempo, pero si nos empeñamos en su medición, resulta que 20 siglos más tarde seguimos edificando el presente sobre la sangre derramada. No aprendemos. Creemos que construimos, cuando en realidad estamos destruyendo.
Una vez conseguido éste o para mantenerlo es habitual el uso de coartadas para regocijo de defensores y detractores. Es entonces cuando los gobernantes tiran de guión para escudarse tras frases como la preocupación por la seguridad, el derecho a la defensa y similares, generalmente vacías de contenido y utilizadas en un contexto donde prima la ambigüedad.
Con mayor o menor éxito ésta ha sido la táctica utilizada durante siglos, que con las nuevas técnicas y tecnologías se ha perfeccionado. Una perfección que logró sus cuotas más altas con las guerras del Golfo, cuando desde el sofá y a través de la televisión asistíamos a una guerra en directo, de la que nos hacían creer que no había víctimas y por tanto, sangre derramada, y que todo se reducía a bombardeos nocturnos más cercanos a la ficción de un video juego que al desastre de la guerra.
En Occidente, con la sangre derramada pasa igual que con los muertos. Su importancia radica en la nacionalidad del propietario del cuerpo, de modo que a los ojos occidentales no es lo mismo un marine estadounidense muerto en Oriente Medio que un militar local. De igual modo que no se valora igual la muerte de un reportero que la del guía o el conductor que le acompañan (sin los cuales no podría realizar su trabajo).
Ahora, una vez más, se ha derramado sangre. Los gobernantes han tirado de guión y los gobernados se dejan llevar por la corriente. Pero la sangre derramada no es distinta a la que durante siglos ha servido como material de construcción de las distintas civilizaciones. Y ni siquiera el hecho, absolutamente reprobable, de que la sangre se haya derramado en aguas internacionales.
No se me da bien medir el tiempo, pero si nos empeñamos en su medición, resulta que 20 siglos más tarde seguimos edificando el presente sobre la sangre derramada. No aprendemos. Creemos que construimos, cuando en realidad estamos destruyendo.
No se si existirá vida en otros planetas o galaxias (por estadística es lo más probable) y si habrán venido alguna vez a visitarnos pero de lo que estoy seguro es que después de ver como se trata a la propia especie, no se dejen ver por lo que les pueda pasar. Javier y Montse
ResponderEliminarImaginaos, sin ni siquiera decir buenos días o preguntarte cómo te llamas se lían a tiros contigo. Un abrazo para tí y un beso para Montse y para Jorge.
ResponderEliminarOsea, que yo tratando de parecer seria y sofisticada y por aqui mezclando a ETs con Tinto.
ResponderEliminarPues nada, Carlos, que si no sabes medir el tiempo yo voy sobrada de relojes y alguno te prestaré que entenderas.
;) XD
Eauphelia, es cosa de civilizaciones. Ya sabes lo que pienso sobre el tiempo. Un bico.
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