Se apagó la voz. Y no me refiero a la literaria. Esa queda recogida en sus libros. Es cierto, no habrá más, salvo algún inédito de última hornada. Y sin embargo, se me antoja suficiente para la lectura y relectura de al menos media vida y por supuesto, para mantener un legado.
Pero este enmudecimiento definitivo implica la pérdida de la luz. Con la muerte de Saramago quedamos huérfanos de una referencia; privados de su capacidad de análisis y de la conclusión certera.
Si el cierre de su blog nos condenó a la pérdida de su magisterio periódico, su inesperada despedida (a pesar de sus 87 años) supone la desaparición de una de las pocas voces críticas, respetadas y autorizadas en la orbe, que siempre estuvo al lado de los desheredados.
Su adiós nos devuelve a la oscuridad y nos empuja a la caverna. Pero sobre todo, nos deja huérfanos en ese espacio sin definir, de compleja acotación, al que nos adscribimos aquellos que creemos o por un momento soñamos que otro mundo es posible.
La muerte de Saramago nos perturba, porque implica desorientación, ausencia de rumbo. Y porque en estos tiempos de penumbra no alcanzamos a vislumbrar siquiera el resplandor de otra luz, que aunque tenue alumbre la senda y la esperanza.
Denostado el comunismo, parece chocante que un convencido comunista haya mantenido el estandarte de la palabra y de las ideas de la izquierda en esta Europa; víctima privilegiada del neoconservadurismo de recortes sociales y laborales, ante la complicidad o el silencio de su antagonista, la socialdemocracia.
Un silencio y una complicidad que han contribuido a la desaparición y al enmudecimiento de voces críticas o alternativas al modelo imperante y que agrandan la figura del ya ausente y hacen más patente la recién adquirida orfandad.
Sin la lucidez de sus palabras y reflexiones quedamos a oscuras. Las lágrimas nos acercan a ese mar de Lanzarote, en unas islas que hoy no son afortunadas. Saramago se fue. Aún nos queda la dignidad de Gelman.
Pero este enmudecimiento definitivo implica la pérdida de la luz. Con la muerte de Saramago quedamos huérfanos de una referencia; privados de su capacidad de análisis y de la conclusión certera.
Si el cierre de su blog nos condenó a la pérdida de su magisterio periódico, su inesperada despedida (a pesar de sus 87 años) supone la desaparición de una de las pocas voces críticas, respetadas y autorizadas en la orbe, que siempre estuvo al lado de los desheredados.
Su adiós nos devuelve a la oscuridad y nos empuja a la caverna. Pero sobre todo, nos deja huérfanos en ese espacio sin definir, de compleja acotación, al que nos adscribimos aquellos que creemos o por un momento soñamos que otro mundo es posible.
La muerte de Saramago nos perturba, porque implica desorientación, ausencia de rumbo. Y porque en estos tiempos de penumbra no alcanzamos a vislumbrar siquiera el resplandor de otra luz, que aunque tenue alumbre la senda y la esperanza.
Denostado el comunismo, parece chocante que un convencido comunista haya mantenido el estandarte de la palabra y de las ideas de la izquierda en esta Europa; víctima privilegiada del neoconservadurismo de recortes sociales y laborales, ante la complicidad o el silencio de su antagonista, la socialdemocracia.
Un silencio y una complicidad que han contribuido a la desaparición y al enmudecimiento de voces críticas o alternativas al modelo imperante y que agrandan la figura del ya ausente y hacen más patente la recién adquirida orfandad.
Sin la lucidez de sus palabras y reflexiones quedamos a oscuras. Las lágrimas nos acercan a ese mar de Lanzarote, en unas islas que hoy no son afortunadas. Saramago se fue. Aún nos queda la dignidad de Gelman.
Fue muy emocionante imaginar perseguirlo hace unos cuantos años un atardecer en la Playa de Famara, la playa que le hizo quedarse en España a vivir.
ResponderEliminarJesús, ahora tendrás que seguir tirando de imaginación, se esfumó la posibilidad.
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