Ayer fue mi cumpleaños. Cuatrero por partida doble, pero sin excesos. La falta de laboro impele a un ajuste radical; una tartita y unas velas para que mis hijos soplasen más que yo, y para de contar. Aún así, a primera hora de la mañana recibí un regalo inesperado, 4 ex banqueros británicos pedían perdón por llevar a la city londinense al desastre. La disculpa no soluciona las consecuencias de su nefasta gestión, pero al menos reconforta y constituye un paso fundamental para tratarse lo suyo, porque ya se sabe que para recibir ayuda, primero hay que reconocer que se tiene un problema.
No soy un ingenuo. O tal vez sí. Por un momento trasladé este acto público de constricción al suelo patrio e imaginé a nuestros banqueros expuestos en la plaza mayor entonando el mea culpa. Imposible. Aquí estamos sobrados de soberbia y faltos de moral. ¿Cómo calificar sino la concesión de un préstamo de ¡70 millones! a un club de fútbol para fichar a un jugador?
Cuentan en las ondas que el banco de Botín afloja la mosca para hacer realidad el sueño blanco, traer al luso. Una amoralidad. El banquero se retrata y también, el club de fútbol. En tiempos confusos, alimentemos el panem et circus. No hay dinero para las empresas, no hay dinero para los ciudadanos, pero no problem para un club de balompié. Si se complican las cosas, porque los clubs de fútbol no puedan o no quieran pagar la seguridad social o cumplir con el erario público, organizamos otro evento deportivo como el mundial de nefasto recuerdo y una amnistía. Ya quisieran para sí tanta generosidad los países hispanoamericanos con su deuda externa. Así se condona la deuda y se ajusta la cuenta de resultados.
¿Y el chico en cuestión? Muy bueno con el balón en los pies, pero rápido de lengua y lento de cabeza. Antes de esta sobredosis de amoralidad del banco y de su ¿futuro? club, él en sintonía se soltaba hace unas semanas ante los medios de comunicación anunciando que valía ¡100 millones! A mí desde siempre me han dicho, ¡nene, tú vales mucho!; pero se ve que me ha faltado un agente, un descubridor y básicamente, un mecenas. Me da que se me ha pasado el arroz. De modo que a día de hoy no dan por mí ni un euro. C’est la vie, unos tanto y otros…
El número de parados se dispara, las empresas cierran, la crisis no toca fondo. ¡Ay! si la amoralidad cotizase en bolsa. ¡Ay! si en vez de un iluso fuera el luso.
No soy un ingenuo. O tal vez sí. Por un momento trasladé este acto público de constricción al suelo patrio e imaginé a nuestros banqueros expuestos en la plaza mayor entonando el mea culpa. Imposible. Aquí estamos sobrados de soberbia y faltos de moral. ¿Cómo calificar sino la concesión de un préstamo de ¡70 millones! a un club de fútbol para fichar a un jugador?
Cuentan en las ondas que el banco de Botín afloja la mosca para hacer realidad el sueño blanco, traer al luso. Una amoralidad. El banquero se retrata y también, el club de fútbol. En tiempos confusos, alimentemos el panem et circus. No hay dinero para las empresas, no hay dinero para los ciudadanos, pero no problem para un club de balompié. Si se complican las cosas, porque los clubs de fútbol no puedan o no quieran pagar la seguridad social o cumplir con el erario público, organizamos otro evento deportivo como el mundial de nefasto recuerdo y una amnistía. Ya quisieran para sí tanta generosidad los países hispanoamericanos con su deuda externa. Así se condona la deuda y se ajusta la cuenta de resultados.
¿Y el chico en cuestión? Muy bueno con el balón en los pies, pero rápido de lengua y lento de cabeza. Antes de esta sobredosis de amoralidad del banco y de su ¿futuro? club, él en sintonía se soltaba hace unas semanas ante los medios de comunicación anunciando que valía ¡100 millones! A mí desde siempre me han dicho, ¡nene, tú vales mucho!; pero se ve que me ha faltado un agente, un descubridor y básicamente, un mecenas. Me da que se me ha pasado el arroz. De modo que a día de hoy no dan por mí ni un euro. C’est la vie, unos tanto y otros…
El número de parados se dispara, las empresas cierran, la crisis no toca fondo. ¡Ay! si la amoralidad cotizase en bolsa. ¡Ay! si en vez de un iluso fuera el luso.
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