viernes, 17 de abril de 2020

Un viernes raro

Hoy tenía el día raro. Y no es porque sea viernes, ni siquiera un viernes loco de esos que se vislumbran unas botellas de Alhambra 1925 en la línea del mediodía. No sé si tendrá algo que ver el hecho de que ayer tuviera dentro de casa una de esas caídas tontas que duelen más que las listas y además te dejan con esa cara que puedan imaginar. El caso es que no me dí en la cabeza, lo que explicaría de largo mi rareza de hoy; me golpeé en la rodilla y en el pie, con resultado de contusión en ambos y leve tendencia a la cojera. Verán, yo escribo casi igual de mal con la mano izquierda que con la derecha, es un decir; pero con los pies, sin ser Maradona, cuando jugaba al fútbol le daba con los dos; de hecho, los ‘penal’ los tiraba con la izquierda, de modo que casi podría afirmar que en aquello del balompié mi pie bueno era el izquierdo. Quiero pensar que los extremismos, rayando en la estupidez y en la violencia (por ahora verbales y en redes sociales), se deben más al hecho del cautiverio que a la propia condición, aunque esto daría para un intenso y extenso debate. El asunto es que aquí me encuentro, algo cojo y escarbando en la duda de los extremos, la amputación o la conveniencia de hacerme un nudo. 
Y no había empezado mal la jornada. Recién levantado, y antes de la diaria ducha, entrevista en Efe Eme al maestro Lapido. No voy a descubrir ahora su talento ni sus conocimientos musicales y literarios, pero me ha llamado la atención que estuviera precisamente leyendo una “Antología del cuento norteamericano”, de Richard Ford, que no ha mucho despertó mi curiosidad y creo está descatalogada, ya que sus otras lecturas eran desconocidas para mí. Lo mío es más de andar por casa, terminé “Los pimientos y otros cuentos indigestos”, de Jesús Tíscar, y el poemario “Tierra de malvas”, de Yolanda Ortiz”; me he zampado “El novio del mundo”, de Felipe Benítez Reyes, y ahora me hallo inmerso en los relatos de “El llanto irisado”, de Rafael Cansinos Assens, y en la relectura de “Nuevo periodismo”, de Tom Wolfe. 
Acto seguido, nuevo tema de Bob Dylan, con reminiscencias de Walt Whitman y Poe; aunque me gustó más el anterior, “Murder Most Foul”, que me llevaba al viejo Bob. Pero qué quieren que les diga, dos temas nuevos de Dylan en apenas un mes y todavía nos quedan días de cautiverio por venir. Ignoro si es el preámbulo de un disco o de una despedida. O las dos cosas. Lo innegable es la posibilidad del lanzamiento de nuevos temas y esa aparición inesperada te alegra el día; y no precisamente al estilo de Harry Callahan. 
Y para rematar, mi amigo Paco Salas me envía una muestra de los escritos que ocupan su ‘confitamiento’; unos ripios por aquí, un artículo para prensa por allá. 
No nos engañemos, el día prometía. En qué momento y cómo se ha alterado. Lo ignoro. Lo cierto es que en un momento determinado me hallé ante el equipo de música presto a poner el primer disco del “Don Giovanni” de Mozart. A ese primer disco le siguió el segundo y por eso de continuar debates extremos y temo que absurdos me enzarcé en discernir quién sería el elegido para sustituir a Mozart, ¿Puccini o Verdi? ¿La Bohème o La Traviatta? Y aunque tengo predilección por Verdi, opté por Puccini. 
Ayer por la mañana, antes de la caída es verdad, hay que escribirlo, no tuve problemas con el jazz. Correspondieron a Chico O’Farrill los honores de comenzar, dejó paso a Patato Valdés y cerró “Calle 54”. No hubo ni debate, ni amago de debatir. Y eso que el día había tenido un comienzo menos prometedor que el de hoy. 
A primera hora de la tarde vuelve un atisbo de luz. Dos amigos han compartido en Facebook un vídeo de Kike Ganso cantando “Fuimos piquetes del sol”. Escucho esa maravilla de letra convertida en canción y sueño con una piel bañada por el sol, vestida solo con rayas de persiana. 
Convendrán conmigo en que debí haberme golpeado la cabeza y no la rodilla y el pie izquierdos. Al menos habría una explicación plausible.

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