lunes, 27 de abril de 2020

La marcha

Dicen que al final del túnel siempre hay luz. Que basta con abrir los ojos. Y sin embargo, ante la ausencia de certezas, resulta difícil de creer, hasta casi de imaginar. 
Ni siquiera oyes el ruido de aquel viejo tren, rugiendo como una bestia enfurecida con su ojo cegador. Entonces parecía veloz, pero el futuro estaba esperándote para sacarte del error. 
Tratas de escuchar un nuevo sonido en aquel paraje, ese que delata que algo no sigue igual. Nada. Es el mismo silencio con sus habituales ruidos. 
Así que avanzas. Oyendo y desoyendo a tu alrededor. Mirando a un lado y a otro sin llegar a vislumbrar algo más que las sombras. Te aferras al instinto, aunque algo, quizás sea el propio instinto, te dice que avanzas hacia la incertidumbre. 
Y a mitad de camino te asalta un recuerdo. Te viene a la cabeza el día aquel en que quizás de forma inocente preguntaste algo en apariencia más inocente aún. Cabezas agachadas, ojos mirando al suelo y las bocas cerradas, salvo un leve balbuceo o una fingida carraspera. Nadie respondió. Ni siquiera para mentir. 
Y no fue al día siguiente, ni a la semana, ni al mes. O quizás sí, solo que entonces no lo sabías. Ni siquiera te diste cuenta, hasta aquella mañana en que llamaron a tu puerta y sin disimulos te invitaron a largarte. Depositaron en tu mano un sobre, en el que adivinaste una suma suficiente de dinero, y te dieron unas secas gracias por los servicios prestados. 
Sin más. No necesitaban más. Eran los amos. Los que mandan. Y tú solo tenías dos opciones, rebelarte ante aquel poder cimentado en años de órdenes acatadas desde la absoluta sumisión o marcharte. Elegiste la segunda; no por cobardía o por falta de interés en la rebelión, sino porque sabías que aquella lucha la librarías solo y que estabas de antemano condenado a perderla. 
Abandonaste la ciudad. No era necesario mucho tiempo para empacar y despedirse de un puñado de personas. Tampoco aquel lugar merecía más que un leve giro de la cabeza y una breve mirada de esas que no se guardan. 
Te marchaste. Y esa lección si la guardaste, porque esa era de las que nunca se olvidan.

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