Guillermo Fariñas es un periodista cubano con apellido evocador de puro gallego. Un disidente del régimen de los hermanos Castro, cuya huelga de hambre reclamando la libertad de los presos políticos enfermos le ha situado en la antesala de la muerte. Una huelga de hambre que reanudó tras la muerte de otro disidente cubano, Orlando Zapata, enfermo por su estancia en las cárceles cubanas. De modo que su más que previsible muerte no va a ser la primera y tal y como pintan las cosas, ni la última.
Renunciar a la propia vida, en defensa de unas ideas, puede ser entendido como una soberana estupidez o como un acto de filantropía. Es obvio que implica un compromiso y una profunda convicción, aunque para los hermanos Castro no es más que un chantaje, ante el que por supuesto no piensan ceder.
La revolución muere justo en el momento de su triunfo. No es literal, pero es una máxima expresada por Guillermo Cabrera Infante en referencia a la revolución cubana y aplicable a cualquier otra. Lo que viene después es otro proceso y su desarrollo es por tanto distinto al propio proceso revolucionario.
Esa disparidad entre la revolución y el periodo posterior al triunfo de la revolución explica y avala la posibilidad de un cambio en los planteamientos y actitudes de aquellos que un día fueron revolucionarios y gobernantes los días posteriores. Si es evolución o involución es opinable, pero lo que no admite discusión es ese cambio de actitud.
El revolucionario y el disidente tienen varios elementos en común: luchan contra el poder establecido, reclaman libertad y un sistema político diferente al implantado y están dispuestos a dar su vida para lograr que su lucha y sus reclamaciones alcancen el éxito. Porque un revolucionario siempre es un disidente y un disidente aspira a convertirse en un revolucionario.
A la vista de la actualidad y la realidad cubana, los antiguos revolucionarios y los disidentes vigentes son incapaces de establecer roles distintos a los aprendidos y heredados. Así que la muerte sigue ocupando el espacio central de esa realidad cubana, y mientras los gobernantes dejan que la muerte sea el desenlace natural de las huelgas de hambre de los presos opositores, los disidentes continúan ofreciéndose para el sacrificio. El resultado es el inmovilismo y la inexistencia de vías alternativas para transformar esa realidad, lo que hoy en Cuba convierte en inútil la renuncia a la propia vida en defensa de unas ideas.
Renunciar a la propia vida, en defensa de unas ideas, puede ser entendido como una soberana estupidez o como un acto de filantropía. Es obvio que implica un compromiso y una profunda convicción, aunque para los hermanos Castro no es más que un chantaje, ante el que por supuesto no piensan ceder.
La revolución muere justo en el momento de su triunfo. No es literal, pero es una máxima expresada por Guillermo Cabrera Infante en referencia a la revolución cubana y aplicable a cualquier otra. Lo que viene después es otro proceso y su desarrollo es por tanto distinto al propio proceso revolucionario.
Esa disparidad entre la revolución y el periodo posterior al triunfo de la revolución explica y avala la posibilidad de un cambio en los planteamientos y actitudes de aquellos que un día fueron revolucionarios y gobernantes los días posteriores. Si es evolución o involución es opinable, pero lo que no admite discusión es ese cambio de actitud.
El revolucionario y el disidente tienen varios elementos en común: luchan contra el poder establecido, reclaman libertad y un sistema político diferente al implantado y están dispuestos a dar su vida para lograr que su lucha y sus reclamaciones alcancen el éxito. Porque un revolucionario siempre es un disidente y un disidente aspira a convertirse en un revolucionario.
A la vista de la actualidad y la realidad cubana, los antiguos revolucionarios y los disidentes vigentes son incapaces de establecer roles distintos a los aprendidos y heredados. Así que la muerte sigue ocupando el espacio central de esa realidad cubana, y mientras los gobernantes dejan que la muerte sea el desenlace natural de las huelgas de hambre de los presos opositores, los disidentes continúan ofreciéndose para el sacrificio. El resultado es el inmovilismo y la inexistencia de vías alternativas para transformar esa realidad, lo que hoy en Cuba convierte en inútil la renuncia a la propia vida en defensa de unas ideas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario