El sábado me enteré de la muerte de Dennis Hopper. Pensé en escribir unas líneas sobre él y me vino a la cabeza algo así como el adiós de un maldito. No lo hice y al día siguiente me alegré porque El País titulaba en portada el domingo “Muere Dennis Hopper, el último maldito del cine”. Estábamos de acuerdo en lo de maldito, pero, ¡qué poco originales! Cosas de plumillas.
No pretendo defenderme, Dennis Hopper siempre tuvo la etiqueta de maldito, pero lo del último me parece un exceso. Hay una nueva y larga lista de malditos en Hollywood: Robert Downey Jr, Cristian Slater, Jonnhy Depp, Kieffer Sutherland... En realidad, Hopper fue el superviviente de un cartel maldito, “Rebelde sin causa”, con un elenco de perdedores y muertes prematuras, James Dean, Sal Mineo y una posterior, aunque también prematura, Natalie Wood. Y él además encarnó como pocos aquello de sexo, drogas y rock and roll, el denominado lado oscuro de Hollywood, aplicado también a ilustres de la literatura, la música u otras artes.
Desahuciado, enterrado en vida, casi puede decirse que resucitó para dirigir y protagonizar "Easy Rider" a final de la década de los sesenta, una película imprescindible para cualquier aficionado al cine, que se convirtió en una cinta de culto.
No siempre tuvo buen ojo para elegir papeles, pero junto a “Easy Rider”, me parecen impagables sus apariciones en “La ley de la calle” (Rumble fish) y en “Terciopelo Azul” (Blue Velvet). Y a mí, admirador confeso, me sigue pareciendo genial aquella escena de “Camino sin retorno” en la que llena de merengues la cama de Jodie Foster, aunque la película tenga una discutible calidad; le recuerdo como el joven hermano pendenciero y gallito en “Los 4 hijos de Katie Elder”, ávido de enfrentarse a tiros a sus rivales John Wayne y Dean Martin, y también en aquel papel de El Diácono, en “Waterworld” (un Max Mad marino), una película considerada en su día un fracaso por su alto presupuesto y que sin embargo admite sin problemas un nuevo visionado y en la que Hopper cumple con creces en su interpretación de líder de los smokers.
Además del cine y la vida disipada tenía otras dos aficiones: la fotografía y la pintura. Hace unos años tuve la fortuna de ver una exigua exposición de su pintura en una pequeña sala del barcelonés barrio de Gracia. Pintura abstracta, de sorprendente colorido, pero eso sí con protagonismo del color negro y pinceladas de trazo grueso, como si ese carácter vital e interpretativo se plasmara en el lienzo. Como la huella del superviviente y la herencia de su bajada a los infiernos. La pintura como una reminiscencia de un luminoso lado oscuro. Cine, fotografía y pintura, el legado del talento de un maldito. Bendita maldición.
Foto: Dennis Hopper, en una visita a España. AP. "El País", 31 de octubre de 2009.
No pretendo defenderme, Dennis Hopper siempre tuvo la etiqueta de maldito, pero lo del último me parece un exceso. Hay una nueva y larga lista de malditos en Hollywood: Robert Downey Jr, Cristian Slater, Jonnhy Depp, Kieffer Sutherland... En realidad, Hopper fue el superviviente de un cartel maldito, “Rebelde sin causa”, con un elenco de perdedores y muertes prematuras, James Dean, Sal Mineo y una posterior, aunque también prematura, Natalie Wood. Y él además encarnó como pocos aquello de sexo, drogas y rock and roll, el denominado lado oscuro de Hollywood, aplicado también a ilustres de la literatura, la música u otras artes.
Desahuciado, enterrado en vida, casi puede decirse que resucitó para dirigir y protagonizar "Easy Rider" a final de la década de los sesenta, una película imprescindible para cualquier aficionado al cine, que se convirtió en una cinta de culto.
No siempre tuvo buen ojo para elegir papeles, pero junto a “Easy Rider”, me parecen impagables sus apariciones en “La ley de la calle” (Rumble fish) y en “Terciopelo Azul” (Blue Velvet). Y a mí, admirador confeso, me sigue pareciendo genial aquella escena de “Camino sin retorno” en la que llena de merengues la cama de Jodie Foster, aunque la película tenga una discutible calidad; le recuerdo como el joven hermano pendenciero y gallito en “Los 4 hijos de Katie Elder”, ávido de enfrentarse a tiros a sus rivales John Wayne y Dean Martin, y también en aquel papel de El Diácono, en “Waterworld” (un Max Mad marino), una película considerada en su día un fracaso por su alto presupuesto y que sin embargo admite sin problemas un nuevo visionado y en la que Hopper cumple con creces en su interpretación de líder de los smokers.
Además del cine y la vida disipada tenía otras dos aficiones: la fotografía y la pintura. Hace unos años tuve la fortuna de ver una exigua exposición de su pintura en una pequeña sala del barcelonés barrio de Gracia. Pintura abstracta, de sorprendente colorido, pero eso sí con protagonismo del color negro y pinceladas de trazo grueso, como si ese carácter vital e interpretativo se plasmara en el lienzo. Como la huella del superviviente y la herencia de su bajada a los infiernos. La pintura como una reminiscencia de un luminoso lado oscuro. Cine, fotografía y pintura, el legado del talento de un maldito. Bendita maldición.
Foto: Dennis Hopper, en una visita a España. AP. "El País", 31 de octubre de 2009.
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