Hay algunos que cuando se exponen en público son incapaces de resistir la luz de los focos. Ignoro si son esos mismos o unos parecidos los que se deslumbran al mirar al sol y son incapaces de ver el día. También los hay que se creen el sol, y por tanto, piensan que tienen la capacidad de deslumbrar al resto.
Van tan sobrados que sólo tienen oídos para los aduladores. Y por lo general desprecian a aquellos a los que la vida curtió y no necesitan de gafas o cualquier otro elemento para no deslumbrarse ante la luz, porque saben, entre otras cosas, que una en apariencia insignificante nube puede tapar al sol.
Algunos nunca despiertan de ese falso sueño de luz. Otros lo hacen tarde. Pero siempre hay unos pocos que tienen la fortuna de despertar a tiempo. Son aquellos que logran comprender que la vida permanentemente bajo la luz de los focos no es vida; aquellos que aunque tarde logran comprender que las personas no son objetos de usar y tirar a propia conveniencia y aquellos que descubren, en ocasiones tras descomunal caída, que es fácil, incluso demasiado fácil, subir, que a veces tampoco tiene mérito mantenerse y que la dignidad reside en saber caer o al menos, en poder levantarse.
La luz de los focos sirve para que uno sea visto, pero el peaje que exige es la miopía o la ceguera respecto a lo que esa misma luz es incapaz de alumbrar. No es bueno vivir en la penumbra. Tampoco entre tinieblas. Pero conviene recordar que el exceso de luz no es saludable.
En estos tiempos vivimos un deslumbramiento colectivo. Incapaces de ver más allá del perímetro iluminado por los focos o desviar la mirada del sol, sería bueno dejarse bañar por la luz de luna, y mirarla de vez en cuando. También ilumina, pero no deslumbra.
Van tan sobrados que sólo tienen oídos para los aduladores. Y por lo general desprecian a aquellos a los que la vida curtió y no necesitan de gafas o cualquier otro elemento para no deslumbrarse ante la luz, porque saben, entre otras cosas, que una en apariencia insignificante nube puede tapar al sol.
Algunos nunca despiertan de ese falso sueño de luz. Otros lo hacen tarde. Pero siempre hay unos pocos que tienen la fortuna de despertar a tiempo. Son aquellos que logran comprender que la vida permanentemente bajo la luz de los focos no es vida; aquellos que aunque tarde logran comprender que las personas no son objetos de usar y tirar a propia conveniencia y aquellos que descubren, en ocasiones tras descomunal caída, que es fácil, incluso demasiado fácil, subir, que a veces tampoco tiene mérito mantenerse y que la dignidad reside en saber caer o al menos, en poder levantarse.
La luz de los focos sirve para que uno sea visto, pero el peaje que exige es la miopía o la ceguera respecto a lo que esa misma luz es incapaz de alumbrar. No es bueno vivir en la penumbra. Tampoco entre tinieblas. Pero conviene recordar que el exceso de luz no es saludable.
En estos tiempos vivimos un deslumbramiento colectivo. Incapaces de ver más allá del perímetro iluminado por los focos o desviar la mirada del sol, sería bueno dejarse bañar por la luz de luna, y mirarla de vez en cuando. También ilumina, pero no deslumbra.
Qué buenas palabras. Algunos iluminados no despiertan nunca. Por eso los focos artificiales andan donde andan...
ResponderEliminarRakel, no despiertan nunca y pretenden deslumbrarte.
ResponderEliminarCueste lo que cueste, incluso la muerte, el ser humano es como la polilla; incapaz de no dejarse deslumbrar por el brillo del oropel. Un bico.
ResponderEliminarEauphelia, no todos somos polillas, quizás gusanos. Un beso.
ResponderEliminarEl problema es que la luz de la luna me deslumbra más todavía, prefiero estar como estoy.
ResponderEliminarJesús, no imaginaba un deslumbramiento lunar, si podría pensar en el deslumbramiento de las otras estrellas que no son el sol. Tú mismo.
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