Los desaparecidos, los ausentes, sobreviven en el recuerdo de sus seres queridos, de las personas que los conocieron y puede que incluso en el de los responsables de su desaparición. A veces, quizás siempre, la sociedad debería asumir la prolongación de este hilo de la vida, para evitar la pervivencia sólo en ese ámbito del recuerdo.
Esto ocurre en Arucas o Arehucas, un pequeño y hermoso pueblo de Gran Canaria, como en miles de pueblos y ciudades. Urbes donde bulle la vida, donde los desaparecidos perviven por el tesón de aquellos que aún les recuerdan y donde ahora la tierra abre sus profundidades para devolver a los que de forma involuntaria, por acción del hombre, engulló.
En Montaña Blanca no hay pureza. Antaño los pozos, como el pozo de don Paulino Granados, albergaban el agua de la vida y hoy sabemos que desde hace 70 años da cobijo a los ausentes, hospeda a la muerte. Los restos de 19 cadáveres, a más de 50 metros de profundidad y bajo 3 metros de arena y cal viva, borran el barco francés del imaginario popular. Los restos de los cables de la luz alrededor de las articulaciones, el residuo verde del cobre de esos cables en los huesos y el orificio por las balas en cráneos y mandíbulas evidencian la imposibilidad para los desaparecidos de tomar ese barco francés. Ya sé que no te fuiste mi bien, que te desaparecieron.
Las palabras fluyen como un torrente: horror, barbarie, crueldad, represión, tortura, dolor, infamia, ignominia, vileza, ruindad, repugnancia…. y pese a la abundancia de ellas, es tan difícil encontrar la adecuada para definir este paradigma de deshumanización. De igual manera es tan arduo hallar palabras idóneas para el consuelo: dignidad, justicia, vergüenza, decoro, respeto, reparación…
La tradición oral ha mantenido a modo de memoria colectiva la esperanza entre los familiares y vecinos de los ausentes, ¿quiénes eran? ¿cuántos? ¿dónde podían estar?, anotaciones en el aire que más tarde pasaron al papel a la espera del momento de la recuperación; frente al manoseo interesado de la revisión como sinónimo de revancha, la simple y necesaria recuperación. Recuerdos de los camiones de la muerte, de los pasos del horror al deslizarse a las puertas de sus casas, de las miradas esquivas… y del silencio oficial. El olor de las flores y el aroma del ron no han podido atemperar el hedor.
70 años de ausencias en la ciudad de las flores. Pendientes de que se confirme la identidad de los 19 cadáveres hallados y de que se revisen los pozos cercanos, vencedores y vencidos, víctimas y verdugos deberán afrontar la historia.
En Montaña Blanca, en el Llano de las Brujas, hay otros 3 pozos más.
Esto ocurre en Arucas o Arehucas, un pequeño y hermoso pueblo de Gran Canaria, como en miles de pueblos y ciudades. Urbes donde bulle la vida, donde los desaparecidos perviven por el tesón de aquellos que aún les recuerdan y donde ahora la tierra abre sus profundidades para devolver a los que de forma involuntaria, por acción del hombre, engulló.
En Montaña Blanca no hay pureza. Antaño los pozos, como el pozo de don Paulino Granados, albergaban el agua de la vida y hoy sabemos que desde hace 70 años da cobijo a los ausentes, hospeda a la muerte. Los restos de 19 cadáveres, a más de 50 metros de profundidad y bajo 3 metros de arena y cal viva, borran el barco francés del imaginario popular. Los restos de los cables de la luz alrededor de las articulaciones, el residuo verde del cobre de esos cables en los huesos y el orificio por las balas en cráneos y mandíbulas evidencian la imposibilidad para los desaparecidos de tomar ese barco francés. Ya sé que no te fuiste mi bien, que te desaparecieron.
Las palabras fluyen como un torrente: horror, barbarie, crueldad, represión, tortura, dolor, infamia, ignominia, vileza, ruindad, repugnancia…. y pese a la abundancia de ellas, es tan difícil encontrar la adecuada para definir este paradigma de deshumanización. De igual manera es tan arduo hallar palabras idóneas para el consuelo: dignidad, justicia, vergüenza, decoro, respeto, reparación…
La tradición oral ha mantenido a modo de memoria colectiva la esperanza entre los familiares y vecinos de los ausentes, ¿quiénes eran? ¿cuántos? ¿dónde podían estar?, anotaciones en el aire que más tarde pasaron al papel a la espera del momento de la recuperación; frente al manoseo interesado de la revisión como sinónimo de revancha, la simple y necesaria recuperación. Recuerdos de los camiones de la muerte, de los pasos del horror al deslizarse a las puertas de sus casas, de las miradas esquivas… y del silencio oficial. El olor de las flores y el aroma del ron no han podido atemperar el hedor.
70 años de ausencias en la ciudad de las flores. Pendientes de que se confirme la identidad de los 19 cadáveres hallados y de que se revisen los pozos cercanos, vencedores y vencidos, víctimas y verdugos deberán afrontar la historia.
En Montaña Blanca, en el Llano de las Brujas, hay otros 3 pozos más.
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