domingo, 29 de abril de 2018

El reflejo

Estaba de pie en el centro de la sala con una cerveza en la mano y golpeando el suelo con la punta del zapato al ritmo de la música. No le había visto nunca antes de aquella noche, pero lo que ninguna vez alcanzó a ver frente al espejo lo contempló con absoluta nitidez en aquel desconocido. Su propio reflejo. 
Se veía a sí mismo con unos años menos, pero insuficientes para dar cabida a las excusas. Imaginaba aquel trago frío y largo de cerveza resbalando por su propia garganta. Cerró los ojos y se dejó llevar por un instante por el riff de la guitarra. Los reabrió al momento. Pensó en aquella vida que le oprimía y de la cual no era capaz de escapar. No podía disimular que cada vez era más apremiante la necesidad de hallar placebos para poder afrontar la rutina del día a día. 
Vivía cuando no dormía, consciente de que necesitaba dormir para vivir. Siempre prefirió la noche al día. Aquel silencio general, pero no absoluto, roto por ruidos aislados que alcanzaban el nivel exacto de su sonoridad. 
Disfrutaba con los hielos deshaciéndose en el fondo del vaso. Le gustaban las sirenas de piernas largas y miradas perdidas acodadas en la barra. Y escuchar, casi de manera enfermiza, aquella canción que le ubicaba en un tiempo que se fue, cuando era lo que ya no puede ser. Repetía el estribillo como una letanía y escudriñaba alrededor en busca de una sonrisa o una mueca en otra cara que revelara esa complicidad intangible de los noctámbulos. 
Dirigió de nuevo su mirada al centro de la sala. Y sí, continuaba allí, de pie y con la cerveza en la mano. Recreó la imagen de un espejo roto, donde pervive el reflejo pero carente de uniformidad. Así que se observó a sí mismo como una suma de fragmentos atrapada en lágrimas de cristal. 
Los músicos anunciaron la interpretación de un tema nuevo. El primero de su próximo disco. Una canción inédita siempre genera expectación entre los seguidores de una banda. Si te gusta a la primera ¡Miau! La próxima vez que la escuches ya solo prestarás atención a los matices, la letra, los acordes… Ahora se dejaba llevar de nuevo por el sonido de la guitarra. ¡Cómo le gustaba aquel guitarreo! Parecía una conversación con la batería en la que se iba elevando sin estridencia el tono de la voz. 
Al tema inédito le siguió una versión del “Knockin’ on Heaven’s Door”, de Dylan. Sonaba a despedida, a fin del concierto. Y así fue. Cerró los ojos de nuevo. Los abrió para ver que ya no quedaba nadie y era él quien ahora ocupaba el centro de la sala. Sin cerveza en la mano y sin nadie en quien reflejarse.

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