No cabe duda de que vivimos tiempos de resurrección. Los Rolling Stones resucitan el rock en la Isla, si es que alguna vez estuvo muerto. Y nosotros, previsores o adelantados a este tiempo, resucitamos el sábado 19 de marzo, fruto de otra pasión y sin hacernos cruces, de la mano, la voz y las guitarras de 091.
A algunos les sigue pareciendo obra del diablo, al que por cierto nunca le hemos visto mover los pies; solo caer. Pero estarán conmigo en que hay peores infiernos a los que descender. Y sus Satánicas Majestades lo único diabólico que ofrecen es su aspecto.
Es innegable, aunque no lo digamos, siempre lo hemos pensado, en este infierno o en cielos cercanos, "sigue estando Dios de nuestro lado".
De ángeles caídos y de otros que no eran tales ángeles pero tenían magisterio en eso de caer siempre hemos sabido algo. Los caminos que conducen inevitablemente al suelo, el apretón de dientes y los puños cerrados, las fuerzas desconocidas y halladas en lo más profundo del ser para rodilla en tierra volver a erguirse, los pasos vacilantes al principio y sin rumbo determinado una vez recobrada la vertical y la irreductible convicción de no dejarse vencer.
Y aún así carecíamos de fe, de esa que muchos exhiben golpeándose en el pecho y preparando los pies para patear al prójimo.
El paso por los infiernos y la convivencia con nuestros íntimos demonios fueron y son otra forma de recordar. Más fidedigna y vigente que aquellas otras que el tiempo desdibujó por propia voluntad o por la incapacidad de conservarlas en la memoria.
Pero fijamos la mirada en la línea del horizonte y las esperanzas murieron en la orilla rotas como la cresta de olas de ida y vuelta que no van a parte alguna.
Y sí, había dioses y duendes, criaturas marinas y terrestres, cielos e infiernos, mundos y submundos y estelas en el agua y en la arena. Pasos perdidos sin dirección, saltos al vacío sin retorno y sueños rotos, la mayoría no recordados.
Y aquella tumba que no era más que un agujero en la tierra, donde enterramos los mejores años, lo aprendido y lo anhelado, lo que éramos y lo que íbamos a ser, los libros, los discos y las botellas que no nos bebimos. También a aquellos que se fueron y ya no estarán. Cerramos aquel hoyo sin la consciencia de quedar sepultados.
Hasta hoy. O ayer, cuando resucitamos.
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