lunes, 18 de enero de 2021

La cara B

Escucho un disco donde en la cara A se oye lo mismo que en la B, donde la letra pone el ritmo y la música, el mensaje.
Le preguntaron al músico y no supo o no quiso explicarlo. Tan solo dijo que son las gotas las que forman los mares y no al contrario.
Cogió la guitarra. Y le arrancó los acordes más bellos del mundo. Rasgaba las cuerdas con un suave aleteo y una legión de aves revoloteó sobre el pentagrama. Las miradas se volvieron hacia el cielo, pero no había ni un carro de fuego, ni la cera derretida de una utopía con forma de alas. Apenas se escucharon levemente los pasos de baile de un ángel caído y un coro indefinido de voces que al carecer la canción de estribillo improvisaba un duduá.
Hundió las manos en la arena para asir una caracola que nunca pertenecería a colección alguna. Y antes de que el agua inundara el espacio que ocupaba la caracola acercó el oído con la esperanza de escuchar el lamento de las sirenas. Sólo percibió el murmullo del mar.
Vislumbró sobre esa misma arena un álbum de deseos y en la distancia una botella que un día fue buzón. Y creyó, por un momento, sentir el eco de voces adolescentes rotas por las olas.
Recordó palabras olvidadas por su desuso y consignas que un día no tan lejano fueron banderas de sueños. Se hallaba a medio camino de un tiempo regalado y aquellos acordes marcaban el punto exacto, como la equis el tesoro en el mapa.
Escucho un disco de un músico cuyo nombre no aparecerá entre los primeros de una lista de éxito, en cuya guitarra se dibujan paralelos y meridianos y que no ofrecerá un bis.

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