Somos un pueblo sanguinario. Los bárbaros del Sur. Seguimos embistiendo, Don Antonio; no hemos aprendido nada.
Queremos la sangre del otro. Disfrutamos con su apaleamiento. Y lo justificamos. La semilla del odio continúa germinando y no falta quien desde la consciencia o la inconsciencia la riegue.
Incubamos aún el huevo de la serpiente, larvado en falsos demócratas que no pierden ocasión de mostrarnos aquello tan terrible que un día fuimos y por lo que sienten nostalgia.
“...vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste”.
El odio anida en los corazones no solo de aquellos que fueron, también de sus herederos. Los oligarcas se frotan las manos y mueven los hilos porque nunca faltarán voluntarios descerebrados para el papel de marionetas.
No solo hemos fracasado en la extirpación de ese mal, además no hemos sido capaces de vacunar a las nuevas generaciones contra ese virus perverso.
El nacionalismo centrífugo y centrípeto genera y aviva el odio entre los territorios y sus habitantes agitando banderas y reclamando fronteras en nombre de una entelequia denominada país.
La sinrazón, Don Miguel. Siguen sin convencer y ya ni siquiera vencen. El acento se hurta a lo que une para acentuar la desunión.
Siento tristeza y una profunda repugnancia. Y deseo que lo que pueda haber en mi interior de ese germen no aflore nunca, que haya sido expulsado o se haya disuelto sin salpicar a nadie. Espero que los libros y la vida me den la pausa, el conocimiento y la tolerancia que alimentan la reflexión.
Es tarde. Aunque quiera pensar que no lo es. Se impone el debate hueco. Y entre la ley y el derecho se alzan los golpes frente a las palabras.
Retrocedemos en el tiempo. De nuevo todo es gris. Las mentes se escarchan.
Viñeta de El Roto, publicada en "El País, el lunes 2 de octubre de 2017.
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