sábado, 17 de septiembre de 2016

Los libros son también para el verano

Las bicicletas son para el verano. Primero fue una obra de teatro escrita por Fernando Fernán Gómez. Después pasó a la gran pantalla con la dirección de Jaime Chávarri. Y ha acabado convirtiéndose en una frase recurrente cada verano. 
No lo dudo, pero ya he olvidado el tiempo que ha transcurrido desde la última vez que monté en bicicleta. De hecho, ni recuerdo si era verano o cualquier otra estación del año. Y la verdad, es que tampoco me parece importante. 
Acepto que las bicicletas son para el verano. Y estoy convencido de que comparten estación con los libros. El verano es tiempo de lectura. Lo que no quiere decir que el resto del año no lo sea. Pero el tiempo libre y esos días largos con más horas de luz invitan a sumergirse en un libro detrás de otro. 
Estaba atascado con la lectura de “La larga marcha”, de Rafael Chirbes, editado por Anagrama, hasta que llegó el verano. Le habían precedido “Blanco nocturno, de Ricardo Piglia, también editado por Anagrama, que más que leído fue devorado, y “Cuando Herodes la tierra”, un ‘pequeño arlequín” del poeta amigo Miguel Agudo, editado por Siltolá Poesía. 
Y tras él llegaron “Tangerina”, la primera novela del periodista Javier Valenzuela, con edición de Martínez Roca; “Sueños sobre arenas movedizas”, primera novela del también amigo y periodista Juan Armenteros, editada por El ojo de Poe, y el poemario “República del aire”, del también amigo Joaquín Fabrellas, editado por La Isla de Siltolá. 
Me dejé encima de la mesa la última de Juan Marsé, “Esa puta tan distinguida”, editada por Lumen, y a la que he condenado a ser una lectura de otoño, que tampoco es mala época para leer. 
Un sacrificio relativo y cuya justificación se halla en el encuentro con una de esas joyas que publica Gallo Nero en su colección Piccola, a la que no pude resistirme, “Gotas de Sicilia”, de Andrea Camilleri, que administro en pequeñas dosis como si así pudiera evitar llegar a su fin. 
No pretendo epatar con esta lista, ni dármelas de nada, simplemente descubrí hace tiempo que el intercambio de listas de lectura es una invitación a leer y nos permite acceder a nuevas lecturas, en algunos casos de libros y autores desconocidos y en otros, conocidos, pero que ni siquiera nos habíamos planteado leer y el solo hecho de saber que lo lee alguien cuyo criterio tenemos en estima nos empuja a sus páginas. 
Y a fin de cuentas, la lectura sigue siendo una aventura, el punto de partida de un viaje y sin duda, la mejor escuela para la escritura. 
El verano es también una ocasión para perderse en las librerías de cualquier ciudad. Y sin prisa pasear frente a los estantes y mesas. Buscar esos libros que llevamos apuntados en la memoria, algunos desde tiempos pretéritos y que por unas causas u otras no hemos podido comprar; y dejar constancia sin disimulo de la euforia que nos produce toparnos con uno de esos volúmenes. Igual que descubrir libros cuya edición nos era desconocida o mantener una breve conversación con el librero sobre libros, autores y editoriales que siempre te lleva a nuevos descubrimientos. 
Los libros son contenidos y continente y las librerías, enormes cajas donde se guardan. A la espera de esa mano o esa mirada cómplice que los atrapa para llevarlos a otra caja donde siempre hallarán en mayor o menor medida a sus iguales y donde el verano o el invierno no son más que una anécdota.

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