Podría decir que he perdido la cuenta de las ediciones que van. Pero mentiría. Conozco sobradamente que la de este año ha sido la diecinueve. Lo que no recuerdo es a las que hemos faltado. Y por supuesto, tampoco el número exacto de aquellas a las que hemos asistido.
Etnosur, Encuentros Étnicos de la Sierra Sur, sigue siendo un sueño hecho realidad. Un sueño soñado por unos pocos que nos ha permitido soñar a otros muchos. De modo que bien pudiera parecer que dormimos de julio a julio para despertar a mediados de mes y durante tres días, soñar. O quizás soñamos el resto del año esperando que llegue ese julio mediado para volver a Alcalá la Real.
El Festival continúa siendo esa paleta de colores que cada año da vida a un lienzo. Distinto al del año anterior, pero manteniendo su esencia. Así que si juntáramos los diecinueve cuadros obtendríamos un mural de color, luz, sonido y conocimiento. Un relato visual inconcluso, que sin embargo narra lo acontecido en esos diecinueve años y deja pinceles, paleta de colores y lienzo predispuestos para la próxima creación.
Es una cita anual en la que la amistad siempre ha desempeñado un papel relevante y ha servido de excusa o de hilo conductor para compartir y vivir el sueño a través de las palabras, de la imagen o de la música. Sin abandonar el compromiso y con la convicción de que la cultura es un puente que conduce a la convivencia. El elemento que nos invita a empatizar y a mirar a la vida y a los otros con nuevos ojos; tanto desde el interior como desde la superficie. Y puede que esa nueva forma de mirar no nos haga mejores, pero seguro que no nos empeora.
Acostumbrados en esta tierra que habito a dar demasiados pasos en la oscuridad, no viene mal de vez en cuando buscar la luz del faro en la costa del mar de olivos, seguir el haz y pisar la roca firme de los sueños. Los mismos que nos hacen mover los pies al ritmo de la música y la mente al son de las palabras. Esos sueños que muestran el corazón en unas pinceladas de color.
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