Hay quien sueña con construir su castillo en el aire. Inabordable molino convertido en gigante ante el que solo cabe sucumbir tras un braceo y unos inútiles golpes. Y aún así prevalece el deseo de reinar y someter, que abre paso al triunfo del espejismo: el poder y la gloria.
Como una prueba envenenada que apela a la fortaleza con el único fin de mostrar la debilidad. En ese juego tramposo reside el enredo que habilita la confusión. Señor y lacayo recorren ese camino donde se pierde la identidad y se enmascara la jerarquía. Y en ese territorio de la ilusión, de desdibujadas líneas e inexistentes latitudes, el rey y el siervo son incapaces de discernir entre la aceptación y el sometimiento.
Alejados de la realidad o inmersos en ella, Quijote y Sancho son reflejo de nuestro fracaso. Solo la intensidad del espejismo logra difuminarlo y mantiene la persistencia en el error. La ínsula en las nubes.
La torre se hunde por la base. La falta de solidez en sus cimientos la condena. Y solo aquel que señala la luna para ver el dedo es incapaz de admitir esa falla. El mismo que eleva la mirada para no bajarla y continúa añadiendo imaginariamente altura a la torre convencido de que más pronto que tarde alcanzará el cielo. Ajeno a que igual que la torre su fragilidad reside en la base.
La caída es por tanto inevitable. Y el impacto y sus consecuencias son apenas mitigados por el nivel donde se produce el despertar. Pero el destino siempre es el suelo. Y aunque hay quien tiene la capacidad de levantarse, apretar los dientes y mantenerse en pie; los hay también condenados a vivir en ese castillo en el aire, donde se es señor sin feudo; donde sin ancla y cimientos solo se habita el vacío.
Como una prueba envenenada que apela a la fortaleza con el único fin de mostrar la debilidad. En ese juego tramposo reside el enredo que habilita la confusión. Señor y lacayo recorren ese camino donde se pierde la identidad y se enmascara la jerarquía. Y en ese territorio de la ilusión, de desdibujadas líneas e inexistentes latitudes, el rey y el siervo son incapaces de discernir entre la aceptación y el sometimiento.
Alejados de la realidad o inmersos en ella, Quijote y Sancho son reflejo de nuestro fracaso. Solo la intensidad del espejismo logra difuminarlo y mantiene la persistencia en el error. La ínsula en las nubes.
La torre se hunde por la base. La falta de solidez en sus cimientos la condena. Y solo aquel que señala la luna para ver el dedo es incapaz de admitir esa falla. El mismo que eleva la mirada para no bajarla y continúa añadiendo imaginariamente altura a la torre convencido de que más pronto que tarde alcanzará el cielo. Ajeno a que igual que la torre su fragilidad reside en la base.
La caída es por tanto inevitable. Y el impacto y sus consecuencias son apenas mitigados por el nivel donde se produce el despertar. Pero el destino siempre es el suelo. Y aunque hay quien tiene la capacidad de levantarse, apretar los dientes y mantenerse en pie; los hay también condenados a vivir en ese castillo en el aire, donde se es señor sin feudo; donde sin ancla y cimientos solo se habita el vacío.
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