Dicen que en la vida tarde o temprano todo llega. No es cierto. Ni falta que hace. Llegué tarde al rock and roll, aunque llegué para quedarme. Y llegué tarde también a las Chelsea, aunque llegué para que se quedaran.
Es curioso que tardase en descubrir estas botas, pese a que conocía unas similares con hebillas que utilizaban los punkies cuando no calzaban las habituales de militar. Y más curioso, si cabe, es que no supiera que se hicieron conocidas por The Beatles. Lo descubrí cuando ya lucía mi primer par y no, no fue por la banda británica. Pero también tuvo que ver con la música y una banda. En concreto, una banda madrileña de rock que tomó el nombre de las botas y, ¡oh!, también tocaron en una azotea, aunque fuera para un programa de televisión.
Ignoro si sigue en activo o como tantas otras fue flor de un día o abandonó por frustración. O ambas cosas. Vivir del arte, en cualquier disciplina y con las conocidas excepciones (escasas, aunque parezcan numerosas), es una utopía. Entiendo que cundan desesperación y desánimo y que muchos abandonen viendo como funciona el asunto. Ya saben, hoy en día prima el negocio frente al talento y ya ni siquiera se molestan en disimular el contenido con un atractivo envoltorio.