Vivimos tiempos de agresiones. Ayer la víctima fue Berlusconi, y la semana anterior el periodista Hermann Tertsch. En Cuba, unos días antes fueron agredidas las Damas de Blanco (mujeres y familiares de los presos políticos del régimen cubano), previamente lo había sido el periodista cubano, Reinaldo Escobar, y con anterioridad su mujer, la bloguera Yoani Sánchez.
Todos agredidos por distintas y diferentes causas y sin embargo, el tratamiento informativo y las reacciones políticas y sociales han sido dispares.
La agresión a “il nuovo ducce” ha sido, según fuentes italianas, obra de un perturbado, que le arrojó una estatuilla del Duomo di Milano, una catedral milanesa, alcanzándole de lleno en la cara. Dicha catedral se ha convertido de facto en un símbolo contra la política de Berlusconi. A la par, políticos y analistas coincidían en que la crispación se ha instalado en la sociedad italiana; sin duda por la gestión y por las maneras de su primer ministro, que aún convaleciente tiene a la maquinaria del estado trabajando en una nueva ley que le garantice inmunidad frente a la justicia italiana.
De la agresión al periodista Hermann Tertsch ya se ha hablado y escrito bastante, pero a lo que se ve una pelea tabernaria a avanzadas horas de la madrugada se ha convertido en un ataque a la libertad de expresión y ha generado una caza de brujas contra ese icono de la izquierda conocido por El Gran Wyoming.
Respecto a las agresiones en Cuba, salvo la primera, la denunciada por Yoani Sánchez, del resto apenas una referencia en algunos medios de comunicación. Se ve que estábamos tan ocupados “aniquilando” piratas somalíes y terroristas de Al Qaeda, que ahora no tocaba “defender” las libertades en Cuba, para no distraer la atención. Imagino que también porque es más importante nuestra zaherida libertad de expresión en carnes del ex periodista de El País, que la de los detractores del régimen cubano. Debe ser por aquello de “Oigo, patria, tu aflicción…”.
Yo lamento cada una de estas agresiones, porque me gustan más las palabras que los puños. Y no defiendo la violencia. Aunque en ocasiones reconozco que soy el primero al que le gustaría estampar uno de los míos en la cara de alguno, también soy consciente de que los golpes nos hacen peores y son siempre una pésima opción.
Sí un gato con botas, a pesar del cuento de Perrault, ya me parece ridículo, qué añadir de un gato con guantes de boxeo e intentando repartir mamporros a costa del verbo.
Todos agredidos por distintas y diferentes causas y sin embargo, el tratamiento informativo y las reacciones políticas y sociales han sido dispares.
La agresión a “il nuovo ducce” ha sido, según fuentes italianas, obra de un perturbado, que le arrojó una estatuilla del Duomo di Milano, una catedral milanesa, alcanzándole de lleno en la cara. Dicha catedral se ha convertido de facto en un símbolo contra la política de Berlusconi. A la par, políticos y analistas coincidían en que la crispación se ha instalado en la sociedad italiana; sin duda por la gestión y por las maneras de su primer ministro, que aún convaleciente tiene a la maquinaria del estado trabajando en una nueva ley que le garantice inmunidad frente a la justicia italiana.
De la agresión al periodista Hermann Tertsch ya se ha hablado y escrito bastante, pero a lo que se ve una pelea tabernaria a avanzadas horas de la madrugada se ha convertido en un ataque a la libertad de expresión y ha generado una caza de brujas contra ese icono de la izquierda conocido por El Gran Wyoming.
Respecto a las agresiones en Cuba, salvo la primera, la denunciada por Yoani Sánchez, del resto apenas una referencia en algunos medios de comunicación. Se ve que estábamos tan ocupados “aniquilando” piratas somalíes y terroristas de Al Qaeda, que ahora no tocaba “defender” las libertades en Cuba, para no distraer la atención. Imagino que también porque es más importante nuestra zaherida libertad de expresión en carnes del ex periodista de El País, que la de los detractores del régimen cubano. Debe ser por aquello de “Oigo, patria, tu aflicción…”.
Yo lamento cada una de estas agresiones, porque me gustan más las palabras que los puños. Y no defiendo la violencia. Aunque en ocasiones reconozco que soy el primero al que le gustaría estampar uno de los míos en la cara de alguno, también soy consciente de que los golpes nos hacen peores y son siempre una pésima opción.
Sí un gato con botas, a pesar del cuento de Perrault, ya me parece ridículo, qué añadir de un gato con guantes de boxeo e intentando repartir mamporros a costa del verbo.