sábado, 27 de febrero de 2010

Viento de esperanza

Hoy en la ciudad que habito soplaba por la mañana en sus calles un inusual viento caliente para esta época del año; un viento caliente que a las pocas horas se ha convertido sólo en viento. Fuerte, pero viento. Yo también he oído los partes de los denominados “hombres del tiempo” (aunque ignoro si son de su tiempo, del pasado o del futuro) y he oído la dichosa palabreja que no voy a repetir y que limitaré a viento huracanado. Un palabro casi desconocido hasta ayer y que se suma a esa dinámica del miedo que acompaña a la crisis económica y a sus consecuencias.
El miedo y el desánimo se han instalado con tal fuerza entre nosotros, que hasta algunos representantes del poder real de este país quieren vender esperanza y han puesto en marcha una campaña para optimistas que habla de arreglo, pero que también esconde las recetas del arreglo. Llámenme lo que quieran, pero yo no ignoro lo que ha significado e imagino que sigue significando en algunos lugares el apellido Garrigues. Es como pensar que los March son unos filántropos o que su fortuna nace del sudor de su frente.
Ahora debemos temer hasta al tiempo, cómo si no lleváramos cerca de dos años soportando tormentas y huracanes. Llevamos tanto tiempo soportando a estos malos aprendices de Eolo, que ya sólo provocan nuestra indiferencia, como si estuviéramos inmunizados. Y todo forma parte de la misma ópera bufa, en la que no se quién reparte los papeles, pero en la que siempre son los mismos los que interpretan a los perdedores.
Si ese viento se despojase de artificios, de miedos y amenazas y fuera verdad que transporta besos y palabras. Entonces, sólo entonces, esos hombrecillos de mapas imposibles podrían ser escuchados. Y entonces, sólo entonces, quizás mereciera la pena que no salga el sol, porque ese viento con luces y sombras sería un viento de esperanza.

jueves, 25 de febrero de 2010

Mi puente

Ahora construyo un puente. Para lograrlo no es suficiente con el yo, necesito también al otro, y a partir de ahí cualquiera que quiera sumarse al proyecto es bienvenido.
Se pueden construir puentes con las palabras y la mirada. Y también con la amistad o entrelazando las manos. Y se pueden construir puentes sin tener idea de fuerza o resistencia. E ignorando todo o casi todo sobre técnica y materiales.
Estoy construyendo un puente que no se dónde lleva y para qué sirve, salvo que al otro lado haya alguien y entonces, el fin es claro.
Los puentes unen. Son como una mano tendida a la que asirse. Un camino sobre el abismo. Y una senda de colores como el arco iris, el más hermoso e inalcanzable de los puentes. Pero no son como el camino que sumado a otros muchos conduce siempre inexorablemente a un único destino.
Algunos se construyen sobre ríos y mares y otros cruzan gargantas o barrancos. También los hay interplanetarios, submarinos y ocultos en las profundidades de la tierra que sólo pueden ser atravesados en el mundo de los sueños. El mío se alza sobre las lenguas de agua. Espero que libere a las lenguas de carne de su letargo en la boca y que en ese despertar sean incluso capaces de soñar con otras bocas. Y espero que ese puente sea un nexo entre islas, para pisar tierra más allá de las soledades compartidas.

miércoles, 24 de febrero de 2010

El destello de la mirada

Me consta que Iñaki Gabilondo cuenta con una pléyade de críticos y detractores. Y a pesar de que puedo compartir algunas de las opiniones o de las críticas de éstos hacia él, nunca he ocultado la admiración que siento por este periodista y su forma de ejercer la profesión; en particular, sus entrevistas.
Pese a su condición, a mi entender, de primera víctima del desembarco de Berlusconi en PRISA y su destierro a CNN+, para mí es un placer asomarme a esa ventana llamada “Hoy”, abierta en ese exilio de CNN+; donde habita la pausa frente a otros “vértigos” nocturnos, donde se ha desterrado al grito para favorecer el entendimiento, donde se renuncia al adoctrinamiento para abrir camino a la explicación y donde se imparte magisterio sobre cómo entrevistar.
Anoche ese placer me llevo a disfrutar de la presencia del fotoperiodista Gervasio Sánchez. Un profesional que como Ramón Lobo, Fran Sevilla, Rosa María Calaf y tantos otros me hace ser consciente de lo pequeño que soy, de lo que me falta por aprender y que quizás no consiga aprender nunca y del privilegio que resulta leerlos, escucharlos o como en el caso de Gervasio, leerlo y ver sus fotografías, aunque anoche me deleitara escucharlo.
Se ha hablado y escrito mucho sobre la neutralidad del periodista, la necesidad de alejarse, de tomar cierta distancia con los sucesos, para no contaminar su mirada. Es otro de los viejos debates del periodismo. Gervasio no es neutral. Exhibe sin pudor su implicación, su compromiso con los protagonistas de sus historias (las víctimas de las minas antipersona, los niños soldado, los desaparecidos de Irak, Chile, Argentina…) pero eso no le impide mostrar la realidad con rigor y con veracidad. Conserva claros la mirada y el verbo. Y no duda en utilizarlos para denunciar al poder, cualquier tipo de poder, económico, político, militar o civil; para señalar con el dedo de la imagen y la palabra a los mercaderes y a los fariseos y para alejarnos de nuestra propia complacencia.
Yo creo que Gervasio Sánchez lo consigue, aunque sólo sea por unos minutos como anoche, cuando al magisterio de Gabilondo le acompaña la sinceridad y el destello de su mirada.

martes, 23 de febrero de 2010

23-F, una tarde noche trascendental

Un amigo y colega de profesión, Juan Armenteros, presentó el sábado por la noche su primer cortometraje, “Incertidumbre 23/81”, una mirada personal sobre el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
A pesar de los años transcurridos, yo recuerdo con nitidez aquel día. Me enteré del golpe en directo. Iba en el autobús, de regreso del instituto en el barrio de la Estrella, por la Avenida del Mediterráneo y oímos en la radio la entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados. Me bajé en la parada del Paseo de Reina Cristina, junto a las casas militares, donde entre otros vivía mi tío, militar de extrema derecha, que luego supe ese día se hallaba en Ceuta, celebrando la entrada a caballo de Pavía en las Cortes.
Aquel 23 de febrero fui testigo privilegiado de una tarde noche que algunos como mi amigo y colega Armenteros afirman que “se ha revelado trascendental”. Estuve en el Gobierno militar de Madrid, junto a un amigo, hijo de militar. Como es obvio, no nos dejaron franquear la puerta, pero pudimos hablar con un mando al que conocíamos por ser amigo de mi tío y con el soldado de la puerta. Palpé el entusiasmo del primero ante la noticia del golpe (todavía Milans del Bosch no había sacado los tanques a la calle en Valencia) y la indiferencia y desconocimiento del segundo, que sólo cumplía órdenes en la garita de entrada.
Las noticias se fueron sucediendo: la toma por el ejército de Televisión Española, los movimientos en la Brunete y los tanques en las calles de Valencia. Recuerdo la confusión y la incertidumbre, pero lo de Valencia parecía definitivo. El champán corrió en “Piero”, un café pub ubicado en la esquina de la calle Andrés Torrejón con el Paseo de Reina Cristina, y desde la calle reconocí a algunos de los que brindaban (algunos aún hoy lo niegan). En ese mismo café pub había conocido tiempo atrás al cabo Rosa, un guardia civil cuya voz oímos aquella tarde del 23-F conminando a un cámara de televisión a apagarla y dejar de grabar. Recuerdo también llegar a mi casa y encontrarla a oscuras, y a mi hermana y a una vecina oyendo la radio. Luego, vendría el discurso del Rey… Tras escucharlo, supimos que aquel golpe de Estado no iba a triunfar.
Algo que pude corroborar horas más tarde, en la madrugada, a las puertas del Congreso de los Diputados; en realidad en las inmediaciones de la calle Sevilla, porque la Carrera de San Jerónimo estaba cortada. Para mi sorpresa, pude ver a los “grises” corriendo tras los cachorros (alguno ya talludito) de la extrema derecha; recuerdo un café en la cafetería Hontanares, anómalamente llena a esas horas y en día laborable (era lunes), y como no, a los propios redactores de “El País” repartiendo el periódico a los automovilistas que circulaban por la calle Alcalá. Creo que la Transición, las primeras elecciones democráticas y aquella noche, junto a “El País, “Cambio16”, “Interviú” y “Diario16” son los responsables de que yo eligiera ser periodista.
Al día siguiente no fui al instituto. El golpe había fracasado. Los guardias civiles abandonaban el edificio del Congreso de los Diputados por las ventanas. Antonio Tejero, Ricardo Pardo Zancada y Camilo Menéndez se rendían al general Aramburu Topete. Más tarde sabríamos lo del general Armada, la implicación del civil García Carrés y tantas otras cosas… aunque todavía hoy desconozcamos muchas otras.
Dicen que aquel día triunfó la Democracia. Quizás sea por eso, por lo que mi amigo y colega Juan Armenteros y muchos otros la califican de una “tarde noche trascendental”.

lunes, 22 de febrero de 2010

Machado, siete décadas de ausencia

Hoy se cumplen 71 años de la muerte de Antonio Machado en Colliure (Francia). Siete décadas de ausencia del poeta, que murió pobre, enfermo y derrotado; exilado a consecuencia del golpe de estado militar de 1936.
Machado, junto a Manuel Azaña, presidente de la República Española, cuyos restos descansan también en Francia, en Montauban, por los mismos motivos que los de Machado, y a Federico García Lorca, asesinado en España, en el camino entre Víznar y Alfacar, forma el trío de pérdidas más simbólicas de la Guerra Civil española.
Como es sabido Lorca era y es todos los muertos. Más bien, los desparecidos, los asesinados y sepultados en fosas, pozos y cunetas. Mientras que Azaña y Machado son el símbolo de los vencidos, que no derrotados; una parte de la España del exilio, la que nunca retornó.
70 años es mucho tiempo, para que una vez muerto el dictador y finalizada la dictadura, ningún gobierno democrático español haya movido un dedo para que los restos de Antonio Machado y de Manuel Azaña retornen a suelo español.
No veo dificultad, más bien falta de voluntad y desinterés, en la presentación de una solicitud al gobierno francés, a los departamentos correspondientes, a las Alcaldías de Montauban y Colliure, a quien corresponda, para que los restos de Manuel Azaña y de Antonio Machado sean exhumados y enviados a España para su definitiva sepultura. Del mismo modo que me cuesta creer que sus herederos o los depositarios de sus derechos vayan a negarse al necesario retorno de sus restos a suelo español. Es sabido que Azaña, tras cruzar los Pirineos, expresó su deseo de no volver nunca; un deseo que sin duda iba dirigido a la España de la falta de libertades que trajeron aquellos militares golpistas y no a una España democrática como la de hoy, aunque coronada.
Porque 70 años es mucho tiempo. Más si a él va asociada la noción de justicia. Porque es de justicia poner fin a ese exilio y que los restos del poeta universal que fue y es Antonio Machado descansen en territorio español; del mismo modo que los restos del que probablemente fue el mejor presidente de gobierno de la historia de España.
El regreso definitivo de los restos de Azaña y Machado es una deuda de la actual democracia española con la República, con el orden legal instituido y quebrantado por las armas y un levantamiento ilegal que sumió a España en la oscuridad y la intolerancia durante 40 años, pero sobre todo con los que perdieron la vida, con los que fueron empujados al exilio y al desarraigo, con los vencidos y con todos aquellos que aún hoy, 70 años más tarde continúan esperando una reparación, la devolución de su dignidad, la justicia… más allá de los gestos. Con hechos.

viernes, 19 de febrero de 2010

Islas

Los ritmos de vida de las ciudades, en ocasiones vertiginosos, nos convierten en islas. Pedazos de tierra rodeados de agua en los que sólo habitamos nosotros.
Quizás exista el anhelo de la conversión en continentes o simplemente en istmos, la necesidad de renunciar a la insularidad. Puede que incluso se emitan señales con desesperación, columnas de humos que dibujan gritos ascendentes en el cielo o llantos desconsolados con destino al corazón.
Pero convertimos las islas en paraísos o infiernos. Algunas son auténticas fortalezas, donde casi es imposible el desembarco de una pequeña barca y en caso de que éste se produzca, de que la nave alcance la arena, es destruida sin piedad, igual que sus tripulantes. Otras sueñan con ser descubiertas, conquistadas, ubicadas en el mapa.
A veces las islas establecen comunicación, sin contacto físico, se agrupan y se convierten en archipiélagos; pero las lenguas de agua siguen prevaleciendo sobre las de carne encerradas en nuestras bocas. Y no hay mayor logro, ni se aspira a más, que las soledades compartidas.
En ese archipiélago se confunde la isla con el islote y al solitario con el que está solo. La falta de aspiración lleva al conformismo y modela la posibilidad de desaparecer bajo las aguas. Triste destino para una isla.

jueves, 18 de febrero de 2010

El abismo

No se cuanto tiempo llevo asomado al borde del abismo. Ni siquiera puedo acordarme de si me situé yo en ese borde o me empujaron hasta allí. Quizás, tampoco podría asegurarlo, lleve media vida acomodado en el filo de la navaja.
El borde del abismo es tierra de nadie. Al frente está el vacío. Un paso adelante es el final. A la espalda, lo conocido. Un paso atrás es la rendición. Parece que no hay elección. Algunos dirán que siempre es mejor lo malo conocido y otros, que de perdidos “to the river”. Los más avispados, al menos en apariencia o convicción, dirán que no existe disyuntiva y que siempre quedarán los pasos laterales, a izquierda y a derecha. Los optimistas dirán que sólo hay que tomar impulso, ya saben aquello de dos pasos atrás para avanzar, y saltar hasta el otro lado. Y los soñadores dirán que de un paso adelante y el viento me acunará en sus brazos hasta dejarme sano y salvo en el suelo. Los perdedores, idealistas y pesimistas por naturaleza, asegurarán que hay que apretar los dientes y levantarse después de la caída.
El filo de la navaja es un territorio incierto, pero superpoblado. No venden billetes para viajar a él, pero se llega por los actos y las circunstancias. Individuales, colectivos, propios y ajenos. Se puede abandonar o permanecer allí otra media vida.
Hoy el borde del abismo y el filo de la navaja se desdibujan y comienzo a no reconocerlos. Ahora al otro lado veo a un tipo que me tiende la mano, pero no me enseña esa mano. Y en este lado, hay otro tipo que se empeña en empujarme al abismo. Puede que siempre sea así, que siempre haya sido así y que no me diera cuenta o no quisiera darme cuenta. Pero también se que hay otras manos que no empujan y se ven.
Siempre tendré la opción de vivir en el filo de la navaja; o de saltar al abismo, porque caeré sobre mis cuatro patas y de no ser así, sólo perdería una vida. Pero hay demasiada gente que no tiene opciones y otra, que se está quedando sin ellas. Y eso es peor o parece peor que el vacío, aunque cada uno habitemos nuestros particulares infiernos.

miércoles, 17 de febrero de 2010

La exhibición de los afectos

Hay afectos que se miden por el coste de una llamada de teléfono o por el envío de un sms o de un correo electrónico, y hay desafectos cuya duración parece eterna y por tanto, son desmedidos. Ambos, afectos y desafectos, pueden ser espontáneos o adquiridos, incluso hereditarios. Algunos son buscados, mientras que los hay que además de parecer imposibles, lo son. Otros se hallan en lugares y personas insospechadas. Y ambos, afectos y desafectos, nos acompañan en vida y en algunos casos más allá de ella.
Para mí ambos pertenecen al espacio de lo privado, aunque trasciendan de ese ámbito porque los exteriorizamos con nuestros actos y comportamiento, quedando patentes y manifiestos, incluso cuando pretendemos lo contrario, es decir, reservarlos para nuestra intimidad.
Otras veces, demasiado numerosas y habituales desde mi punto de vista, esa exteriorización se hace de forma voluntaria y se acompaña de una dosis de exhibicionismo.
Los medios de comunicación han contribuido, con obscenidad diría yo, a que se confunda lo íntimo con lo público y hasta a que se violente lo íntimo. Eso sí con la bien remunerada colaboración de personajes de variada y despectiva calificación que exhiben su intimidad de manera pornográfica, como una mercadería ofertada al mejor postor en el mostrador de lo hediondo.
Esta ostentación de la intimidad convive en los últimos tiempos con otro tipo de exteriorización de afectos que se ha instalado en cualquier entrega de premios. Sin duda, sincera y emotiva, pero también innecesaria y aburrida.
Entiendo que el talento de Fernando Trueba al dedicar su Oscar a Billy Wilder no está al alcance de cualquiera. Del mismo modo que no todos pueden tirar de santoral como Pedro Almodóvar al recibir uno de los suyos. Pero ante carencias, nervios y dudas lo más sencillo y breve parece simplemente dar las gracias y… agur, Ben-Hur.

martes, 16 de febrero de 2010

La dichosa conexión ADSL

Hay días en los que la conexión a Internet pone a prueba mi paciencia. En esos días me dan ganas de tirar el ordenador por la ventana, de enviarle el router y su conexión ADSL a Telefónica para que hagan con ellos lo que quieran, incluso lo que yo pienso que podrían hacer con ella; a lo que podría añadir alguna otra ocurrente sugerencia.
En días como hoy me siento estafado, me dan igual los supuestos 6 ó 10 megas de que disfruto, pero la velocidad de crucero transformada por gracia de no se qué o quién en paso de tortuga me exaspera.
También en esos días me preguntó dónde están esos representantes de los internautas, a los que nadie ha elegido, para defender los derechos de aquellos que navegamos por la Red. Una denominación, esta última, que ahora comprendo a la perfección, porque me siento como un indefenso pez atrapado en las mallas de estos pescadores de las telecomunicaciones. Esos mismos “telefónicos” que esquilman mi cartera, a la par que ofertan nuevos servicios cuando son incapaces de garantizar el correcto funcionamiento del principal servicio: la dichosa conexión ADSL.
Ya, ya sé que no es eterna la apertura de cualquier web. Pero a mí hoy me lo parece. De igual modo que me parece que libro una lucha titánica contra elementos desconocidos que cargan de cadenas imaginarias mi ordenador y le impiden desenvolverse con una mínima diligencia. Una lucha que pierdo por KO y que sólo podré abandonar cuando el servicio vuelva a la normalidad, gracias a actuaciones ajenas a mi voluntad.
Ayer o anteayer leía que el ministro Sebastián respalda a Telefónica en su planteamiento de cobrar a Google un peaje por utilizar sus redes. Y claro, es inevitable, leer lo del peaje y recordar aquello de las autopistas de la información. Me conformaría con una autovía, incluso con una nacional, porque mi conexión parece un camino de cabras. Aunque atendiendo a la publicidad, alguno pudiera pensar que va a contratar el Halcón Milenario de Han Solo y navegará a la velocidad de la luz; que no se engañe, está más cerca de contratar el Troncomóvil de Pedro Picapiedra.

lunes, 15 de febrero de 2010

La arruga era bella

Hubo un tiempo no muy lejano en que la arruga no sólo era bella; sino también una de las señas de identidad de esa España moderna que estaba por hacer. Aquellos tiempos nos dejaron dos Adolfos con desigual suerte y prestigio, uno, Suárez, y el otro, Domínguez. Este último fue junto a otros muchos como Ceesepe, Barceló, Mariscal, Ouka Lele o Almodóvar la cara y el espíritu del paso de una España en blanco y negro a color.
Domínguez creció con ese país del futuro convertido en presente. Traspasó fronteras con su moda, conoció la zozobra empresarial por disputas familiares e incluso cotizó en bolsa. Permaneció fiel a la belleza de la arruga, nos trajo más color y nos convenció de que en lo textil otros materiales eran posibles. También nos mostró el camino de la poesía y la meditación.
Luego, no se bien en que momento, abandonamos el color para pintar una España gris. En ella descubrimos que la cartera puede ocupar sin rubor el lugar del corazón. Comprendemos que los 80 quedan más atrás de lo que pensábamos y deseábamos y que aquel tipo de aspecto frágil y aniñado ya no cree en Peter Pan.
El viento y el aroma del cambio quedan arrumbados en la memoria para dejar paso a las necesidades del mercado. La arruga ya no es bella. Su propio creador sorprende reclamando un planchado de despido libre.
Y este gato, consumidor reincidente de sus colecciones, entra en el vestidor y mira las perchas pensando en por qué renunciamos a la ética por la estética. Con lo bien que convivía el lino con la decencia.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Un español sin ganas

Si hoy escribiera lo que siento ante tanta inmundicia me llamarían antipatriota. Y serían aquellos que ni me conocen, ni entienden que a mí las patrias me vienen grandes o pequeñas.
No soy de patrias, salvo de aquellas guardadas en el corazón. Ilimitadas, intangibles, idealizadas, incluso imaginarias, que unen y no separan.
No creo en aquellos que se llaman a sí mismos patriotas, que componen la pose con la mano sobre el pecho y con la mirada perdida en una enseña y trazan líneas divisorias invisibles que sólo ellos ven.
Y en ese descreimiento recuerdo al amigo que tras escucharme pedirle con chanza que trabaje para levantar el país, siempre me contesta que lo levanten quienes lo han hundido. Los que llenan la boca de patria y promesas.
Soy un hombre sin patria. Heredero racional y voluntario de los expulsados de su tierra, de aquellos hombres y mujeres libres condenados a vagar por reivindicar un sueño.
Me siento hoy un “español sin ganas” en una “España obscena y deprimente”, como escribiera Cernuda. Evoco a Gelman, “Cuando el dolor se parece a un país, se parece a mi país” y me pregunto como Neruda, ¿Qué será de mi pobre patria oscura?

martes, 9 de febrero de 2010

Lo que no nos merecemos

En el año 92 en la Terminal de salidas del aeropuerto de Barajas (Madrid) perdí una de mis 7 vidas porque “era lo mejor”. También porque “era lo mejor” abandoné mi ciudad y aterricé en la que habito.
Sólo han pasado 18 años, pero desde entonces desconfío de “lo mejor” y de “me lo merezco” (en singular o en plural). Así que cada vez que oigo eso tan recurrente de “tenemos lo que merecemos”, no puedo evitar mirar con incredulidad y algo de fastidio al que asevera ese merecimiento.
El último “merecedor” de su suerte es el juez Baltasar Garzón. El magistrado jiennense nunca ha sido del agrado de los demócratas, lo que hace obvio el desagrado que genera entre los no demócratas. Un rechazo que se ha convertido en una cacería y que ha llevado a siniestros personajes de mente sucias, corazón negro y presuntas manos limpias a llevarlo a los tribunales, desde distintos frentes, pero con un objetivo común: cobrar su cabeza.
Estos cazadores han encontrado un excelente compañero de montería en el juez Luciano Varela del Tribunal Supremo, cuyo auto “más parece una sentencia condenatoria que una resolución en fase instructora” y cuyas “consecuencias inmediatas serían la suspensión cautelar de Garzón y a su extrañamiento de la Audiencia Nacional” (“La aberración”, editorial del 8 de febrero de 2010 en “El País”).
¿El delito de Garzón? Incumplir la ley de pedir cuentas a los intocables. Dotar de cara, ojos y verbo a las peticiones de justicia de los ausentes, a los habitantes de fosas, pozos y cunetas. Y además, osar poner sobre la mesa los nombres de algunos de los responsables de la represión y los asesinatos. Demasiado para los herederos de aquellos que durante 40 renunciaron a la justicia para profundizar en la injusticia y en la arbitrariedad. Esos mismos herederos, domiciliados en la casa común de la serpiente, que ahora agitan el revanchismo y se rasgan las vestiduras por un “guerracivilismo” postmoderno, cuando ellos y sus progenitores se beneficiaron de la verdadera Guerra Civil y propiciaron la revancha durante 4 décadas.
El juez Garzón no se merece esto, entre otras cosas porque aunque nuestro ordenamiento jurídico haya desterrado la Justicia Universal, conceptualmente es irrenunciable y nadie la ha encarnado como él.
Tampoco para nosotros es lo mejor, ni nos merecemos un país en el que algunos jueces ataquen la libertad de expresión con condenas-mordaza como la aplicada al director de la SER, Daniel Anido, y a su redactor jefe de Informativos, Rodolfo Irago, o ataquen la propia justicia con instrucciones como la realizada contra el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Siempre cabe el recurso, pero el daño ya está hecho y evidencia que la serpiente sigue anidando entre nosotros.
18 años más tarde puedo decir sin desconfianza que “lo mejor” que tengo son mis hijos y que “no merecen” heredar un país donde pilares básicos como la libertad de expresión y la Justicia están en peligro, porque se ampara a sus detractores y se persigue a aquellos que mejor representan los cimientos de un estado democrático.

lunes, 8 de febrero de 2010

Sangre jacobina

Ayer me levanté jacobino. Sin guillotina, pero jacobino. Y algo romántico. Aún a sabiendas de que ni vendemos el alma al diablo, ni levantamos barricadas y por supuesto estamos dispuesto a renunciar a la capacidad reivindicativa colectiva en aras del “No pasarán” y defendiendo el mal menor.
Remedando a Antonio Machado y su "Autorretrato": “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina”, pero mis palabras brotan de manantial sereno y no diría yo que soy un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra. Es más, diría que de estos últimos quedan pocos.
Como el poeta “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/ y el coro de los grillos que cantan a la luna./ A distinguir me paro las voces de los ecos”, aunque soy consciente de la abundancia de esos tenores y de ese coro de grillos y de que hoy se escucha más el eco que la voz e incluso afirmaría que hay profusión de ventrílocuos.
También “Converso con el hombre que siempre va conmigo”, pero a diferencia de Machado no espero hablar a Dios un día y simplemente me conformo con hablar solo y no responderme, como una esperanza de cordura.
“Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”. Con la venia de las parcas, una moneda bajo la lengua y la sangre jacobina yerta en las venas.

domingo, 7 de febrero de 2010

Anestesia colectiva

Dicen que en España hay tantos entrenadores de fútbol como aficionados al balompié. Ahora además de entrenadores tenemos un considerable número de economistas.
Todos clarividentes. Aunque ninguno alcanzó a ver la crisis que se nos venía encima, hoy todos y cada uno de ellos tienen la solución. Algunos incluso se atreven a plasmarla en un libro, sin tener idea de economía y con las recetas de siempre. Eso sí, sus seguidores, incluso su sucesor, son incapaces de aportar una sola idea para afrontar la crisis, salvo las ya conocidas de despido libre y recortes sociales y privatización de servicios públicos. Y sólo esperan que se mantenga la desgracia de los otros en forma de desempleo para lograr el asalto al poder.
El Gobierno, mil y una torpezas más tarde, tira por la borda la posibilidad de una Europa más social aprovechando su turno en la Presidencia de la UE y se arruga ante el poder financiero. En Davos, Zapatero se olvidó de la Educación para la Ciudadanía y retornó a aquello de la letra con sangre entra.
No me opongo a trabajar 2 años más, pero si me preguntan diré que prefiero trabajar unos cuantos menos y sobre todo hacerlo ahora. Aunque nadie va a preguntar y tampoco ninguno de esos visionarios pueda garantizar lo que ocurrirá dentro de 30 años con las pensiones y pueda justificar porque se hace ahora y no hace un par de años cuando se dibujaba un futuro de pleno empleo (sic) y vivíamos en el limbo de la bonanza económica y el “milagro español”. Tampoco rechazo una reforma laboral que garantice el empleo, respetando los derechos adquiridos y apostando por la conciliación real del laboro y la familia; pero me temo que el objetivo no es ese.
El ministro de Fomento, una rémora con cartera, saca pecho de lata por reducir salario y privilegios a los controladores aéreos, pero nada dice de subir el sueldo al resto, de acabar con los sueldos de la vergüenza por debajo de los 1.000 euros o de que una familia no pueda vivir con un solo sueldo. Tampoco se pronuncia sobre esos maravillosos planes de pensiones de los banqueros como González, que al retirarse en el BBVA cobrará unos 70 millones de euros, mientras los planes de pensiones del común de los mortales apenas arrojan calderilla tras años de contribuciones, o de los privilegios que disfrutan los cargos públicos y representantes políticos como él.
Tengo la sensación de que el sistema productivo y el sistema impositivo siempre se cargan sobre las mismas espaldas y los beneficios se guardan en bolsillos ajenos a ellas. Ya no necesitamos que nos salven, lo deseable sería que levantaran el pie de nuestras cabezas para no hundirnos en la ciénaga.
No recuerdo más motivos en esta etapa democrática para una huelga general y sin embargo, los trabajadores y los sindicatos optan por la anestesia colectiva. Me preguntó dónde y cómo estaremos cuando despertemos.

sábado, 6 de febrero de 2010

Y supervivencia

Hay instantes en que todo parece perdido, lo vivido y lo que queda por vivir. Y ese intervalo parece inmutable, imperecedero, casi eterno, aunque no es más que un grano en un reloj de arena y sólo se necesita abrir ojos y espíritu para adquirir la consciencia que lleva al entendimiento.
En el Norte soplan fríos vientos y la lluvia pinta de rayas el cielo gris. Y ese paisaje invernal cala en el ánimo y alimenta la inquietud. Son tiempos de aguacero, y hay que aguantar el chaparrón, incluso a cielo abierto y sintiendo como el agua moja el rostro y no logra borrar el dibujo de la piel.
En el Sur sale el sol. Casi siempre brilla el sol. Sus rayos llegan al corazón y dan luz a la mente. El mar de olivos y la mar bañan los límites de nuestra memoria, y a partir de ella se puede esbozar el futuro. Ahí habita la esperanza, ajena a los predicadores del desastre negados para convencer e ilusionar e incapaces pese a su empeño de robar el mañana.
No existe un tratado de supervivencia. Habrá que escribirlo cada día, a sabiendas de que siempre se ha de pagar un precio con monedas de dos caras: el sosiego y la angustia, el aguacero y el sol. Y entendiendo que con o sin espejos en la palabra nítida y transparente tiene cabida nuestra plena desnudez.

viernes, 5 de febrero de 2010

Angustia

Hay días en que desde el puerto, cualquier puerto, no se vislumbran barcos en la línea del horizonte. Ni se les espera, al ignorar su rumbo y no tener tampoco conocimiento del propio destino.
En esos días el aire se vuelve denso; la traquea se estrecha y oprime la esperanza. Los negros augurios envenenan el corazón y nublan la mente. Y los mensajeros sólo portan malas nuevas, profecías de devastación que borran el mañana.
La caverna enturbia las palabras, niega el oxígeno en forma de futuro y abre el tiempo del Apocalipsis. Pero deja una rendija para mostrarnos al becerro, mudo salvapatrias, cuya incapacidad y debilidad trata de cubrir con oro.
Perdida la inocencia, aparece la existencia en su plena desnudez. No nos gusta, porque nos muestra sin afeites, pero tampoco somos ya capaces de romper los espejos. No hallamos sosiego. Y la angustia nos trae la noche.

jueves, 4 de febrero de 2010

Sosiego

Hay veces en que cunde el desánimo, con la precisión de un cuchillo de hoja de doble filo hundiéndose en la carne; como el bisturí guiado por el cirujano con mano firme hasta cortar esa misma carne.
Es entonces cuando los demonios parecen multiplicarse y golpean sin descanso. Golpes que se encajan a sabiendas de que nunca se logrará ganar esa pelea y sólo puede aspirarse a apretar los dientes y mantenerse en pie.
La crisis económica pasa a un segundo plano y los agoreros del negro porvenir sustentados por el capital no hacen mella con sus predicciones, pero perseveran en la siembra de la semilla de la duda y en descubrir el velo de la desesperanza.
En esos momentos otra crisis se dibuja en la piel del rostro y sólo se halla sosiego en la palabra, nítida y transparente.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El legado del poeta

Visor ha editado la obra completa de José Hierro. Un volumen de unas 700 páginas al precio de 40 euros. Al conocer la noticia no tardé mucho en acercarme a una librería para verlo. No fue posible, el libro todavía no ha llegado a la ciudad que habito. Me dicen que está en fase de distribución, lo que más o menos se traduce en que su llegada está cercana, aunque la demora de la misma no se pueda cuantificar. En resumen, que debo esperar.
Quería ver el libro, la edición, la encuadernación, el orden de publicación…Y sobre todo, quería tenerlo en mis manos. Quería sentirlo. Ser consciente del privilegio que supone tener una obra así en las manos y también ser consciente de que a pesar de las dimensiones del libro, por muy pequeño que sea, uno es más pequeño e insignificante.
Unas obras completas como éstas encierran en sus páginas la vida de su autor. En ellas están la carne y la sangre del poeta, la maestría alcanzada a través del aprendizaje y el propio recorrido vital con lo que ello encierra: amargura, angustia, desazón, tristeza, injusticia, persecución, encarcelamiento, marginación, derrota, desamor, pérdida, ausencia, desolación, desencanto, sufrimiento, soledad, alegría, esperanza, gozo, amistad, amor, triunfo, libertad, afecto, respeto, tolerancia, honestidad, reencuentro, coherencia, lucidez, compromiso…
Este libro es el testimonio de una vida, el legado del poeta. Y cualquiera de nosotros es el afortunado heredero.
Puede parecer una herencia insuficiente, en especial para aquellos que entiendan ésta como algo tangible y contable. Pero en tiempos en los que deambulamos huérfanos de referentes, en cualquier tiempo, es un error renunciar a la voz de los poetas. La poesía de Hierro siempre tiene sentido, y nos da cobijo. Así que sus obras completas, sus versos, son además de una guía para mantener el rumbo, un hermoso lugar donde guarecernos.

martes, 2 de febrero de 2010

La parábola del mudo

A veces es deseable el silencio. Sobre todo el ajeno. Y más cuando el que habla tiene poco que decir y cuando lo hace recurre a tópicos, frases hechas o palabras huecas. Todos en mayor o menor medida hemos deseado el silencio de algunos de los que hablan por lo vacuo de su exposición, por el tono o por el volumen de su voz.
Y sin embargo, en ocasiones a pesar de lo deseable del silencio hay que hablar. Hay que pronunciarse y no recurrir a la táctica del avestruz y esconder la cabeza en un imaginario agujero. Por cierto, uno de esos agujeros lo patentó Jordi Pujol, el honorable, con aquello de “No toca”. Y ahora con menos talento e imaginación, y también con escasez de honorabilidad, se recurre a la convocatoria sin preguntas ante la prensa (con el beneplácito de medios de comunicación y periodistas, que con su silencio otorgan) o al “no va a hacer declaraciones”.
Alguien puede sucumbir a la tentación de justificar el silencio con el hipotético manejo de los tiempos, dispar y cada vez más alejado de la demanda ciudadana. Como si comprásemos los relojes en distintos comercios y el ajuste horario fuese un desajuste. Nada más alejado de la realidad, el silencio evidencia carencias, desnuda al mudo y lo inhabilita ante la opinión pública, y más cuando se esperan palabras y sobre todo hechos y se obtienen parálisis y la callada por respuesta.
En esas ocasiones el silencio implica debilidad o incapacidad, máxime cuando previamente se ha aderezado con el reconocimiento de la carencia de criterio y con la asunción del vínculo hereditario padre-hijo como factor determinante en la línea sucesoria de tu sucursal política provincial (un hecho a todas luces impropio del siglo XXI que nos retrotrae en el tiempo al siglo XIX). Y debilidad e incapacidad son malas credenciales para un aspirante y elementos distantes de la administración del tiempo, la prudencia o el análisis.
Había una vez un tipo que se hacía pasar por mudo y a fuerza de no articular palabra se olvidó de hablar. Cuando quiso hablar, sólo logró emitir unos incomprensibles sonidos guturales, de modo que además de mudo, pensaron que era lerdo.
Sí un aspirante enmudece, se esconde en el silencio y renuncia a la palabra puede ocurrir que también le tomen por lerdo, que otros hablen por él o que cuando decida hablar no haya alguien dispuesto a escucharle.